miércoles, 20 de octubre de 2010

La Señorita de Chiquinquirá, la Reina ultrajada


“¿Por qué se robaron la Virgen de Chiquinquirá?,” se preguntó el escritor envigadeño, Fernando González Ochoa, en su obra Santander, 1940.

La respuesta al interrogante del Filósofo de Otraparte merece, después de 70 años de riguroso mutismo, una ponencia sin eufemismos para alivio de su alma inquisidora… Entonces, permítaseme desempolvar las máscaras de los cleptómanos.

El trágico siglo XIX entró a las dehesas neogranadinas como una tromba de sucesos atrasados. En Bayona (Francia), un corso de apellido Bonaparte logró colocar a buen recaudo a Carlos IV de España y a su traidor hijo, Fernando VII. Tras un hábil manejo de abdicaciones e invasiones, el trono de España quedó en manos del hermano mayor de Napoleón, don José I Bonaparte. Era el verano de 1808.

Los peninsulares, al sentir la rodaja de los espolines galos, se acordaron de sus hijos en las Indias Occidentales. Los parientes, no reconocidos del otro lado del Atlántico, eran los encargados de alimentar la burocracia ibérica con impuestos y prebendas. Los criollos mantenían la maquinaria colonial al ritmo del boyero hispánico. Eran una pésima copia de la Corte, pero funcionaban al producir un subdesarrollo mediocre. Las castas se soportaban sobre el lomo esclavo de los mestizos.

El sanedrín santafereño aprovechó el vacío de poder y se alió con el sofisma para montar un sistema de mando que protegiera sus hatos. La originalidad de los gamonales sabaneros plagió el ideario de la Revolución Francesa porque les dio vergüenza defender los postulados vernáculos de los comuneros del Socorro y El Zulia en 1781. Los feligreses de Lobatera (Estado de Táchira, Venezuela) declararon a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá “Capitana y Guía” de la familia comunera y con ella marcharon a La Grita, San Faustino de los Ríos, la Villa de San Cristóbal y Mérida.

En contraste, el 20 de julio de 1810, los acomplejados europeos del trópico diseñaron una patraña de verduleras. El bochinche, alebrestado por las chicheras de Las Cruces, les sirvió para inventar un escenario de cabildo abierto e ideas cerradas al progreso.

La francachela, de independencias y venias, desembocó en un desagravio al virrey Amar con fastuosa despedida. Libres del mandamás, los reinosos se dedicaron a redactar constituciones para imponer el dominio tutelar sobre la gleba.




Los picapleitos, obnubilados por el destello vano de las leguleyadas, crearon la Patria Boba. Las Provincias Unidas de Nueva Granada se confederaron para poder matarse legalmente al implantar el modelo centralista. En 1812, la libertad y demás conceptos del imaginario grecolatino se elevaron a la categoría de guerra civil. La desgracia del talento enfermizo se convirtió en una ruina inmarchitable. La matanza los reconfortó y los unió contra el enemigo común, pero la lealtad de los pastusos acabó con mi general Nariño y los Granaderos de Cundinamarca…

Y mientras en el Sur la derrota les recordaba su vocación por el fracaso, en España el Rey Felón, Fernando VII, recuperaba el derecho a la autocracia de la monarquía absoluta. En ese período triste de la Reconquista Española está redactada la solución a la cuestión de González. Tres episodios oscuros alumbrarán la verdad.

El robo legal.

Legalizar es un principio jurídico nacional por el cual la razón moral queda sometida a la justificación del interés particular. Así nació el delito como un acto patriótico. El ejemplo ilustra el modus operandi de los traidores.

El 20 de enero de 1815, la comunidad dominica entregó gran parte de las alhajas que adornaban la milagrosa imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá para sostener el costo de la Independencia de las Provincias Unidas de Nueva Granada. El Gobierno expidió el decreto de agradecimiento a los padres dominicos de Chiquinquirá por las piedras preciosas y el dinero en efectivo: “...Por recibido con el dinero y alhajas que expresa. Contéstese al reverendo padre prior y consulta, dando las gracias a nombre del Gobierno, al que se dará cuenta con testimonio. Por el ministerio que corresponde. Entréguese en la Tesorería del Distrito los 1.233 pesos y las alhajas remítanse al mismo Gobierno General para los fines indicado...” Firmado José Acevedo y Gómez.

El 19 de marzo de 1815, La Gaceta Ministerial de Antioquia publicó el inventario de las gemas entregadas a los independientes. Con ese dinero se habría podido comprar toda una armada profesional, pero la realidad aterra. Los prohombres desaparecieron las regalías producto de las sortijas de la Virgen de Chiquinquirá. Al ejército nada le llegó.

El 6 de enero de 1817, Simón Bolívar, en una carta que escribió desde Barcelona (Venezuela) al señor Martín Tovar, le dice: “...Y las tropas de Santa Fe están ya en los llanos de Caracas, habiéndose reunido ya con la división del general Zaraza. Este ejército trae consigo dinero por más de dos mil pesos de alhajas de las iglesias de Chiquinquirá, Santa Fe y otras provincias de la Nueva Granada...”

El mensaje indica, al cruzar cifras con el inventario original, que se hizo nueva colecta. Lo recogido no alcanzó ni al uno por ciento de lo entregado en 1815.



El olor a embuste invita a las voces valientes a delatar. El padre José de Jesús Palmar Morales, en su columna titulada “300 años uniéndonos” (Venezuela, 16 de noviembre 2009), afirmó: “…muchos milagros, ofrendas de promesas hicieron del pueblo de Chiquinquirá una floreciente ruta de peregrinación, hasta el punto que los tesoros y joyas que le fueron regaladas a la Virgen del Rosario de Chiquinquirá se las ofrendaron al Libertador Simón Bolívar en una visita dispensada en diciembre de 1814. Después de la toma de Santa Fe llega al santuario para orar a la Virgen María y recibe estas dádivas que le sirvieron para su viaje a Kingston, en enero de 1815, donde escribe la famosa Carta de Jamaica vislumbrando el proyecto de la Gran Colombia…”

La tremenda acusación no ha tenido contradictores. El silencio es del mismo material que mimetizó la desaparición de José Acevedo Gómez, el tribuno de la ratería. El mal, instituido por aquel gobernante, inoculó su cátedra de tinterillos entre la gente de alpargate. El hurto con malicia se convirtió en patrimonio inmemorial de una sociedad sin mandamientos.

Ya viene el lobo.

El notablato de las Provincias Unidas comenzó a padecer de miedo cuando el tres de enero de 1816, en Santa Fe, se conoció la noticia: don Pablo Morillo y Morillo, el marqués de La Puerta, tomó a Cartagena y marcha hacia el interior a paso de fusilero.

El cronista de la Independencia, José María Caballero, en su mutilado Diario consignó: “…En este día han corrido noticias muy malas, las cuales son que Cartagena ha sucumbido y que los españoles han tomado la plaza; que Popayán ha sido tomado por los realistas, en número de 5.000; que Calzada se arrima a Piedecuesta con otros tantos; que por los Llanos vienen más. Esto lo creo yo muy bien, según lo demuestran los gobernantes en el semblante triste y afligido y la alegría de los regentistas, prueba muy bien ser verdad todo…”

Las Altezas Serenísimas de Santa Fe respondieron a la debacle juntando peones para defender sus desfalcos morales. Fabricaron soldados a punta de maniatar labriegos y el sentido común claudicó porque Camilo Torres Tenorio nombró al doctor en teología, José Custodio Cayetano García Rovira, general del ejército. García Rovira, destacado clavicembalista, se sintió el estratega de Muequetá y se fue, como Mambrú, a la guerra. Su paupérrimo zafarrancho engendró una catástrofe que alimentó a los buitres con huesos y zanguaza.

