sábado, 14 de noviembre de 2009

Kaimán bogotanensis


Los caimanes del río Bogotá demuestran que Farsolandia es un criadero de lagartos. La especie se niega a desaparecer a pesar de que sus homólogos se multiplican por entre los pasillos del Capitolio Nacional.

La fama de los acorazados silvestres traspasó las fronteras. Una señora, del sur del continente, me escribió para preguntarme si es verdad que los saurios pueden vivir entre las mentiras criollas.

La respuesta es un sí rotundo porque nuestros gobernantes son proclives a reptar ante el soborno, estímulo de sus infamias. Ese comportamiento es parte integral de una identidad fraudulenta. No en vano el ilustre monarca español, don Fernando El Católico, incluyó un caimán en el escudo de armas de Santa María la Antigua del Darién. (Real cédula del 16 de julio de 1515).

En este cafetal esquinero, la realidad se nutre con asombros interminables porque la incredulidad es norma. Por eso, le contaré una historia que prueba la existencia de los reptiles del orden de los Emidosaurios en versión alcantarilla bogotana.

El hallazgo quedó consignado en mi Diario de campo, fechado el siete de diciembre de 1997, día en el cual me enteré de la existencia de un reservorio del caimán del Magdalena o caimán aguja (Crocodylus acutus) dentro de las pestilentes aguas del río Bogotá.

Mi desconocida lectora, si le asaltan las dudas, intentaré dejar de lado mi habitual sarcasmo y retomaré algunas notas del pasado. La idea es satisfacer su curiosidad, aunque debe tener en cuenta que este pueblo bárbaro lleva dos siglos, de criminal existencia, dedicado a matar su principal arteria fluvial, el río grande de la Magdalena.



“El mesero del lanchón restaurante El Capi, anclado en la porteña ciudad de Girardot, le gritó a un desconocido: ‘No le arroje basura al río’. El infractor no obedeció porque vivía en Flandes, Tolima. Los desperdicios cayeron como un bombardeo de miseria desde una de las bases del puente ferroviario. Los chulos de las orillas ratificaron que el botín no valía la pena. Están saciados de comer mierda porque un par de kilómetros más arriba desemboca el río Bogotá con su mancha negrísima de perpetua cloaca.

“El camarero seguía vociferando. Discutía contra la corriente, la distancia y el viento. La protesta era una salida irremediable contra el desastre. Él y su padre organizaron un evento al que denominaron: “Primer rally de canotaje. Volver al río Magdalena” y estamparon el logotipo del evento en una serie de camisetas para promocionar la actividad. Los dos hombres quedaron enfrentados contra el abandono de un Estado demente”.

Así estaban los sucesos, antes de embarcarme en una canoa con rumbo hacia la Villa de Santa Lucía de Ambalema, Tolima.  Un  serio inconveniente me cambiaría para siempre el afecto por los medios masivos de comunicación. Un señor moreno, alto y esforzado subió a bordo por la popa del planchón. Traía una red de pesca al hombro. Sin saludar preguntó: “¿Quién es el periodista?”

La pregunta sonó a problema.

Sin más presentaciones me contó lo siguiente: “Hace una semana, mientras iba a recoger cañas de las orillas fui atacado por tres caimanes. Eso sucedió cuando navegaba por el río Bogotá hacia la desembocadura”. Me senté estupefacto sobre una mesa.

Imposible, le dije. Eso no puede ser. Sus ojos tranquilos me miraron con lástima. Intentó irse. Lo detuve para no faltarle al respeto. Espere, repítame los acontecimientos.



Lo hizo y agregó: “…Cortaba cañas para negociar con ellas en Girardot. Hice los atados y regresaba. En un sitio ubicado a un día de camino, río arriba por el Bogotá, los caimanes intentaron voltearme la piragua”.  El encuentro con las bestias incluyó varios ataques a la embarcación que fueron repelidos a punta de remo y machete. El singular hecho fue comentado con la comunidad y otras víctimas de los hambrientos animales.

No, insistí. No es posible. El río Bogotá nace en el municipio de Villapinzón (Cundinamarca) a 3.200 metros sobre el nivel del mar. Al pasar por ese pueblo recibe su primer bautismo de veneno por parte de las curtiembres. Le colorean su curso con una mancha roja y el líquido del páramo sangra. En sus 255 kilómetros de longitud recibe los excrementos de los municipios de Villapinzón, Chocontá, Suesca, Nemocón, Sesquilé, Gachancipá, Tocancipá, Zipaquirá, Sopó, Cajicá, Chía, Cota, Funza, Mosquera, Soacha, Sibaté, San Antonio del Tequendama, Tena, El Colegio, La Mesa, Anapoima, Apulo, Agua de Dios, Tocaima y Girardot (289 m.s.n.m.). Además, el Distrito Capital vierte a diario toneladas de material tóxico. Esto incluye las lentas corrientes de los ríos, convertidos en letrinas, como el Tunjuelito, el Salitre y el Fucha. Son 459 años de exterminio. En algunas zonas del río no hay oxígeno…

Y aún así, en varios meandros del cauce moribundo se pescan cangrejos que los gañanes devoran con avidez. Los aparceros lavan las hortalizas y las vacas de ordeño beben sus aguas sin que nazcan terneros con aletas dorsales.

Ese paisaje contrasta con el comportamiento de los habitantes de la Inspección de Policía de El Charquito, cerca del Salto de Tequendama, en Soacha.  Muchos vecinos cruzan el río Bogotá a nado. Ellos se han adaptado formidablemente a convivir entre la podredumbre de ese sanitario. El municipio sólo se acuerda de esa comunidad cuando algún suicida interpreta su último rito, la parábola del sacrificio… Bueno, y de ahí a que existan los abuelos de los dinosaurios…
El sujeto me miró imperturbable y se rió sarcástico. Consulté el caso con mis acompañantes. El calor de 33 grados centígrados y las polas frías no les permitieron interesarse por el tema. Entonces, indagué sobre la procedencia del personaje con los dueños del planchón. Ellos afirmaron: “Es una persona honorable”.

“No pueden habitar caimanes en el río más podrido del planeta”, afirmé con autoridad de catedrático. El sujeto movió sus hombros y se volvió para burlarse de mí con un gesto displicente. Se me alteró el genio. Nos preparamos para rompernos el alma a puños. Los amigos intervinieron.

José Alberto Ocampo y Pedro Torres, profesores de una importante institución universitaria, me recordaron mis múltiples defensas sobre el bagaje cultural que guarda la sabiduría popular. Hice silencio. Entre sorbos de cervezas y humo de tabaco, los ánimos se aplacaron.

