El
alcalde de Cartagena de Indias, sujeto diseñado para la ignominia del olvido, logró
demostrar con su monumento a la derrota de Vernon una pasión por la esclavitud.
Él
cargó sobre su espalda de ilota las cadenas de la infamia opresora de su
formidable miseria. Se degradó de la iniquidad babosa del reptil hasta la ruin
guarida de la frivolidad, en grotesca
bajeza de cortesana. Su sombra nefasta fue iluminada por la oscuridad
del escándalo.
Él
el tirano hambriento se alimentó de hinojos ante el enjuto dúo de los
adúlteros, descendientes de sepulcros y piratas. Escándalo
incorregible del vergonzoso defecto de la demagogia.
Síntesis
de la ley del déspota. Impulso negativo del sórdido verdugo de la Historia.
A
usted, pobre títere emasculado, Colombia le niega el derecho sublime de cantar
el Himno Nacional en su estrofa de heroica memoria:
“…A orillas del Caribe
hambriento un pueblo lucha,
horrores prefiriendo
a pérfida salud.
¡Oh, sí! De Cartagena
la abnegación es mucha,
y escombros de la muerte
desprecia su virtud…”
Señor
pasajero de la abyecta tempestad mediática reciba mi salivazo de tinta sobre su
rostro de sabandija.