El músico creyó amedrentar, con sus berridos de abogado de la Real Audiencia, a los tercios españoles. Los fusiles castellanos le respondieron con el grito de: “fuego en la línea”. El 22 de febrero de 1816, en el Páramo de Cachirí (Santander), los Cazadores de Sebastián de la Calzada, destazaron a centenares de cultivadores uniformados con ruanas. Los rústicos donaron sus corazones varoniles a la bayoneta feroz. Las sangres heroicas regaron los frailejones con semillas de epopeya. Mientras más de mil valientes caían, los “héroes de la Patria” huían despavoridos.



Antonio Cacua Prada, en su singular obra Custodio García Rovira, el estudiante mártir aseveró: “…Los derrotados se pusieron ‘los talones sobre la nuca’ y el 27 de febrero de 1816 llegaron al Socorro. García Rovira y Santander, unos veinte oficiales y cerca de treinta jinetes, fueron los únicos que pudieron escapar de tan inmisericorde desastre”. La descripción alcanzaría para borrar con rabia el mote de Estudiante y Mártir, pero en la Colombia mitológica la narrativa cuentera sutura con saliva las heridas incurables. La cobardía se fundió en bronce para tributarle honores a la mentira. Razón tenía Camilo Torres en su misiva a Custodio García Rovira, del 18 marzo de 1814: “…en cuanto a Santander no dude Ud. que es cobarde e inepto para el mando, pues ya hemos tenido repetidas experiencias en Santafé, La Grita...”

La hedentina de Cachirí no se evaporó: “…Todo aquel terreno escabroso, que tardamos casi todo el día en atravesar estaba cubierto de muertos en putrefacción, de caballos en el mismo estado y de prendas de un ejército destrozado. Las aves de rapiña cerníanse ominosas sobre aquel cementerio al descubierto…” (Cf. Capitán Rafael Sevilla, Memorias de un oficial del ejército español. San Juan, Puerto Rico, 1877).

El nefasto revés, intelectual y militar, produjo una decisión desesperada. El mando recayó en un mercenario, el coronel francés Manuel Serviez.

El primero de marzo de 1816, en el Socorro (Santander) los prófugos García Rovira y Francisco de Paula Santander, decidieron reclutar más gañanes para alimentar la denominada “Segunda línea de defensa” contra la invasión del Reino.

Ese proyecto desquiciado entraría en acción en Boyacá. La idea era defender, con lanzas y zurriagos, una posición imaginaria que abarcaba desde Sogamoso hasta Chiquinquirá, pero la impericia los acusaba de inútiles. El Gobierno les pidió que no esperaran maderas para lanzas, traídas desde Mariquita, y “las mande hacer con buena madera que hay en los montes de Pauna y Muzo”. (Abril 4 de 1816).

La torpe estrategia, enajenada al trastorno de la improvisación, la predijo el Manifiesto de Cartagena: “…Por manera que tuvimos filósofos por jefes; filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados…” (Diciembre 15 de 1812).

En Sogamoso, el gobernador de Tunja, Juan Cayetano Vásquez, ordenó organizar destacamentos bajo el mando de Serviez. El tres de marzo de 1816, el coronel decidió aprovechar la piedad popular para engañar a un pueblo derrotado y humillado. El sujeto se jugó un ardid de doble faz. Involucró a Nuestra Señora de Chiquinquirá en el conflicto al expedir una proclama de dudosa intención:






Orden del día.

“Soldados:

“El territorio que Nuestra Señora ha consagrado por tantos milagros; el que habéis visitado con tanta devoción, está en vísperas de ser invadido por los asesinos del impío Calzada. ¡Soldados de la cruz! Corramos a defender el templo de la Madre de Dios; Ella será con nosotros. El Redentor de todos los pueblos de la tierra nos protegerá en esta vida, y si sucumbimos nos abrirá glorioso las puertas de la eternidad. Preparaos a los combates, soldados, y repetid mil veces: ¡Viva Nuestra Señora! ¡Mueran los enemigos!” (Texto copiado por Nicolás García Samudio en su obra Reconquista de Boyacá en 1816).

El reclutamiento por devoción logró su perverso cometido. La España ultracatólica, guardiana de la tumba del apóstol Santiago, y la primera nación en evangelizar a un continente se convirtió en la enemiga de Cristo. La gente se tragó el veneno servido por las manos de un amo infame.

Así se nutrió el cuerpo de una República sin patria. La patraña evolucionó hasta transformarse en un antifaz para el pasado. La mascarada aún se usa para instruir el destino carnavalesco de los escolares colombianos

¿Por qué Serviez, defensor acérrimo de la retirada hacia los llanos, se encaminó hacia Chiquinquirá? ¿Por qué se alejó de la puerta de salida? Simplemente porque la Villa de los Milagros guardaba el tesoro del Reino, el lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Con ella se cubriría la espalda. Cachirí demostró la validez del macabro racionamiento. Amontonar soldados en la retaguardia aseguraba que la mortandad ajena pagaría el peaje de la huida.

La obediencia interesada del mesnadero tuvo su premio. El 7 de marzo de 1816, el presidente de las Provincias Unidas, Camilo Torres, lo nombró General en Jefe de las Fuerzas del Interior. El ministro de guerra, padre Andrés Rodríguez, le comunicó el nombramiento: “…Debiendo ya obrar la segunda línea de defensa que con procedente consulta del Consejo de Guerra se mandó formar desde Sogamoso a Chiquinquirá, ha nombrado a Vs. El presidente de las Provincias Unidas por general en jefe de todas las fuerzas que la componen, así las alistadas en esa provincia, en Ubaté y Chiquinquirá como las que obran a las órdenes del general García, cuando éstas se replieguen sobre la línea, a la que se incorporarán entonces, y se traslada dicho jefe a esta capital…”

Así, Manuel Serviez, un oscuro masón, organizó una fuerza de católicos para burlar lo expuesto por el papa Clemente XII en el primer decreto contra la masonería. (Bula Eminenti Apostolatus Specula o In Eminenti de 1738) y la postura del pontífice Benedicto XIV en Providas romanorum de 1751.







El caos administrativo aumentó. El 12 de marzo, Camilo Torres ejecutó el ritual del desertor y renunció a la presidencia. Don José María Caballero y su vital Diario regresan para ilustrar el momento: “…Todos andan ya sacando el rabo; antes pelearon por los honores y rentas, y por esa causa dieron dos ataques a esta ciudad, sin más razón que querer apoderarse de ella y destruir a su digno presidente D. Antonio Nariño…” Cualquier parecido con la realidad política nacional es pura tradición.

El relevante comprendió la tramoya del francés y el 21 de marzo de 1816, José Fernández Madrid encomendó el destino de la Patria a la protección de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

“...Considerando muy propio de la piedad del Gobierno de los Pueblos Libres que lo han constituido, elevar públicamente sus votos al Dios de los Ejércitos para que proteja los de la República y la salve de la ruina y de la desolación con que la amenazan sus enemigos, y confiando en la poderosa intercesión de la Madre de Dios, en su Santuario de Chiquinquirá, decreta lo que sigue:

1º. A expensas del Estado y con la solemnidad que permitan las circunstancias, se celebrará en aquella iglesia una misa rogativa, a que se convocará a todo el pueblo; y

2º. Los primeros trofeos militares del enemigo que cayeran en poder de las armas de la República, se depositarán a los pies de la Virgen...” (Cf. La Gaceta Boyacense).

El libreto del mandatario tahúr olvidó que en 1810, los adalides mantuvieron a Chiquinquirá y a su Patrona lejos de su círculo. En enero de 1815 le pidieron las joyas para despilfarrarlas y en 1816 la nombraron protectora para que el simulacro de República continuara asistiendo al sainete camorrero. El 22 de marzo, en Puente Nacional, el músico Custodio García Rovira recibió la orden de entregar el mando de un ejército que no existía. Serviez se hizo reconocer como general en jefe de unos aldeanos armados con proclamas y devociones.