Lo reté para volver al sitio del siniestro. El pescador me pidió algún dinero por arriesgarse a regresar al lugar del ataque. Intenté abortar mi viaje por el Magdalena para verificar la información, pero no tenía el mando de la expedición. Solo era un docente invitado y subordinado a la lejana disciplina institucional. No los podía abandonar porque existían compromisos afectivos muy profundos y la palabra, lo vale todo. El lenguaje decidió la situación. Se apostó una botella de aguardiente para saber quién tenía la razón.

La alegría, la duda mortificante y el milagroso optimismo se interrumpieron porque una lancha llegó para recoger al equipo de producción audiovisual del Departamento de Humanidades de la Universidad los Libertadores.




Los alumnos embarcaron en silencio. La nave, un tronco de madera hueca con unos compartimentos transversales para uso de los pasajeros, se bamboleaba nerviosa. Medía seis metros de largo por uno de ancho. Lentamente se alejó del embarcadero y puso rumbo hacia el Norte por el centro del río Magdalena. No había salvavidas para la duda que me quemaba…

El cronista debe leer la verdad en los ojos, en los gestos, en el ambiente. Es un perro de presa, un perdiguero. No deja el rastro hasta dar con la pieza. El pescador no mentía. Siete semanas después viajé de la capital a Girardot con la misión formal de pedirle perdón por mi alegato. No lo encontré. Le dejé el mensaje con todas las explicaciones del caso. Nunca más lo volví a ver.

En el río Bogotá, en el sitio conocido como “la Olla o la Bolsa” entre Tocaima y Girardot, vivían caimanes de más de tres metros de largo. Esos ejemplares pertenecían a una famosa raza. El caimán del Magdalena, el Crocodylus acutus, extinto en varias zonas del país.

La prueba de pervivencia la escribió el coronel J. P. Hamilton cuando fue agente confidencial de Su Majestad Británica ante el Gobierno de Colombia en 1824. En su libro, titulado Viajes por el interior de Colombia, señaló: “…Por la mañana temprano, el coronel Wilthew y el señor Cade fueron a bañarse al río Bogotá, que dista milla y cuarto de la ciudad. Como estaba inválido no pude darme el placer de este lujo. Toda el agua que se trae a Tocaima procede del río y viene en grandes petacas (o jarras), a lomo de burros o traída por mujeres. Hay unos pocos caimanes en esta parte del río Bogotá, pero no tan grandes como los del Magdalena…”.

Los lugareños de aquellos hediondos parajes me explicaron el secreto de la supervivencia. El Bogotá sale de su sepulcro cuando se precipita por la caída del Salto de Tequendama. Los 157 metros de vacío sirven para matar a la muerte. Algo de oxígeno reaparece. El río Apulo y otros afluentes menores logran el milagro: la vida resucita.
En aquellos días, los monstruos habían conquistado las zonas más allá de los playones. Los machos alfa entraron a buscar alimento en las piscinas de varios condominios campestres que estaban en venta, entre las poblaciones de Ricaurte y Girardot. Incluso, un ejemplar fue capturado en el río Sumapaz, en el área rural de Melgar (Tolima).

Nadie deseaba el escándalo. Los constructores pautaban en los principales medios y ante un aviso publicitario, la verdad se asesina en el matadero de las cuotas publicitarias. No querían perder a sus clientes,  también llamados “fuentes”.

El semanario El Tiempo-Cundinamarca, en su primera edición, publicó un artículo y las fotografías de los caimanes del río Bogotá. Luego vino un espantoso silencio porque un cazador, contratado para aniquilarlos, cumplía su tarea. En 1998, en la plaza principal de Tocaima vivían, entre un pozo, algunos ejemplares de esa raza ferozmente indestructible.

Intenté interesar a unos editores para que le contaran al mundo civilizado sobre el tema. Nada. No era noticia que los reptiles se negaran a desaparecer del aquel Leteo donde la hedentina rompe los pulmones.

Los planes particulares por salvar a esos bichos sólo acumularon fracasos. Los equipos de rescate nunca pasaron de ciertos puntos. La fetidez se podía oler a 500 pies de altura sobre el río Bogotá. Los recursos económicos se agotaron entre ese estercolero.

Tiempos después, una luz reconfortó la lucha vencida. En un informe de Proaves Colombia se informó: “…Estado actual de un relicto poblacional del caimán agujo (crocodylus acutus cuvier, 1807) en una zona del Magdalena medio, octubre de 2004.  “…La presencia de esta especie en el territorio colombiano se ha calculado en 235.006 km2 de las áreas hidrográficas del Caribe, Magdalena, Cauca y el Pacífico.



“Las más recientes evaluaciones indican que C. acutus se encuentra en la parte baja del río Bogotá así como en los ríos Bache, Cocorná, Man, Truandó, León, Chintado y Tapias. Según los criterios del UICN, el Crocodylus acutus en Colombia está en peligro crítico de extinción (CR), pues se estima que hay menos de 250…”.

En los años 2006 y 2007 intenté nuevos proyectos para preservar al kaimán (voz taína). Los patrocinadores me condenaron al exilio afectivo por utopía manifiesta.

En la cuaresma del 2008 regresé a Girardot dispuesto a terminar la tarea. Los atracadores del sector tuvieron la gentileza de persuadirme del intento. La antigua vía de ingreso a la desembocadura era un lugar invadido por la miseria deteriorada  en el caos.

Los tugurios son trincheras de gentes buenas y guaridas de malandrines. Necesitaba escolta policial. Los agentes del orden se negaron a oler y sentir el infierno en su expresión acuosa.

Me quedé con los recuerdos atados a la memoria.  Me fui para el lugar donde todo comenzó, el muelle flotante. Ahora denominado: “La Barca del Capitán Rozo”. El dueño del restaurante, previas averiguaciones sobre mis indagaciones, me contó: “…El año pasado por causas del invierno el río se creció y varios caimanes del Bogotá salieron al Magdalena.  Uno atacó a una señora lavandera. Le mordió una pierna para arrastrarla hacia el agua. La gritería nos alertó. Tuvimos que matarlo a machete…” El triste desenlace me alegró. La población  mantenía su crecimiento a pesar de Colombia.

También narró las aventuras de un viejo pescador que se murió aguardando una botella de aguardiente que le debía un periodista. Fue un golpe bajo porque lo busqué durante casi tres años por los puertos y burdeles del alto y medio Magdalena para ofrecerle mis disculpas. Siempre llegué tarde. Mis recados viajaban con la tardanza calentana.