Las fiestas a la egolatría castrense quedaron interrumpidas porque el primero de abril de 1816 Pablo Morillo se dirigió desde Ocaña a los habitantes del Socorro y Tunja.

El Pacificador le anunció el futuro a la caterva de renegados: “… Un francés se ha puesto a la cabeza de la pretendida segunda línea de defensa. La segunda línea y cuantas se presenten las trastornarán las tropas del Rey. Son aquellas que supieron humillar a los Masenas, Sules, Dupones, Víctores, etc. Y ahora sabrán hacer desaparecer a los de la escuela miserable de los Bolívares, de ese monstruo que sólo os ha dejado memoria de él por los males que os causó. Como el francés, eran los Auri, Ducondrai y otra cáfila de aventureros que, arrojados de su patria por delitos y hablando mucho de honor, comprometen a los sencillos habitantes de estos países y, después de robar y de cometer toda suerte de maldades, se fugan y los abandonan. Así lo pronostiqué a los cartageneros y del propio modo os lo pronostico a vosotros. Ellos se fugarán cuando se les persiga y en el ínterin os engañan con un plan de guerrillas que sólo servirá para robaros los pueblos y poblar de ladrones el país, teniendo que sacrificar tantos infelices a la locura de un extranjero…” (Cf. Cayo Leonidas Peñuela. Álbum de Boyacá. Tunja, 1969. (¿Es Pablo Morillo el clarividente de Europa?).

Ante el discurso del capataz, los alevosos doblaron la cerviz y buscaron el aceite del soborno salvador. “…En la época en que el pequeño ejército republicano se retiraba hacia Chiquinquirá, lo encontró (abril 3) en la Villa de Leiva el doctor Dávila, encargado por el Presidente de las Provincias Unidas de los pliegos para Morillo y Calzada, y de negociar con estos jefes españoles…” (Cf. José Manuel Restrepo. Historia de la revolución de Colombia. Tomo II. Editorial Bedout. Medellín 1974).

El 5 de abril de 1816, el batallón de peones no puede negociar rendiciones arteras y se preparó para lo incierto. “… Serviez se concentró en Chiquinquirá desde la primera semana de abril, pues era imposible con 2.000 hombres cubrir la flamante línea Sogamoso-Chiquinquirá. Durante el mes de marzo y primera semana de abril el camino real de Santa Fe a Chiquinquirá era un continuo desfile de hombres, armas, pertrechos y vituallas…” (Cf. Memorias de O Leary. T. XIV, Caracas 1881).

Mientras se acumulan los refuerzos para la evasión, una situación inesperada, pero estrictamente autóctona cambiaría el derrotero de las componendas cívico-militares.

El 19 de abril de 1816, el cabo Antonio Martínez, oriundo de Cerinza (Boyacá) y hermano del niño soldado, Pedro Pascacio fue declarado inocente del robo de unas joyas de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. El abogado defensor, Fernando Serrano, arguyó que la Virgen se las había regalado para que el soldado socorriera a su mujer y a sus hijos. “…Menelao, juzgando la ocasión propicia, arrebató ciertos objetos del templo…” (2 Macabeos 4,32).

El general sacrílego

El 20 de abril de 1816, Serviez vencido, por el argumento del rábula, que defendió al cabo timador, expidió un decreto contra la piedad popular: “Manuel Serviez, Comandante en Jefe de las Provincias Unidas, con el fin de evitar irrespetos a Nuestra Señora de Chiquinquirá, prohíbo a los soldados de las tropas de mi mando aceptar o recibir favores y milagros de cualquier clase de parte de Ella. El soldado de mi batallón que contravenga a lo dispuesto aquí será castigado con pena de muerte”.

La norma le abrió el paso a la profanación. El 21 de abril de 1816 fue un domingo triste. Serviez se encargó de interrumpir los oficios religiosos ofrendados a la Virgen. A las tres de la tarde mandó sacar del santuario a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

El impío no acató los pedidos de respeto. Los cañones impusieron la ley del despojo. “…No satisfecho con esto se atrevió a entrar en el templo, el más santo de toda la tierra, siendo su guía el traidor a la religión y a la Patria...” (2 Macabeos 5, 15).



El rufián sólo permitió que los padres dominicos, prior Domingo de Gálvez, fray Felipe Jiménez y fray Juan Antonio de Buenaventura acompañaran el sagrado lienzo. El pícaro y sus cómplices se encaminaron hacia Simijaca (Cundinamarca). “…Cuando Serviez abandonó a Chiquinquirá, creyendo granjearse el afecto, así de los pueblos como de los soldados, trajo consigo la imagen de María de Chiquinquirá, por la que tienen tan gran veneración los pueblos de la Nueva Granada…”(Cf. José Manuel Restrepo. Historia de la revolución de Colombia. Tomo II. Editorial Bedout. Medellín 1974).

La larga fila de mulas e infantes arrastraron la culpa por las trochas y los barriales. Las conciencias, embrutecidas por el delito, sólo esperaban la oportunidad para desertar. Los 183 años de respeto venerable han sido rotos y la muerte será su castigo. El 22 de abril, Nuestra Señora llegó a Ubaté. Luego pasó a Cucunubá y después a Chocontá, donde permaneció ocho días.

El Diario de José María Caballero ratifica que el hampa tiene reglas propias. El 24 de abril anotó: “…Todas las tropas nuestras se hallan en Chocontá, Ubaté, Zipaquirá y Puente del Común. Con el motivo de que las tropas enemigas se han acercado a Chiquinquirá tuvo que emigrar Nuestra Señora hasta Chocontá, en donde se halla a la fecha, con toda la comunidad y alhajas de la iglesia, con el Jefe de nuestras tropas Serviez…” Qué dato curioso. Serviez estuvo a punto de fusilar al cabo Martínez por unas alhajas que ahora están bajo su custodia.

Los trashumantes aguardan una orden. En Chía, el primero de mayo de 1816, Serviez y Fernández Madrid lograron un acuerdo entre tránsfugas. El primero irá a Casanare y el segundo, a Popayán. En la noche del dos de mayo, el presidente de las Provincias Unidas, José Fernández Madrid, huyó de Santa Fe de Bogotá equipado con los bienes del erario y los templos. ¿Por qué Morillo no fusiló a José Fernández Madrid si estaba en la lista negra? ¿Será que las conferencias secretas del pasado abril forraron en oro la conciencia del conde de Cartagena?

El dinero se lo llevó José Fernández Madrid y dejó sin recursos pecuniarios a Serviez. El general expidió, el tres de mayo, una proclama para los santafereños. Pedía víveres y vestidos para sus reclutas. Si no recibía el pedido, saquearía la ciudad.

El banderizo no pudo ejecutar su cometido porque la justicia española le seguía el rastro. Al día siguiente de la bravata, el comandante Miguel de la Torre, dictó el famoso indulto de Zipaquirá. El oficial español en su texto se refirió a las actividades del profanador: “…Preguntad a los pueblos por donde ha transitado mi ejército, los mismos pueblos que los bandidos de Serviez han saqueado sin perdonar lo más sagrado y recóndito de los templos…” (Cf. Historia Extensa de Colombia tomo VI*. Ediciones Lerner, 1964).

La retirada de Chiquinquirá se transformó en una deserción organizada. La cuadrilla de malhechores huye del patíbulo mientras apila cadáveres para ocultar la tragedia de sus laureadas cobardías.