El 4 de marzo de 2008, sentado en la parte nueva del planchón,  me bebía la fúnebre noticia. En ese momento un grupo de caminantes dejó caer, desde el puente vehicular, montones de pétalos de rosas sobre el Magdalena. El homenaje fabuloso despedía mi deuda con un perfume delicado, la absolución. Miles de flores rojas teñían el sol para despedir a mi nostalgia. Sus besos viajeros se posaron sobre la ruta de mis sueños con caricias de viento.

La realidad me regresó a la victoria del trauma. Los huevos incubados por los caimanes en los playones del río muerto siguen eclosionando sus crías invencibles. Los descomunales hocicos lograron burlar el oficio de los escopeteros. Un comunicado de prensa de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), fechado el 18 de marzo de 2008, puntualizó:

 “…En estado crítico se encuentra el Cocodrilo Americano, también conocido en el centro del país como el Caimán Aguja o Caimán del Magdalena, localizado, según el estudio, en la parte base del río Bogotá y en la cuenca del río Negro…”.

Las ironías no pueden faltar en mi destino. En diciembre de 1995 tomé vacaciones y opté por no saber nada de los periódicos. El Tiempo, en su edición del día 16, publicó una nota que me habría ahorrado muchas ilusiones y sinsabores.

La información se tituló: “Caimanes playeros en Girardot”. “…Como cumpliéndole una cita al sol, al mediodía los caimanes salen del agua marrón y demuestran que son una leyenda que sobrevive entre los ríos Magdalena y Bogotá. Es la hora en que duermen la siesta sobre una playa improvisada…”.

En conclusión, en mi última visita a la caimanera del río Bogotá  realicé tres intentos para saludar, desde una saludable distancia, a sus admirables carnívoros… María de los Alisos, mi amada morena, prometió convertirme en filete para cocodrilos si la volvía a abandonar entre las cálidas brisas de la Ciudad de las Acacias.

viernes, 30 de octubre de 2009

Pilastra rota

La dirección editorial de Farsolandia se permite fijar una posición sensata sobre el justo despido de la columnista que, en un acto de inteligencia alienígena, logró descubrir que la familia Santos, la política y el periodismo son una sagrada trilogía llamada poder.

De acuerdo con el Manual de rectificación y credibilidad de don Laureano Gómez, supremo abanderado de las ideas de avanzada, la crisis se debió manejar así:

1. La reaccionaria columna no se publica y la redactora recibe una sanción jurídica. Control ético del gremio.

2. La contumelia artera y comunista se denuncia enfáticamente por la multimedia (diario, canal, revistas, sitios Web). La fuerza mediática pone al descubierto las conductas culposas y protervas del libelo infamatorio.

3. Los directores de los grandes medios, en un gesto de solidaridad, le cierran sus puertas con un titular de ignominia.

4. El Tiempo se declara víctima abusada por un tenebroso complot contra la objetividad, el culto a la verdad, la libertad de prensa y el derecho a la información.

5. La SIC le entrega a El Tiempo el premio Mártir de la libertad de expresión. Colombia marcha en un acto de desagravio moral.

6. La gacetillera traidora es reemplazada por el eminentísimo prohombre Ilmo. Sr. Dr. D. José Galat, para que defienda la vigencia de los principios inmutables.

7. Un mes después, la nota del conato de escándalo se publica en la sección de obituarios, sepulcro de la mentira.

lunes, 10 de agosto de 2009

Yankees, welcome home

“…El presidente de los Estados Unidos es nuestro tótem y las bases militares son templos sagrados en cuyos altares oficiaremos el ritual de bienvenida a los marines…”.

El soberano dogma fue promulgado por un miembro del Centro Cultural Rafael Videla. Mi carcajada sonora y vigorosa aplaudió el sarcástico apunte. El ilustre personaje será premiado con la observación de mi colección de gorras made in USA. El colega contemplará un ejemplar original The big red one usado por la heroica Primera División de Infantería U. S. ARMY EST 1775.

La veneración por el invasor, emanada de una elevada conciencia vernácula, generó una trifulca esquinera y beoda. Infortunadamente, las fuerzas del orden no llegaron para someter a garrote a la turba insolente. Tuve que usar un argumento patriótico para llamarlos a la cordura: “Eviten ese frondio exceso de chauvinismo sabatino porque en Turbaco (Bolívar) tuvieron la gentileza de celebrarle el cumpleaños a Barack Obama”. Afortunadamente, el agrio licor republicano los tenía en el punto donde el brindis de chichería los vuelve conservadores.

Aproveché ese estado etílico para orientar sus vituperios hacia el ideal supremo. Les demostré la diferencia radical que existe entre la sublime civilización anglosajona y la vulgar mediocridad de los gamonales lupanarios enquistados en Sudamérica. Los zurdos, alcoholizados por su atrofiada servidumbre al leninismo, soltaron sus consignas repetidas en el nefasto primero de mayo.

Mi apostólica paciencia les explicó el porqué se gestó la maravillosa incursión yankee. Sencillo: La operación militar extranjera celebrará el Bicentenario de la Independencia Nacional. Me costó horas enseñarles los motivos que tuvo el Tío Sam para enviar sus portaaviones a instaurar el orden moral en estos chircales del soborno.

La primera razón es que la CIA no está recibiendo los dólares que la exportación de cocaína le produce a las Farc.

El dinero sucio, necesario para financiar operaciones limpias contra los talibanes, se perdió entre las arcas corruptas de Hugo Chávez. El homúnculo castrista se dedicó a sobornar las venas abiertas de Correa, Morales y Ortega. Por esos ductos circula la viciada hemoglobina proletaria.

Aquellos indígenas, ataviados con trapos presidenciales, predican que la litolatría es un retorno victorioso a los rituales cavernarios precolombinos. Los bastardos del libertinaje libertario de Bolívar esclavizan a las hordas del bochinche con la demagogia espuria de la argucia. Los hematófagos latinos destazan los estómagos de sus pueblos con raciones de suero.

Los mayordomos, administradores corruptos de las fanegadas sembradas por la revolución del desempleo, pusieron el grito en el televisor. Las bataclanas de Venezuela, Ecuador y Bolivia aullaron porque el patrón llegará para pedirles cuentas. Las repúblicas cocaleras esquilmaron al Imperio americano…Y la Sargentona de Miraflores se puso histérica.

Ella necesita un remedio para sus olvidos de pollo porque es una gallina que está perdiendo la memoria. Ya no se acuerda que le pasó a los forajidos Manuel Antonio Noriega, Salvador Allende y Saddam Hussein, entre otros fanfarrones. La retórica levantisca de esos truhanes sirvió para aumentar el presupuesto militar de los Estados Unidos. El gasto de pólvora en gallinazos se invirtió en teñir de gloria las garras del águila calva.

El recordatorio, para el mulato venezolano, es un aviso premonitorio. Su guardia jenízara lo venderá y lo entregará para solaz de la soldadesca, al estilo romano.


Expuesto el punto de la discordia es necesario salir del párrafo de los traidores para ingresar en las líneas de los matachines. Lo cual incluye cruzar la talanquera de la platanera para llegar a las maniguas de Farsolandia.

Allí, la gente de bien, clama por una invasión del sentido común apoyada por un pizca de sinceridad. A Colombia sólo se le pide que sea verdad la mentira. Por favor, coherencia entre el fraude y el sofisma. La coloquial y atrofiada cuna de Pacho Santander celebra el bicentenario de la infamia (año 199) con una marcha repleta de boñiga académica.

¿Quién sería el genio que determinó el rumbo de la manipulada Ruta Libertadora? El Ministerio de Cultura logró desbarrancar la poca identidad que había en esas trochas. Los caminos de herradura aún conservan el olor sudoroso de los libertadores de América, pero los perfumaron con meadas y papayeras.

La señora ministra y sus negros asesores decidieron adulterar la ruta e impunemente variaron los recorridos. El simulacro de cabalgata partió de Pore (Casanare) el 20 de julio.

El criminal hecho liquidó a mi egregia profesora de Historia Patria. Todavía la recuerdo cuando le enseñó a un condiscípulo el heroico trayecto. La delicada pedagoga tomó una regla de madera y le dijo: “Señor, estire la mano y repita después de mí…La Campaña Libertadora de 1819 partió del pueblo de Mantecal, Estado de Apure, en Venezuela, el día 27 de mayo…”.

El golpazo hizo retorcer a Pombo. El eco onomatopéyico aún suena en mis oídos. Cada sitio fue memorizado por un grito de colegial dolor. “…Guasdualito, Arauca, Pastora, Siramón, Betoyes, Tame, Corozal, Chire, Moreno, Brito, Pore, Nunchía, Morcote, Paya, Páramo de Pisba, Socha, Belén, Cerinza, Santa Rosa de Viterbo, Pantano de Vargas, Toca, Tunja, Puente de Boyacá, Ventaquemada, Chocontá y Santafé…”.

El sacrificio de la docente, para formar al estudiante, resultó inútil. Sus familiares me llamaron para notificarme el deceso de la maestra. Ella escuchó la transmisión de Señal Colombia y decidió morirse…“Horrores prefiriendo a pérfida salud”, así canta el himno de Núñez.

Los periodistas, que cubrían el evento caballar, apoyaron sus lamentables informes con los comentarios analfabetas de chinas valentonas disfrazadas de monigotes. Ellas repetían las retahílas aprendidas en las escuelas públicas donde se venera la mentira fundida en bronces de plazoleta. La genial estrategia militar de pasar por Pisba asesinó a la mitad del ejército sin disparar un cartucho. Fue una soberbia demostración del trastorno mantuano. Los lugareños de Socotá afirman: “Sumercé, a los soldados llaneros los mató el mal del páramo o sea quedaron emparamados”.

El irrespetuoso y grotesco carnaval finalizó con una peregrinación de semovientes. Los bridones esqueléticos, tras sucesivos relevos, relincharon fatigados. Las romerías de buhoneros y calentanos descalzos querían palmotearles las grupas en un gesto propio de un espectáculo circense. La fiesta cumbre del malabar histórico ocurrió el pasado siete de agosto, en el Puente de Boyacá.

Los organizadores del fracaso institucional querían celebrar los 190 años de la legendaria batalla. Las muchedumbres se quedaron con los crespos hechos. El presidente Uribe no asistió porque su Seguridad Democrática no le permitió untarse de carnestolendas.

El altar de la Patria fue profanado por las jaurías de lobos que se dedicaron a fagocitar sus viandas sabaneras. La Yurleidis y el Brayan Alexander llevaron a su Jeison a que hiciera popó debajo del puente. Las aguas del río Teatinos se llevaron la fetidez de una historia redactada por embusteros amnésicos y relatada por mitómanos.

Los mamertos callaron. Un bravío grito de independencia emergió de sus gargantas: “Yankees, welcome home”.

jueves, 16 de julio de 2009

Bullaranga de animal grande

Farsolandia, en uso de sus facultades legales de orate circense, tipificó un sanguluto verbal. Las discusiones provinciales pasarán a formar parte integral del primer dogma nacional, el absurdo.

El primer caso, lo ilustran las diatribas entre los cuidadores de un narco-zoológico y los cazadores de hipopótamos en el río grande de la Magdalena. Los monteros usaron el sagrado derecho del fusil para defender el ecosistema calentano. Lo increíble es que sean atosigados con el corito celestial: “Hijueputas”. ¿Por qué no llamarlos hijuepótamos?

Los defensores de los pesados artiodáctilos deberían estar persiguiendo a los criminales (sus patrones) que tienen a más de 1.000 especies nativas al borde de la extinción.

¿Por qué será que los hijos de Farsolandia siempre se dan en la jeta por defender las pezuñas extranjeras?

Bienestar Social puede entregar esas bestias foráneas al apetito voraz de los famélicos desplazados del parque Tercer Milenio. Haga patria, cómase un hipopótamo.

La congregación pro Hippopotamus amphibius harían bien en entender que el Creador del universo estableció el hábitat africano para esos herbívoros corpachones. Además, sus ataques a las piraguas mantienen un control natural sobre las etnias de ébano.

Mi tesis conservacionista le súplica a los importadores de fauna silvestre que no vayan a aclimatar yaks tibetanos en el Nevado del Cocuy ni ornitorrincos en la laguna de Chingaza.

Mi planteamiento espera también un agravio eco-semántico que ningún mulero caldense pueda traducir a la infamia sonora. Así, la comisión de lexicografía de la Academia Colombiana será enriquecida por el insulto y denigrada por el elogio.

Quizás ese modelo lingüístico inspire al técnico del equipo América, Diego Édison Umaña, para modificar su singular invitación al Pascual Guerrero de Cali: “Americanos, va la madre si no llenamos el estadio”. Aplausos para el estratega de la sonora afrenta.

El denigrante epíteto que usará Umaña contra las progenitoras vallunas tiene una validez legendaria. Las reyertas callejeras recogen el vademécum de las enfermedades venéreas y las juntan con el oficio de las ex vírgenes vestales. Ahí, justamente, nace la típica, ibérica y legendaria “mentada de madre”.