El cuatro de mayo, narra Caballero, a las cuatro y media de la tarde: “…Pasaron sobre 400 hombres del ejército de Serviez. Entraron por la Alameda y siguieron derecho a la Calle Honda y Carnicería, a salir al Puente de Santa Catalina, y tomaron el camino de Une para Cáqueza. Llevaban muchos equipajes y más de 200 reses”. (El puente de Santa Catalina, sobre el río Fucha, estaba ubicado cerca del antiguo Molino de la Hortúa). La maniobra les permitió pasar por el los extramuros de la urbe. El cabecilla, al parecer comienza a desconfiar de sus aliados. Santa Fe no lo espera con banderas desplegadas ni apoyo logístico. Los curros están a una jornada del casco urbano. La pluma de Caballero redacta lo que vio aquel domingo cinco de mayo de 1816. “…Entró Serviez con toda la infantería, a las diez del día, y en medio de los dos primeros batallones traían a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá, la original, encajonada y envuelta en un toldo. ¡Qué dolor ver a una reliquia tan grande, nada menos que el Arca del Testamento de la Nueva Granada, en medio de una tropa insolente…”

Las escoltas de Nuestra Señora pasaron la noche en Tunjuelito, una zona que, irónicamente, durante la Colonia se llamó “El Valle del Varón Valiente”. Comprendía desde la calle primera, hoy Hospital de la Hortúa, hasta Usme por el sur y a Soacha por el occidente.

El seis de mayo, las avanzadas expedicionarias del rey Fernando VII, bajo la conducción de Miguel de La Torre, entraron a Santa Fe. El pueblo aristocrático y el anónimo recibieron con vítores y algarazas a los enemigos. Prefirieron el descanso del patíbulo a la libertad esclavista de sus “beneméritos caudillos”.

Los recursos, negados a las montoneras armadas, surgieron abundantes ante los estandartes del Rey. La Sabana se acabó y las montañas estorbaron el paso fatigado de los infantes boyacenses.

Un fraile, testigo de excepción, narra el desplazamiento de los perseguidos por el justiciero real. Fray José de San Andrés Moya, religioso agustino descalzo, párroco de Chipaque escribió en su informe del 31 de mayo del 1816: “...El día 6 de mayo a las cuatro y medía de la tarde, entró a este pueblo de Chipaque la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, conducida por las tropas que comandaba el francés Manuel Serviez, que la había sacado de su magnífica y nueva Iglesia de Chiquinquirá, quien sabe con que intención…”

El siete de mayo de 1816, a las cuatro de la mañana, se ofició una misa por la Virgen de Chiquinquirá, que abrió la etapa del camino. Serviez mandó cargar el baúl y se llevó la imagen para Cáqueza, Cundinamarca.

Unas horas más tarde, en la capital, la condena se hizo eterna. Los gobernadores eclesiásticos, Juan Bautista Pey de Andrade y José Domingo Duquesne, del arzobispado de Santa Fe de Bogotá expidieron el decreto de excomunión contra Manuel Serviez por haber sacado del Santuario de Chiquinquirá, sin permiso ni licencia del Superior Provincial de la Orden Dominica, la Sagrada Imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

La milicia comenzó el ascenso de la cordillera hacia el alto de Sáname. “…No subáis, porque no va Yavé en medio de vosotros y seréis derrotados…” (Números 14, 42).

La sentencia bíblica es reforzada por don Miguel de La Torre que envió al capitán Antonio Gómez, comandante del escuadrón de carabineros leales de Fernando VII, y a la cuarta compañía del primer batallón de Numancia en acosamiento del bandido. La caballería picó espuelas y a las ocho de la noche, del siete de mayo, las herraduras de sus corceles rastrillaron los empedrados de la plaza de Chipaque.

La información sobre la presa es abundante. La victoria y la derrota pronto se encontrarán. El odio del rey Fernando VII por los franceses y masones se siente en las breñas inhóspitas de aquellos parajes paramunos. Adelante, un fulano corre acezante porque cumple con el requisito para ser exterminado. Los chapetones no comprenden como pudieron reducir la ventaja de cinco meses a tres horas de distancia. El capitán Antonio Gómez salió a las nueve de la mañana del pueblo de Chipaque en seguimiento de los rezagados.

El 8 de mayo de 1816, a las doce del día, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá fue rescatada adelante de Cáqueza, en el alto de Sáname, por los carabineros del capitán Gómez.

Los fugitivos abandonaron la venerable pintura porque ya no les servía para engañar a los conscriptos. El peligro latía a sus espaldas. De aquellas fechas amargas, se conservan las excusas. El “Soldado de Pluma” se justificó ante el tribunal de la Historia.

Francisco de Paula Santander, en sus Apuntamientos para las memorias sobre Colombia y la Nueva Granada, escribió: “...Serviez, que era el jefe, y no yo, cometió la imprudencia de llevar en el ejército, en un cajón grande, el cuadro de la Virgen de Chiquinquirá, pensando que tras de ella seguiría mucha gente útil para la guerra, y en vez de esto, el cuadro no sirvió si no para embarazarnos en los desfiladeros y dar lugar a que el enemigo nos picase la retaguardia…”

Un destacamento retrocedió para trasladar a la Patrona al templo de Cáqueza. La Reina es recibida con gran pompa por el padre Manuel Roel y sus dos ayudantes fray Javier de la Trinidad y fray Bernardo de San José Bellos, religiosos agustinos descalzos.

El 9 de mayo de 1816, el capitán Gómez enfrentó a la retaguardia patriota. La cobarde maniobra de Cachirí sigue vigente. El lector ya habrá adivinado quien encabeza la veloz carrera. Sí, Francisco de Paula de Santander, el hombre de las leyes… de fuga.

Gómez, metódico y tenaz, recibió a los vencidos. Hace un alto mientras las autoridades deciden la ruta para regresar a la Virgen a Santa Fe de Bogotá. El 11 de mayo la comitiva religiosa se repliega al pueblo de Chipaque. La faena está por concluir. El capitán Gómez sacó el rejón de muerte y los derrotó en el combate de la Cabuya de Cáqueza.

Sólo se salvaron los pocos que pasaron el cauce del río Negro en la tarabita. Los demás fueron acribillados porque la mano de un paladín de sacoleva les cortó la línea de escape y se los arrojó al oponente. Gómez, veterano de Cachirí, se acordó de repetir la matanza.

“…El 7 mandaron un batallón de carabineros y cazadores en persecución de Serviez, a quien alcanzaron cerca de Cáqueza el 11, dispersándole parte de la gente que llevaba después de dos horas de combate en que fueron asesinados muchos republicanos…” (Cf. Constancio Franco. Compendio de la historia de la revolución de Colombia. Imprenta de Medardo Rivas. Bogotá 1881).

Cumplida la misión del rescate se dio paso a los homenajes y al desagravio.

El 13 de mayo de 1816, el Capítulo del Acta del Cabildo de Santa Fe de Bogotá acordó: “…El señor regidor, padre general de menores, doctor don José Ignacio San Miguel que al haberse libertado la ciudad de los inminentes peligros que le amenazaban y tanto la consternaron en los días tres, cuatro y cinco que se aproximaron las tropas del extranjero Serviez, debe reconocerse que fue una especial protección de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, cuya imagen extrajo de su templo y conducía en su ejército artificiosamente para entusiasmar sus tropas. Nadie ignora que desde que se renovó por sí misma esta milagrosa imagen, su santuario en Chiquinquirá ha sido el asilo en todas las calamidades públicas, y el refugio en todas las necesidades privadas. Que por este reconocimiento, habiendo pasado la Santísima Virgen por esta ciudad como cautiva, ya vuelve en triunfo por haberla rescatado en Cáqueza las valerosas tropas que fueron persiguiendo al francés, parecía debido que el Cabildo salga en cuerpo a recibirla, y que los regidores vengan cargándola hasta la iglesia en que se deposite.”(Cf. Archivo Nacional, Bibl. Nal. Patria Boba).

El 14 de mayo de 1816, el cura de Chipaque, fray José de San Andrés Moya, escribió en su informe: “…El cura propietario de la parroquia de Santa Bárbara, doctor don Julián Gil Martínez Malo, por comisión de los señores gobernadores del arzobispado, doctores don José Domingo Duquesne y don Juan Bautista Pey de Andrade; hicieron reconocimiento jurídico sobre la identidad de la santa imagen en presencia de la comunidad de padres dominicos de Chiquinquirá, del cura de este pueblo fray José de San Andrés de Moya, y del interino de Une, doctor don Pedro Ignacio Flórez; y hallaron ser la misma que se ha venerado en su Santuario de Chiquinquirá, de donde la había extraído el francés Serviez…”

El regreso de la Patrona a Santa Fe lo relata el infaltable Caballero. El 16 de mayo de 1816 explicó: “…Entró Nuestra Señora de Chiquinquirá a esta ciudad, pues Serviez la llevó hasta Chipaque, allí la quitaron las tropas españolas y por la derrota que sufrió hubo repiques. La entrada de Nuestra Señora estuvo suntuosa; se formaron las tropas de más de 800 hombres, desde Santa Bárbara hasta San Carlos, que es la iglesia que está sirviendo de Catedral todas las religiones fueron hasta la salida de Santa Bárbara, con cruces altas, las que formaron la procesión por sus antigüedades…”





La fiesta española y criolla entró al cuartel general de Santa Fe y don Pablo Morillo le informó, el 31 de mayo, al Ministro de la Guerra la derrota sufrida por Serviez en Cáqueza: “…En los días 9 y 11 del actual, el capitán don Antonio Gómez logró alcanzar a los enemigos, y con sólo 200 hombres destruirlos, apoderándose de la caballada, armas, municiones, equipajes, etc., causando el mayor desorden en aquellos desgraciados que huyen a los llanos de San Martín, adonde les alcanzará la espada de la justicia…”

En el cuartel, el amanuense de Morillo no descansa. El primero de junio escribió una proclama para las provincias de Popayán y Choco: “…También os copio las cartas de vuestros jefes de Cali, y la del jefe de marina rebelde Brown, que con dos corbetas con pabellón de Buenos Aires, armadas por él y otros, va a piratear en vuestras costas, y a retirarse a su país con los robos, como lo harán Serviez, Hauri, Docoudre y cuantos aventureros extranjeros escapen con sus latrocinios de vuestro desgraciado país…”

La batida continúa con sevicia de perdiguero El cinco de junio de 1816, el general Pablo Morillo le escribió, desde Santa Fe de Bogotá, a don Miguel de La Torre: “…Por la declaración que se ha recibido a un individuo que se ha separado del ejército de Serviez, se sabe de positivo que 22 días hace hoy, pasó el Apiay dirigiéndose a Casanare, acompañado de Santander y otros cabecillas, además de mucha oficialidad caraqueña y de alguna tropa; habiendo perdido los caballos…” (Cf. Archivo del general Miguel de La Torre, t. 19, p.193).

En la capital del Virreinato, las ofrendas a la Virgen de Chiquinquirá son diarias en templos y conventos. José María Caballero y su Diario relatan: “…El día 23 se llevó otra vez a Nuestra Señora a San Carlos. El día 24 le hicieron los militares una fiesta solemne, con asistencia del general Morillo, y por la tarde salió en una muy lucida procesión con asistencia de las comunidades, bajo cruz, el clero y canónigos. Hubo formación desde San Carlos hasta la Calle Real. Asistió detrás el general con toda la oficialidad y de escolta una compañía con bandera y la compañía de caballería”.

El mismo día, Serviez llegó a Pore (Casanare) con un grupo de oficiales y 56 soldados de infantería. El reposo no es posible. Las fuerzas del Rey les pisan las huellas. Un sino fatal se cierne sobre el nefasto personaje. La hueste que sacó de Boyacá fue destruida en dos combates y a él, que no realizó ninguna hazaña homérica, se le busca con ahínco. Por esa razón, los embalsamadores de la historia nacional se otorgaron el derecho de glorificar sus fracasos y de levantarle pedestales.

El 28 de junio de 1816, las fuerzas del coronel Matías Escuté, que marcharon por Tunja, Sogamoso y Tasco hacia los llanos, se unieron al coronel Manuel Villavicencio para llegar a Pore el 29. Las falanges combinadas de Escuté y Villavicencio derrotaron a Serviez, cerca de Pore. Los siempre vencidos se retiraron a Chire. El coronel La Torre llegaría a Pore el 10 de julio. El vencedor se complace en aplastar rezagados.

En Chiquinquirá (julio de 1816), los devotos de Nuestra Señora le rinden homenajes de bienvenida a su Señorita. Las vivas son para los soldados invasores que la rescataron de las manos de los “próceres”.


El 26 de agosto de 1816 (Nunchía, Casanare), el general Miguel de La Torre consigna la situación de Serviez y sus áulicos. “…He mandado muchos espías hacia los enemigos con proclamas para que se pasen a las tropas del rey amenazándolos y pintándoles su triste situación: Santander, Serviez, Urdaneta y el gobernador, marcharon a Guasdualito a buscar refuerzos, pero escriben que no se los dan por hallarse aquel punto amenazado por todas partes…” (Cf. Archivo del general Miguel de la Torre. T.7, p.44-46).

El 31 de agosto de 1816, El Pacificador Pablo Morillo le comunicó al Ministro de Guerra sobre la situación en los llanos: “…Pronostiqué que concluirían con los enemigos, y que Warleta sería secundado por las fuerzas de Quito, quedando completamente tranquilizado este virreinato. Felizmente todo se ha logrado como lo esperaba, con la protección del Todopoderoso. El coronel La Torre persiguió a Serviez desde el 26 de mayo, que humillado por el teniente coronel Antonio Gómez, en la cabuya o tarabita de Cáqueza, se salvó milagrosamente, pero su pretendido ejército se dispersó y según los soldados, pasados pocos días después, sólo le quedan 150 hombres de 2.000 que tenía…” (Cf. Archivo Santander, 1913. t.1, p. 248-250).

El periodismo virreinal se sumó al interminable acontecimiento. La Gazeta de Santa Fe, en su edición del 12 de septiembre de 1816, dijo: “… El rapto de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá por el infame protestante Serviez, y el glorioso rescate de ella por las cristianas y valientes tropas de su Majestad Católica, el señor don Fernando VII…”

La trágica carrera de Serviez tuvo una tregua. El invierno en Arauca (agosto 1816) lo alejó de sus rastreadores, pero debía cumplir su cita con la fatalidad en un sitio del Estado de Apure (Venezuela) apodado “La Tierra del Nazareno”.

Las petacas del general forajido lo acusaban de perjurio. Su codicia envilecida lo sentenció a morir en un juicio de bandoleros. “…Ocupada la isla de Achaguas por Páez, Serviez eligió para su habitación un pequeño rancho bohío frente a la isla, con el río de por medio, allí vivía casi incomunicado, porque apenas lo visitábamos el coronel Tomás Montilla y yo. Algunos jefes apureños, que estaban pobres, desnudos, y más que todo, viciosos se propusieron por rica presa los baúles del general Serviez, porque los juzgaban con dinero; y en una noche del mes de noviembre lo asaltaron, le dieron muerte horrorosa a machetazos y saquearon su tesoro, el cual rodaba al siguiente día apenas, en las mesas de juego, en onzas de oro. Ninguna providencia vimos tomar al gobernador, coronel José A. Paredes, ni tampoco al general Páez, a su regreso del sitio de San Fernando, para siquiera cubrir el expediente, como suele decirse, con ligera averiguación sumaria…” (Cf. José Félix Blanco. Documentos para la historia de la vida pública del libertador de Colombia, Perú y Bolivia. Tomo V).

Y las pruebas continúan surgiendo para acusar al delincuente.



El padre Eduardo Cárdenas S.J., en su libro Pueblo y religión en Colombia (1780-1820) cita un documento (ANB AE 28, 269-284) que corrobora la pasión del saqueador de iglesias. “…El cura de Sátiva, al norte de Tunja, reclamó el propio año del despojo, 1816, contra los procedimientos del presbítero Antonio García, por el robo de las alhajas de la parroquia que arrebató con la fuerza armada como comisionado del general Serviez…”

Y más adelante destacó: “…El afligido cura suplicó al presbítero Nicolás Cuervo se interesara ante la Junta de Secuestros, incluso señaló que se trataba de las alhajas que se llevó Serviez ‘en un par de baúles aforrados de cuero’…”

La verdad de esta exposición queda resumida en los apartes de una carta de Francisco José de Caldas, fechada en Tunja el 15 de abril de 1812 y dirigida a su amigo Antonio Arboleda Arraechea.