Desde luego no tan altisonante como en las dehesas de Muequetá. Allí, el dialecto sabanero quedó preñado por las jergas fulleras. Hoy, en Bogotá, se escuchan frases criptográficas que surgen sin piedad del pudor comunicativo de los traquetos. Esos truhanes, según número de cédula, hacen fila en las taquillas del estadio El Campín para reclamar su derecho a ser estafados por el sistema financiero y el Estado corruptor.

La patria de Santander, una celestina complaciente, invitó a los guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes jailosos para que confesaran su vergüenza de tipo plantígrado. Ellos aceptaron haber sido vacunados por parte del criador de porcinos don DMG. (Denme millones, güevones).

Farsolandia y su folclor demosófico tienen tres nuevos cantos para novelizar su desgracia. Los fanáticos “americanos” aprendieron que el berrido del arriero los orienta en sus afectos futboleros. Los pescadores antioqueños crían hipopótamos nacionalizados en fincas ganaderas. Y los mafiosos ponen cara de marrano cuando reclaman las migajas legalizadas por el atraco de la república de Uribe Babá… Nos mordió Pepe, el hipopótamo.

lunes, 29 de junio de 2009

Uribe está culeco

El huevero mayor de Farsolandia sólo produce gallinaza.

En el Foro Internacional de Responsabilidad Social, Uribe el mayordomo de los mandatarios, recibió una frase síntesis de la desgracia nacional: “Presidente, usted tiene huevo”. Liliana Pardo, autora del momento, le entregó un huevo y agregó: “A nombre del movimiento Tiene Huevo Presidente, porque usted tiene huevo y se lo tiene merecido”.

Así se incubó otro instante patético en la nidada histriónica donde la mediocridad se cloquea. Al infamante percance, entre huevones, no le bastó con el ridículo público sino con la internacionalización del huevar. La huevonada le dio la vuelta al gallinero porque Álvaro cacarea su reelección.

A Uribe le faltaron huevos para manejar la situación. Si es un tirano, como lo tildan en la izquierda oligárquica del Polo, debió convertir en tortilla a la heroica criatura.

Si quería dárselas de pedagogo, pues zámpele un bofetón de padre y señor mío por irrespetuosa. Déle zurriago o en su defecto machete para estar a tono con las fiestas del San Pedro.

Si la opción era demostrar tolerancia, la salida digna requería nombrarla asesora de sus críos, Tomás y Jerónimo. El par de sujetos son conocidos en el bajo mundo con los alías de Tom y Jerry porque les encanta montar empresas de huevas.

Si necesitaba ratificar su dudosa condición de ser humano habría hecho bien al quitarse sus alas de pájaro (paramilitar) y aletear cual terodáctilo hambriento.


Si deseaba demostrar que el yoga combate la iracundia, bien podría haberla atragantado con el apéndice de la gallina. Eso es parte de la propedéutica democrática: Amordazar.

Nada. Uribe nunca coincide con el libreto de las comedias electorales. Cuando se espera un crimen espontáneo se ciñe a la babosada. Y cuando las babas reclaman la dignidad varonil del berrido, él sale con alegatos frondíos.

El incidente entrará a la historia de las nidadas porque huevonear es parte de las ponedoras muiscas. Si al menos el huevote hubiera ocultado una granada, pero sólo tenía una yema política. El obsequio me indicó que Uribe no es un déspota del tipo Juan Vicente Gómez porque este colgaba a los cuatreros de los huevos.

El bochornoso espectáculo no me aclaró una duda. ¿Autócrata o pollo capón? La respuesta la tiene la intrépida huevera. Ella posee más huevos que los terroristas de las Farc y menos que los estudiantes de la Universidad Nacional, modelo 1967.

La dueña de la huevería logró favorecer al sector avícola de la recesión económica de Farsolandia, que técnicamente no existe, porque los hueveros promociona sus ventas con el anuncio: “Cómpreme el huevo de Uribe”.

Los restaurantes de la plaza del Siete de Agosto ya ofrecen la mazamorra de criadilla y el caldo de raíz con revueltos al estilo la Casa de Nariño.

En Palacio, el Batallón Guardia Presidencial le rinde honores a la bandera cuando los gallos de la Candelaria cantan: “Uribe tiene huevo de avestruz”.

lunes, 8 de junio de 2009

Apostillar, la pústula del trámite

La nueva teoría del fracaso farsolandés se llama: Apostillar. El Diccionario de la lengua española (RAE vigésima segunda edición) dice: “Apostillar: Poner apostillas”. Y, ¿qué son apostillas? Esa palabra no aparece en tan sabio lexicón. (Por algo somos latinos). Existen significados para apostillarse: Llenarse de postillas. Postilla: Acotación o glosa de un texto. Postilla: Costra.

En síntesis, estoy como el Ministerio de Relaciones Exteriores. No se cómo empezar a descifrar el significado de aquello que no existe, pero que sirve porque no se necesita. Quizás la vaina esté por el lado de la tal apostilla de La Haya. En francés: apostille que es un método simplificado de legalización de documentos.

La idea le corresponde a los criaderos de lagartos llamados consulados. Allí los funcionarios estatales viven para agachar el espinazo y crearle postillas (costras) al presupuesto nacional.

La mediocridad diplomática se da silvestre en la caótica Colombia. Es vital tener a un pariente lejos del país para estar a la moda. Mientras tanto la familia del exiliado planea la fuga hacia la civilización, Estados Unidos y Europa. El plan incluye un sometimiento radical a la tramitomanía para legalizar lo legal.

Obviamente, Farsolandia logró un registro mundial en pereques y talanqueras. La mejor ayuda para el desterrado consiste en destrozarle la esperanza. No podrá cambiar de nacionalidad sin que sus familiares sean torturados con la eficiencia criolla.

Pasos para apostillar. 1. Telefónicamente comuníquese con una máquina que habla gangueando para que su cita sea asignada. Las primeras 15 marcaciones le sonarán ocupadas como muestra del ágil servicio.



2. Asista a la cita. Haga una interminable fila. Busque en el listado su número de cédula y código asignado por el aparato gangoso. Si por milagro sus números aparecen en la lista, cuya letra obliga a la revisión con microscopio, págueles una misa a las benditas almas del purgatorio por los favores recibidos.

3. Al entrar hay que repetir la búsqueda del código tres veces consecutivas para justificar la presencia de los policías.