“… ¡Ah, qué justo es Dios! Dios venga nuestros delitos, y nuestra ambición es el suplicio que su justicia ha decretado a nuestro orgullo, a nuestra avaricia, a nuestras liviandades. Adoremos sus augustos decretos, y a lo menos desarmemos su brazo vengador con nuestras lágrimas, con nuestro arrepentimiento, y sobre todo, con el sacrificio de nuestras pasiones más violentas. Este es el único bálsamo que podemos aplicar a las heridas profundas que nuestras pasiones han hecho a la Patria mía.

¡Patria! ¡Dulce patria! ¡Posteridad! Perdona a unos ciudadanos indignos de este nombre, por sus crímenes; perdona nuestras sombras y dejadnos reposar a los menos en el silencio del sepulcro. Pero ¡ay! la posteridad es inexorable, ella desenterrará nuestros huesos, y nuestros hijos nos dirán: salid del reposo de la tumba malvados, salid. Vuestras cenizas no deben mezclarse con las nuestras. Vosotros viciosos vendiste a vuestras pasiones criminales la patria y nuestra libertad, vosotros habéis agravado nuestro yugo y habéis esclavizado a todas las generaciones que han tenido la desgracia de teneros por padres. Nuestros nombres serán nombres de oprobio.

La historia… este espectáculo me oprime. Quién sabe si los nombres de Arboledas, Torres, Pombos, Caldas… van a ser tan odiosos como lo de Nerón, Domiciano, Calígula y todos los viciosos. ¡Qué herencia la que vamos a dejar a nuestros hijos!...” (Cf. Cartas de Caldas. Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Imprenta Nacional, Bogotá 1978).

En conclusión, la Colombia de fraudes bicentenarios, para ocultar el pillaje de un soldado de fortuna, fusiló con mentiras la causa de la muy victoriosa Virgen de Chiquinquirá. “…Porque un país que no esté fundado en historia verdadera y noble, sino en un cuento de rábulas; un país que tenga que mentir siempre que se refiera a su historia... dudo que pueda subsistir, pues carece de conciencia nacional…” sentenció Fernando González

jueves, 22 de julio de 2010

La Virgen de Chiquinquirá, el ícono cercenado

La imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá está siendo desmembrada por conductas iconoclastas. El mal iconográfico, sutil y perverso, se expresa bajo el derecho a la banalidad.

El último ataque contra la Reina es un virus visible. Rompe la tradición tejida por más de cuatro centurias de milagros y romerías. Mata la memoria viva de una historia narrada con voz de patria por los patriarcas de ruana y alpargate.

El atentado contra el símbolo del primer santuario de América del Sur es tenebroso porque se esconde detrás de una intolerable concepción estética. La ocurrencia, de ciertos comerciantes maliciosos, produce un detrimento en la piedad religiosa.

Los datos sobre la nueva peste se remontan a los años noventa del siglo XX. En esa época se industrializó el acto atroz de quitar de las estampas y pequeñas esculturas a los compañeros vitalicios de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, san Antonio de Padua y el apóstol san Andrés. La acción vandálica pasó inadvertida para los turistas. Los colombianos, tan acostumbrados a las dictaduras de las modas foráneas, guardaron un mutismo decadente. (Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Marcos 10, 9).

La iconología del lienzo está perdiendo sus valores y sus tradiciones, sin los cuales el olvido impone su amnesia criminal. Dos ejemplos recientes muestran la penetración formal de la enfermedad. El pasado 2 de mayo, circuló La Gran Colección de la Virgen, patrocinada por el periódico El Tiempo. La estatuilla de Nuestra Señora de Chiquinquirá, de fabricación china, no estuvo acompañada de san Antonio y san Andrés.

El aviso publicitario del II Congreso Internacional de Teología Mariana en Chiquinquirá, “María Gracia y Libertad”, ilustra perfectamente la profundidad del daño a la identidad por un signo. Nuestra Señora se plasmó sin sus edecanes. El peso visual de esa idea equivocada se ratificó con el diseño del impreso. Al fondo se observa la basílica con el antiguo frontis donde no aparece la trilogía del tejido chiquinquireño. ¿Por qué no hay una protesta formal sobre el hecho?, si la ley eclesial de protección permanece vigente.

En 1620, el obispo de Popayán, fray Ambrosio Vallejo, dictó una norma para proteger el concepto original de las pinturas de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. El prelado deseaba evitar: “...Modificaciones que podían influir en los fieles para propagar otra veneración distinta...” “…la reproducción debe hacerse con toda la fidelidad del caso en todos sus aspectos, colores y disposiciones de las imágenes, y a su terminación ser visada por las autoridades del Rey y de la Iglesia para conceder permiso de bendición y veneración…”

Por qué cambiar de fondo y de forma ese regalo del Cielo que el papa Pío XII tanto destacó: “Nuestra Señora de Chiquinquirá fue un don de lo alto a una progenie de predilección”.

La importancia del tema fue rescatada por el padre Leonardo Ramírez S.J., que en 1986 presentó ante el Consejo Episcopal Latinoamericano el estudio titulado: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá Patrona de Colombia (IV centenario del cuadro renovado 1586-1986). La obra, en su segunda parte, trató sobre el “mensaje teológico del cuadro renovado”. Ese aporte vital es una catequesis que abrió el camino para comprender la dimensión bíblica del fenómeno de la renovación.

Ya es hora de mitigar los actos violentos contra el patrimonio cultural y religioso. En la crónica de la iconografía mundial son pocas las pinturas que han soportado los desmanes alevosos de los impíos.

La Patrona de Colombia muestra un registro difícil de superar. Los atentados tienen un terrible prontuario. Comenzaron con la retención indebida de los santafereños (1633-1635), el robo del general Serviez (1816), el atraco del señor Gómez (1886), el incendio del templo (1896), el asalto liberal al santuario (1901), la cuchillada en Rionegro, Santander (1913) y la asonada de 1918 entre otros sacrilegios escondidos por los redactores del eufemismo.

Señor lector, es urgente no comprar productos artesanales donde Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá no esté plasmada como El Altísimo permitió que se manifestara. La vida del Evangelio, en el Nuevo Reino de Granada, se gestó en el vientre de la Virgen María. El fenómeno de la Renovación, el 26 de diciembre de 1586, iluminó a Chiquinquirá, el lugar de las nieblas. “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande” (Isaías 9,2).

Aún es tiempo de corregir el error. Este ahora es privilegiado porque se celebra el Bicentenario de la Independencia, episodio heroico financiado por las joyas de nuestra Virgen Morena. A esa pintura sacra se le adeuda todo. Sus hijos tiñeron, con sangres y epopeyas, a la bandera de los colores invencibles.

Ellos, los libertadores de América, llevaron una vitela de la Patrona boyacense hasta el glorioso campo de Ayacucho (1824). En esas lejanas tierras del Perú aún se le venera con inmenso cariño porque a nadie se le ocurrió practicarle un destazamiento. Asombra y avergüenza que los extranjeros mantengan vigente una cátedra de amor y respeto por nuestra santa reliquia.

Si las transformaciones continúan muy pronto las romerías tendrán que cambiar de rumbo. Irán a Maracaibo para visitar a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá del Zulia, prenda carísima de la identidad y la nacionalidad de los venezolanos porque Colombia ya no se inclina ante su soberana. Colombia perdió la humildad de su imagen.

domingo, 9 de mayo de 2010

la colombianada, condena por elección


Farsolandia se prepara para escoger al peor presidente de su espuria existencia. El macabro Estado esquinero de Suramérica diseña su patíbulo. La secuencia de los escándalos inmarcesibles así lo demuestra.