4. Si logra ingresar hará otra fila para que un funcionario reciba sus documentos. En este instante triste aparece una secretaria para revisar que los papeles cumplen con los requisitos para apostillar. En caso contrario deberá volver a empezar porque nadie le explicó el cómo funciona la estulticia nacional. Si todo está en orden un burócrata le preguntará para qué país van y usted contestará un cuestionario. Luego deberá soportar 45 minutos de la venganza tecnológica. El sistema operativo del computador no funciona y el ingeniero salió…a tomar chicha recalentada.

5, 6, 7 y adivine. Fila para pagar los 25.000 pesos por cada comprobante apostillado. Espere turno preasignado para que dos empleados le reciban sus títulos. Sí, dos inútiles sueldos. Aguarde hasta que le llamen y le entreguen una hoja impresa. No olvide revisar los datos. El error lo devolverá al paso uno sin anestesia.

8. Los certificados de estudio deben ser autenticados y tener el aval de la Oficina de Registro y Notariado porque sin ese retroceso criminal no son válidos. La vigencia del proceso es de tres meses. Si deja vencer los términos no habrá misericordia.

Conclusión, los colombianos expatriados deben recordar que el Estado del cual huyeron es su enemigo vitalicio. Si regresan háganlo como don Pablo Morillo y su ejército expedicionario. Levanten patíbulos desde Cartagena hasta Popayán para colgar de las fauces a los reptiles que se alimentan de los trámites costra.

viernes, 29 de mayo de 2009

LOS AXIOMAS DEL COLOMBIANO RASO

La idiosincrasia de la colombianidad logró pervertir el libre albedrío en su fase operativa. El mal averió la conducta en grado superlativo. El fenómeno afecta las decisiones del sentido común sin importar los códigos éticos. La epidemia fue gestada por el estupro étnico caribe precolombino-íbero-morisco con el África subsahariana. La emergencia requiere soluciones inmediatas.

Mis amigos, en un gesto patriótico, iniciaron una cruzada para denunciar y exterminar al antagonista número uno del progreso mundial: La colombianada. Me uno a su gesta con un resumen axiomático de las manías que convirtieron la nacionalidad en una acusación inapelable: ¡Es colombiano!

1. La mediocridad. Es el patrimonio cultural e inmaterial de la Colombia mestiza.

2. La filosofía del subdesarrollo. El rebuscador piensa que la trácala, la trapisonda, el sofisma, la marrullería, el incumplimiento, el resabio, la malicia indígena y la falacia ladina son sinónimos de una inteligencia superior.

3. El indio taimado. Herencia muisca que indica la proximidad de una soberana calamidad. Requisito sine qua non para ejercer la preconcebida prerrogativa de gestar el meollo del caos.

4. Hacer la maña. Comportamiento perverso que inmoviliza al individuo y su adelanto social en un altanero círculo de vicios.

5. La tecnología chapucera. El técnico “todero” predica que las máquinas bien hechas se hubieran podido falsear. Las piezas de segunda y robadas ahorran los costos de producción.

6. El desecho foráneo. La moda decadente que llegue con décadas de tardanza a Farsolandia es una meta de avanzada.
7. La argucia de la justificación. Argumento que invita al parroquiano a idear un concepto inválido para instituir la derrota como el primer triunfo moral de su especie. (“Nos faltaron cinco centavos para el peso”).

8. La mecánica de la falsificación. Cualquier aparato en funcionamiento se debe convertir en una pieza inútil, costosa y ofensiva. El colombiano llama a ese adefesio recursividad.

9. La calumnia. Es el mayor logro de la credibilidad nativa. Esta imputación falaz es el arma de las sirvientas, pero es válida en los estrados judiciales.

10. La disculpa falaz. Teoría retardataria usada por los gremios del desastre. Este segmento poblacional ama el imperativo del error protervo. Fontaneros, zapateros, talabarteros, electricistas, mecánicos, obreros, carpinteros, sastres y demás tarmanganis son la obra manual de la anarquía. Ellos tienen una sola respuesta para explicar su perpetua capacidad para incumplir, desgraciar y mentir: “Fue que, que fue que…”. El único remedio es el fusilamiento in situ.

11. El soborno. Es la primera ley del Estado legalista. Es el alimento jurídico. El pasaporte al delito. La cédula del delincuente.

12. El Síndrome del Avispado. Esta patología es propia de la desgracia paisa y calentana. Los portadores del virus dicen que estafar al turista es una victoria económica. La estulticia folclórica insiste en que el ingenio vernáculo es digno de exportar. (Por algo las potencias mundiales los fumigan con glifosato).

13. La trilogía perversa. Mensajeros, porteros y secretarias son los líderes de la resistencia pasiva, los enemigos vitalicios del éxito empresarial. Mientras la dictadura de ese triduo nefasto exista, la aldea del TransMilenio será un proyecto de barrio.


14. Las frases del servicio al cliente. Son las normas diseñadas para desvertebrar a la esperanza: “Haga la colita”, “venga por la mañanita, “aguarde tantito”, “saque una fichita”, “le falta un sellito” y etcétera. El diminutivo anuncia la debacle.

15. Los verbos inolvidables. El uso de la sinonimia es obligatoria en la involución de la materia: Alterar, contrahacer, adulterar, desnaturalizar, falsear y corromper.

16. Los mandamientos de la moza (en colombiano, “ley mosaica”) fueron resumidos en versión popular.

a). Amarás la chambonada sobre todas las cosas bien hechas.

b). Asistirás a las fiestas de balde. Llegarás con unos compinches borrachos, vomitados y manilargos.

c). Conjugarás el verbo “moteliar” en Melgar. Esta etapa determina el paso del onanismo hacia el sátiro energúmeno.

d). Robarás al Estado y a tu prójimo como a ti mismo.

e). La ensalada del melón de árbol: “No dar papaya y no perder papaya”. Es la máxima de la civilización del machete.

17. El servilismo. Acto socarrón previo a una venganza romana.

18. La paradoja del mentiroso: “Mienten cuando dicen la verdad”.

19. El aullido del lobo. Condición arribista del traqueto espurio donde impera el embuste escandaloso.

20. El tiempo futuro. Mañana es la historia de Farsolandia porque la única memoria que se conserva es la amnesia.

martes, 19 de mayo de 2009

El nudo corredizo

TransMilenio es la venganza capitalina sobre los provincianos arribistas. El vergonzoso sistema para empaquetar, encajonar y asfixiar gente es la versión desmejorada de los funcionales trenes que aprovisionaban los campos de Auschwitz, en Polonia.

El perverso medio sólo beneficia a los dueños de un vehículo porque les ahorra dos horas de sueño, 15 mil pesos de parqueadero, tres galones de gasolina y les evita la calvicie prematura por la cantaleta conyugal en un semáforo dañado. Esas ventajas soberanas tienen ñapa: Llegan temprano a la oficina. Hasta ahí, la fantasía del corral rojo es insustituible.

El resto es la epistemología del tumulto aplicada a las corralejas.

La fila, para comprar una tarjeta-pasaje, avanza tan rápido como la cajera lo permita. Luego, la masa desbocada intenta ingresar al vagón-paradero por cuatro registradoras. Dos son de salida. De las otras dos, una no lee las tarjetas. La que funciona es usurpada por una señora embarazada, gorda e hinchada. Ella intenta meter un caminador, con su respectivo sute amarrado al tetero, tres jotos boyacenses, un pañolón y cuatro chinos menesterosos.

Cuando el técnico desarregla el problema, los avispados pasan sin pagar. Los colados atraviesan el primer obstáculo junto a la turba jadeante. Ellos se instalan sobre la mancha amarilla para violar la prohibición. El letrero dice: “Dejar salir primero es entrar más rápido”. La lectura es decodificado por la colombianada. “Entrar más rápido es no salir primero”.

En este punto del impacto, las muchedumbres chocan sus fuerzas derrotadas contra las necesidades del salario mínimo. Ahí se desencadena el averno. Surge el demonio cavernícola criado con enjuagadura láctica de mamut siberiano.


Él puede, a punta de codazos, ingresar. Es el gesto brutal, fuerza tele somática que traspasa la materia. La bestia energúmena aúlla victoriosa cuando se aferra a la varilla central. Allí estorbará el paso a los bultos ingresados a la brava.

No puede ser posible. Ya escribí una página y aún no me subo al bus. Suplico a la ira santa para que mi Dios bendito borre, con el fuego aplicado a la impía Sodoma, la estación, los portales y toda mentira motorizada que atente contra la evolución móvil. La respuesta del Altísimo es redentora: “Toma tu cruz y sígueme”.

El mandato es inapelable. Simplemente permito a la inercia que me comprima en el vientre de la próxima máquina. Dentro suceden vainas raras.

Una señorita, palabras en desuso del castellano moderno, me mira risueña y me dice: “Señor, le está sonando el celular”. La contemplo agradecido: “Ala, hazme el favor de contestar porque no puedo bajar los brazos”. La muy servicial réplica: “Y si es su novia qué le digo”. Dile: “Que estoy atorado en un ergonómico TransMilenio. Mi amada comprenderá el porqué soy candidato al martirologio romano”. La ninfa intenta sacar el teléfono y se sonroja. “Uy, padre perdone...”. Los batracios del lado sonríen maliciosos. No falta el comentario soez que ameritaría unos gargarismos con alquitrán ardiendo.

En la siguiente estación se comprimen siete personas en un metro cuadro. Entre los asfixiados sobresale un obrero mediapala en celo. El sujeto, con cara de Tribilín, le habla a su damisela: “Ustedes, las mujeres, son como las rosas: lindas por fuera y por dentro repletas de espinas”. Teofrasto de Ereso, padre de la botánica, me clama para que le azote el cogote con un rosal. El diálogo romancero, y sus frases sin lógica vegetal, me obligó a descender una parada antes de lo habitual.



Esta vez fui misericordiosamente expulsado a un atestado cajón donde un estudiante forcejeaba con un truhán. Le había robado la billetera. Los chismosos solidarios le pedían socorro a un policía desarmado. Al fin pude salir (por la puerta de entrada) de aquel túnel infame donde se gesta el mito de la caverna.

Infortunadamente me quedé en la frontera sur de Chapinero. Los antros tenebrosos tenían sus escondrijos abiertos. Las callejeras usaron el protocolo debido a las braguetas bravas para saludarme. Los guapos me hicieron una calle de honor. Seguramente, Dios quiso premiar mi obediencia, con una catequesis sobre el salmo 91, por usar la desgracia motorizada: “…Pues ha dado a su ángeles la orden de protegerte en todos tus caminos…”.

Al llegar a la congestionada 63 se me acercó un apache. “Oiga, llave. Le vendo un lavamanos”. La pieza de porcelana era una antigüedad. El armatoste, un digno representante del patrimonio arquitectónico de Teusaquillo, le doblaba el espinazo.

El rufián, molesto con mi inquisidora mirada, se alebrestó y me amenazó: “Pues se bajó del billete porque necesito para un TransMilenio”. Le contesté, entre asombrado y colérico: “Usted, garnúplea de quinta, piensa atracarme con un lavamanos…”. El malandrín refutó: “Voy de patecabra y tal”.

Afortunadamente, mi renitis alérgica se había convertido en gripe. Le informé al ratero: “Tengo la peste porcina” y le solté un abundante estornudo en su demacrado rostro. La sabandija huyó dando brincos y alaridos. El fugitivo gritaba: “Me pringó el marrano”. No se queje, sabandija mugrienta, y báñese la jeta…en el lavamanos.

En conclusión, el único sistema de transporte masivo que funciona en estas breñas andinas es el mulero. Desde el siglo XVI, la voz del progreso es el patrimonio de la arriería: ¡Uiste! ¡Uiste, mula! ¡Atájenla! ¡Santa Bárbara bendita! ¡Viene TransMilenio!

martes, 10 de febrero de 2009

Paremiología cachaca

El arte de mamar gallo con la sabiduría popular es un elegante pasatiempo de cachifos y cofradías. Dentro de esa línea conceptual, el refranero nacional permite jugar con los dichos al redactar desde lo popular hasta lo culto.

Este defensor del folclor capitalino decidió hacer un aporte, en el dialecto chapineruno, para la voz griega paromia. La negrilla muestra el adagio original. Se sugiere leer en tono rolo para que suenen las erres.

Tanto jode el perro con la cotiza que al fin se la jarta

El exceso de retozo canino con la sandalia rústica finaliza con una deglución voraz.

Toro viejo cuando se encarama preña

Bovino añejo cuando copula fecunda.

Caballo grande ande o no ande

Equino descomunal desplácese o no desplácese.

Los errores de los médicos se tapan con tierra

Los yerros de los galenos se cubren con el polvo telúrico.

Reunión de zorras, perdición de gallinas

Congregación de cánidos astutos, degollina avícola.

Una cosa piensa el burro, y otra el que lo arrea

Una idea cavila el humilde borrico, y otra el que trajina con las bestias.

A caballo regalado, no se le mira el colmillo

A solípedo de cuello y cola poblados de cerdas largas, objeto de
donación, no se le observa la pieza dental incisiva.