El mandato de Uribe II fue perversamente superior en catástrofes al de Uribe I. El antioqueño de la Seguridad Democrática superó la debacle administrativa de Pastrana. Andresito, con ayuda de la zona de distensión, venció con el despilfarro de la soberanía nacional al cartel de Cali y a su presidente, Ernesto Samper. Retroceder más, por entre el prontuario delictivo de este simulacro de país, es provocar nauseas. El exceso de engaños, que manchan el trapo tricolor, es el himno del hampa elegida por voto popular.

Las actuales ferias y fiestas del perpetuo fraude electoral usan el carrusel del perjurio para repetir las parasitarias falacias de antaño. Las machacadas agendas programáticas, con acento revanchista y fullero, giran en torno del desvencijado eje temático de: la vivienda, la salud, el trabajo y la paz para los pobres. Habrá que hacerles un monumento por mantener viva la burla de los culebreros, logro supremo del intelecto criollo.

Sin esperanza, sin razón y sin alma me preparo para observar el debate del fracaso. ¿Ganarán los mocos con girasoles o los falsos positivos de Santos? El dolo responderá por la victoria del delito. La pandilla triunfante tendrá el hambriento reto de superar en desfalcos, tipo “Agro ingreso seguro”, a su mediocre predecesor. Mi historia los condena, sin juicio previo, porque los conoce de memoria.

Mi pesimismo altruista buscó una explicación al deprimente fenómeno democrático en la salvaje cotidianidad y halló que el subdesarrollo moral es el responsable de esa conducta retardataria impuesta por quienes eligen a sátrapas, inútiles y corruptos, con la conciencia cómplice del proxeneta.
Ellos aguardan una migaja miserable de las burocracias de aldea para saciar sus vanidades de peones de las utopías.

Entonces, sufragaré por la dictadura sangrienta. Necesitamos un tirano redomado para que aniquile los vicios calentanos de la colombianada, la maldición etnográfica, con el marcial paso de ganso.

El siguiente ejemplo, que clama por un déspota austriaco de bigote desquiciado, ilustra perfectamente como las vacantes de las instituciones estatales se llenan con personal incapacitado por la universidad de la incompetencia.

En días pasados visité la hemeroteca de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Desafié, en un acto de osadía, mi propia genética recesiva. La tara cundinamarquesa me obligó a porfiar contra la amenaza cultural que significa el recinto. Las voces de mis experiencias anteriores me echaron en cara disgustos sin resolver.

Al estilo de los hijos de la desmembrada Gran Colombia marché en contravía del sentido común. Buscaría un semanario en una hemeroteca nacional, lo cual no deja de ser un despropósito.

Pasé el puesto de control y subí al segundo piso donde había una exposición sobre las palabras del bicentenario. Sentí dolor de cabeza… Vaya curiosidad, palabras de libertad en una nación esclavizada por la mentira desde 1810. Seguí camino por entre aquellos vericuetos donde tenían las fotocopias colgadas con ganchos de ropa. Entré al gran salón y le pregunté a la encargada del establecimiento por el Papel periódico ilustrado, fundado en Bogotá el 6 de agosto de 1881 por don Alberto Urdaneta.

El rostro se le descompuso. Pasó de gris bibliotecario al pálido color de la prensa añeja. Si le hubiera hablado en tucano, lengua del indígena vaupense, quizás la extrañeza no hubiera sido tanta tristemente notoria. (Pa bururí, traducido del tucano al castellano, significa cuidado se cae).

Al final del soponcio reaccionó con un balbuceo pueril y expresó: “Ese no existe, pero si quiere mire el catálogo”. Mi otoñal juventud, en un gesto de inusual paciencia, hojeó el cartapacio y ubicó el dato. En la amnésica Colombia primero se consulta un archivo de papel y luego se usa el computador para hallar la misma información. (Victoria de la involución).

Ante el triunfo de la perseverancia, la muchacha insistió en demostrar que mi petición estaba mal formulada. El teclado del PC sonó durante 11 minutos y llegó a la desalentadora conclusión: “Su pedido no es válido”. Señorita, repliqué ofendido, en los anaqueles de mi morada existen cuatro de los cinco tomos donde reposa esa publicación. Mis pupilas, inyectadas de sangre, seguramente la motivaron para llamar con urgencia a la supervisora.

La nueva funcionaria me hizo repetir la búsqueda en la carpeta. Hurgó en su base de datos sistematizada y en tres minutos pudo decir. “Sí está, pero no se lo puedo prestar. Debe hablar con el jefe que está detrás de esa consola, allá en la esquina”. La miopía con astigmatismo me señaló que en ese rincón no había nadie, pero como “Colombia es Pasión” caminé hasta el lugar señalado. Pregunté por el mandamás y su asistente me arrojó el vademécum de las disculpas para atender sin atender. “Él salió para almorzar, pero si usted quiere puede esperarlo un ratico que no demora”.

Salí volado sin rechistar para donde el boticario. ¿Por qué insistí en desafiar a la sabia experiencia con la ilusa esperanza? No lo sé, quizás es el mismo mal que afecta a los electores patrios.

En las selvas milenarias del Vaupés, al referirse a un pedido que no existe, se dice ticúneta nima (esos son los que enumeré, no hay más… Ticúseta ni (eso es todo).

miércoles, 24 de marzo de 2010

La euforia de la banalidad

La creatividad está prohibida en la república-vergüenza. Las montoneras de clientes iletrados (léase estudiantes) impusieron sus criterios bajo la salvaguarda alevosa de una chequera sobregirada por las apariencias.

La academia se quejó con dolor moral. No pudo soportar una serie de logos símbolos diseñados por el acto insulso que cohabita con lo anodino. El ardite cromático levantó sus banderas cual cáfila de brochas gordas.

La imagen, centro vital del orden teológico, cayó bajo la dictadura ramplona de la chambonería. El desastre figurativo tuvo varias piezas para colocar en el Museo de las Lágrimas. Bicentenario, festival de teatro y juegos suramericanos. Esa trilogía perversa, tratado de teratología, niega el impulso del Génesis y su espíritu creador. Triunfo del trazo sobre la idea. Victoria de la forma sobre el significado. Burla sofista, carnaval de la mediocridad.

Los docentes elevaron su voz de protesta y el alumnado, embrutecido por el trasnocho en el lupanar, impuso las mayorías del tumulto. La turba arguyó el pago semestral de una cartulina, pasaporte al desempleo, para lavar sus conciencias. El maestro redentor fue crucificado.

La docencia, rota en su esencia, tomó el camino del exilio. El destierro salvaguarda el derecho al bien, la verdad y la belleza. Algunos titanes, cual heroicos faros, se quedaron para iluminar a dos o tres almas estetas que lucha por no naufragar en el maloliente mar de las manchas.

Mi voz de protesta se une al grito descomunal de un público agraviado: Lo insustancial ofende al modelo cognitivo de la semiología de la imagen.

miércoles, 24 de febrero de 2010

La ira de las guarichas


El Grupo de Río llegó a la cumbre del estupor turulato. La grotesca pendencia entre coperas mostró la esencia de la tierra del olvido, un fundo ubicado al sur de la civilización del cowboy.

El dúo de bribones sacó a flote el infortunio étnico de los sujetos criados por los antropófagos caribeños. La dimensión de la vergüenza creció hasta imponer el anatema de un silencio radical.

El Tercer Mundo paga por ver la cuota de circo con eunucos, pero por un acto superior de la libertad de prensa latinoamericana la función fue censurada.

El escenario posible es el siguiente:

En la esquina oriental de la barriada del sector 23 de Enero está Chávez, el efebo de Raúl Castro… En la esquina occidental de la comuna cocalera permanece Uribe, el Chalán Paraco.

Suena la sedición y las vecinas vociferan sus jergas de aguateras de San Victorino.