Es más constante que un coto

Tan perseverante como un bocio.

Carne de cura da locura

La corporeidad del presbítero produce privación del juicio.

Más contento que marrano estrenado lazo

Está poseído por la intensa euforia porcina en debut de soga.

Las cabras tiran para el monte

Los caprinos domésticos son proclives a frecuentar la región boscosa y montaraz.

Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente

Crustáceo decápodo que sueña es acarreado por la acometida de las mareas. En algunos casos, el vulgo impertinente agrega que el durmiente es sodomizado por batracios sátiros.

Cachetada en cuero ajeno no duele

Bofetón en cutis impropio no genera hematoma.

Al mejor cazador se le va el conejo

Al campeón de la cinegética se le fuga el gazapo.

Bebe más que macho asoleado

Supera en abundantes libaciones al mulo insolado.

Maldición de gallinazo no me cae en el espinazo

Anatema de zamuro no me golpea la estructura vertebral.

Barriga llena, aguanta azote

Aparato digestivo ahíto, soporta el restallar del látigo.

Cuando el pobre lava la camisa, ese día llueve

Si el menesteroso enjuaga la franela, el chaparrón es repentino.

Al que Dios le quiere dar, no es menester cavar

Al que el Altísimo, según su santa voluntad, le quiere otorgar no le toca perforar tremendo y profundo socavón.

Soldado avisado no muere en guerra

Conscripto informado no fenece en cruenta lid.

Casado pero no capado

El sujeto de condición conyugable estable no está emasculado.


El que nace para buey del cielo le caen los cachos

El personaje parido para ser bóvido capado del éter le descienden las cornamentas.

En boca cerrada no entra mosca

En cavidad bucal hermética no ingresa díptero braquícero.

En la tierra del ciego, el tuerto es rey

En la parte superficial del planeta donde nadie ve, el de la vista torcida es un monarca.

Estoy tan lleno como garrapata de yegua vieja

Me encuentro tan atiborrado como ácaro ovalado en pellejo de semoviente vetusto.

Hijo de tigre sale pintado

El descendiente de un felino carnívoro y feroz hereda sus rayas.

Más dormido que pata hinchada

El dormilón supera el onírico estado del miembro inferior inflamado.

No crea que el indio sea pobre porque la maleta es de hojas

No conjetures que el aborigen sea paupérrimo porque la valija es de folios.

Vaca chiquita siempre es ternera

La vaquillona, por su pequeña alzada, tiende a ser becerra.


Tras que éramos muchos y parió mi abuela

El celo demográfico nos tenía agobiados y la ascendiente dio a luz.

Tras de corneado apaleado

Después de ser atropellado por un cornúpeta furioso, lo aporrearon.

Tiene más carne un zancudo en la punta del ala

Posee más tejido cárnico un artrópodo en el extremo del apéndice utilizado para el vuelo.

Los secretos en reunión son de mala educación

Los arcanos en asamblea son de pésima crianza.

Quien con el lobo se junta a aullar aprende

Aquél que se regodea con canis lupus adquiere amplia experiencia en ulular.

Pueblo pequeño infierno grande

Aldea minúscula averno gigante.

La leche fortalece y la chicha embrutece

El líquido perlático de la consorte del toro vigoriza y el vino de maíz atrofia el uso de la razón.

domingo, 1 de febrero de 2009

Barack os mama

El triunfo de la democracia estadounidense es el vicio de las ilusiones, un castigo de las muchedumbres. La malévola dictadura del gentío generó un episodio que difamó a la Historia con sus pequeñas anécdotas de cantina.

La posesión del señor Obama no me dejó más alternativa que rebautizar a la Casa Blanca con el mote de “La cabaña del tío Tom” porque las reformas continúan.

El presidente, de melanina carmelita y rasgos caucásicos-polinesios, mandó adornar la Oficina Oval con un cuadro de su héroe, el guerrero shaka zulú. Agregó a su biblioteca personal un ejemplar del libro Raíces firmado por Alex Haley. La filmoteca contará con una nueva copia de la cinta Mississipi en llamas. Además, el funcionario escuchará el poema tonal de Duke Ellington titulado Black, Brown and Beige (Negro, castaño y café con leche) que lo identifica plenamente.

Con esos cambios trascendentales, el mandatario mestizo quedó atrapado entre las retahílas y las promesas por predicar porque él es un isleño. Sólo sirve para pescar o remar según lo determinen las mareas del poder. La “Hermandad Blanca” no lo dejará gobernar al estilo cowboy.

Lo fascinante de este ocaso triste radica en el aporte del Ku klux Klan. Ellos, los genios de la economía informal, vendieron miles de juguetes para negros en un período de recesión global. La división de mercadeo logró embaucar a la raza de ébano con una jugada maestra del engaño consumista. Los usuarios del capirote blanco montaron un negocio de ocasión. Las negritudes compraron máscaras de caucho, afiches, boletas, banderas, camisetas, muñecos de vudú y toda una serie de artículos manufacturados con una efigie de rostro presidencial.


Los señores de la triple K les ofrecieron jarabes para la tos, les otorgaron citas para consultar especialistas por faringitis de turba desencadenada. El ardite racista les produjo millones de dólares libres de impuestos. Los yanquis convirtieron una desgracia continental en una fábrica de oro.

Y de ganga, les susurraron promesas de largo plazo como la pacificación del conflicto judío-filisteo, el cierre de la cárcel de Guantánamo y el retiro de las tropas de Irak. La realidad soltó tremenda carcajada.

Y antes del fin, una
mirada el ridículo vernáculo.

La acomplejada Farsolandia no podía quedarse atrás en el concierto de los arrebatos foráneos. Los mostrencos levantaron palenques ante la fuerza mediática de la fantochada. Los negros de Puerto Tejada, en un acto de patriotismo caucano, celebraron la posesión de Obama como si fueran a ser poseídos por el semental hawaiano.

El espectáculo provincial muestra el revanchismo intolerable de una patria decadente. El arribismo folclórico decoró los cueros con The Star-Spangled Banner (la bandera llena de estrellas). Pobre terruño manoseado por los perjurios electorales del Tío Sam.

El mal ejemplo cundió por la inexplorada manigua nacional. La pasión idolatra le edificó altares al amo forastero y embriagó de espanglish el corazón desamparado del criollo farsolandés. Los desventurados anónimos vieron en Obama un ídolo para arrodillarse en nombre de la libertina Doctrina Monroe.

En síntesis, les vendieron la religión de la esperanza negra y la desidia moral compró un redentor para crucificar.