1. El matacán del Uribe se bajó de la silla del comedor. Se metió un tenedor entre la pretina del calzón y correteó, echando espumarajos, al zambo bochinchero a tajos de barbera. Las concubinas intervinieron para evitar el escándalo propio de un juzgado promiscuo municipal.

2. Las suripantas se jalaron las mechas y se revolcaron en el lodo cual estriptiseras celosas en finca de traqueto.

3. Los dos gamonales hicieron alarde de la esgrima de bordón. El guayacán o “terapeuta familiar” fue usado por Uribe para intentar abrirle una chaguala en la crisma a don bobo-livari-ano.
4. La diatriba furibunda contra el mulato cimarrón estuvo sazonada con denuestos fulleros como: “el chancroide, la granuloma inguinal y la linfogranuloma”.

5. El conato de guachada se originó por salivazo al piso y un reto de: “pise la raya y lo rayo, garnúplea.

6. Chávez quiso manosearle los glúteos a don Uribe. El paradigma de montañero atravesado desenfundó su Colt 45 e intentó aplicarle un falso positivo tipo seguridad democrática.

7. El par de truhanes se dieron en la jeta al mejor estilo de la movilidad bogotana. El chofer de buseta se lanzó energúmeno contra el taxista marrullero. La furrusca se caracterizó por utilizar las más nobles y vernáculas piezas de la hoplología muisca. La lid del niquelado, cruceta grasienta contra varilla oxidada, echó chispas.

8. El drama patibulario comenzó cuando se boleó cadena de bicicleta sobre la mesa. Maniobra propia de los camorreros de chichería. Las populares escenas son el reflejo de dos presidentes con almas ladinas y latinas.

9. La barrabasada se inició porque Uribe le eructó en la oreja izquierda a Chávez. La bestia castrista, ofendida, contestó con una apestosa flatulencia. La OMS los obligó a una evacuación de emergencia.

Lo último que se oyó en la sancochería de Playa del Carmen, (México) fue: “A la salida nos vemos y te zampo una muñequera”. “Marica, lo espero en la frontera y le azuzo a Rasguño”.

“Fidel, Uribe me quiere pegar”… y Chávez lloró cual petatera en comisaría de policía. Fin del histórico episodio entre los hijos bastardos de Santander y Bolívar.

viernes, 19 de febrero de 2010

La democracia enmascarada


La democracia enmascarada

La politiquería criolla se colocó su antifaz de carnaval, cual ideóloga de burdel, para salir a feriar el fango pestilente de una patria corrompida. Las alimañas electoreras se alistan para empollar sus falacias en el desastre de un destino vil.

La temporada del teatro callejero abrió la talanquera que detenía a los saltimbanquis. El populacho danza frenético ante el destello del tunjo idolatrado. La parranda, con papayera y tamal, apuntalan la barriga de los galeotes. Triunfo de la bromatología sobre la neumatología.

Saciada la infamia estomacal, los gamonales se enjuagan el gaznate con gárgaras de aguadecreolina para alebrestar a los lagartos. La babaza de sus arengas, aunque desinfectada, es tan ponzoñosa como la saliva de los dragones de Komodo. Lo que muerden lo pudren con su halitosis de bestias prehistóricas.

Los volatineros, sin piedad con la cordura, se asoman lujuriosos ante el tumulto malvado e indigesto para salivarlo con la felicidad hispanoamericana de las hipérboles. Las plazas levantan sus alaridos de chabacanería con el perifoneo atarván de la sicalipsis. Los traquetos proclaman el asueto de la silicona.

La guacherna lobuna acepta el mote de “constituyente primario”. La plebe delira enardecida ante ese apodo dominguero que enlaza a los cuadrúpedos cerriles al botalón de la hacienda. La Farsolandia celestina se empelota feliz en la fiesta bullanguera. La lascivia y los caudillos se juntan en un concubinato cuatrienal. La orgía les promete un lenitivo para el supositorio. El espinazo se dobla y se suplica una garrotera con derecho de pernada, quejido del mestizaje.

Lejos de los bueyes madrineros, los desdichados héroes que sostienen el andamiaje de la desbarrancada Colombia se preguntan: ¿por qué hacer una trapisonda tan costosa? Bastaría con elegir al sujeto del cual Belcebú se avergüence.
La respuesta apunta hacia un pacto sombrío con el sofisma. Ningún aspirante a sacar las bacinillas del solio de un caraqueño tuberculoso desea abstenerse del hurto patrocinado por las guarichas de Bacatá. Victoria de la rapiña.

La retahíla de los culebreros de mitaca es inmutable. La originalidad se permuta por la intriga que imponen los lambericas en las cacareadas agendas programáticas. El ejemplo se transcribe de un acto legal. La historia de la mentira delata la costumbre atávica del delito electoral. En el año de 1843, el Congreso Constitucional de la Nueva Granada se reunió para reformar la Constitución de 1832 y recetó en su artículo 11, parágrafo 2, que: “…Los derechos del ciudadano se pierden por vender sus sufragios o voto, o comprar el de otro en cualquier de las elecciones prescritas por esta constitución o la ley…”

La tramoya de los sicofantas sigue vigente en el 2010 porque los elegidos desde Jorge Tadeo Lozano hasta Álvaro Uribe trajeron la gusanera incurable del legalismo, el soborno y el látigo.

Los candidatos, de antaño y hogaño, son zoquetes vulgares cuyas manías altaneras están consagradas a la desgracia. La patraña, ente dual de sus significados apócrifos, emerge en sus bocas hipócritas como la doctrina de un eco canalla. Los convenios populistas se retractan cuando el bochinche se embriaga con el guarapo de contrabando. El cambio es radical y la estocada es en el morro.

La alegre procesión de los esclavos incita al mandarín para comprar amanuenses de cafetín. Ellos maquillarán sus imágenes con retorcidas coqueterías de rameras prepago.

Y el mal se triplica. De los lacras del bipartidismo se pasó a la calamidad de los trillizos. La oligarquía redomada, la academia mediocre y el comunismo felón se unieron bajo el brazo malhechor de una cofradía de tarambanas. La casuística del garito los vendió como agiotistas del nepotismo.

Entran y ladran en los recintos cerrados para el discernimiento porque son la voluntad de la inercia inútil. En sus discursos predomina la técnica de la iniquidad. La fragua del verbo soterrado ofrece el desquite parcelado por la alcahueta mayor, la señora corrupción, concubina del absolutismo.

Los esbirros del régimen de la pantomima, extasiados por la complicidad de las compras electoreras, mercadean el pacto anormal del cálculo contributivo ante el futuro desfalco. Las campañas, de las apestosas sanguijuelas, rifan ventoleras de montoneras proclives al bandolerismo. La petulancia de sus contumelias hiede a sepulcros blanqueados.

La hedentina contamina al Estado social sin derechos porque este se edifica sobre las huesamentas de una catástrofe de viudas y huérfanos. Las cenizas de las víctimas se jugarán entre traiciones de batracios y tenebrosos pactos con el capo extraditado. La fosa común es su santuario.

Al triunfar las miserias del embuste manzanillo, el tiranuelo se jugará el entresijo en un rito de hambrunas republicanas. Sus cortesanas, oportunistas y trepadoras, se disfrazarán con aclamaciones purulentas y elocuencias sin decoro. Ellas, las coperas melosas, se raparán las tripas del poder con vocación de cuervos roñosos. Burda pasión.

Arriba del que usurpa la montura habita el patrón de la desvalorizada mancebía. El industrial de la zozobra reclama los créditos de la bufonada. Abajo millones de mulatos, taimados y mañosos, se aprestan para imitar a sus amos en la obscena costumbre por elegir lo repugnante.

Así, el pueblo del bambuco arrienda la finca con bandera a la demagogia del fantoche irremediable. El país, emasculado, se prepara para soportar otro estrupo.

En conclusión, votaré por una voluptuosa candidata. Ella me satisface con su ironía, la desobediencia civil.