Por julio Ricardo Castaño Rueda.
La catedral primada de Bogotá fue profanada por la mujer enmascarada, alias
Simona, y su séquito de secuaces. La caterva de bandoleros escribió el libreto
de la juventud envejecida por el pestilente vicio de sus titiriteros.
La iniquidad fatídica, conducta cavernaria, anunció la alucinante ideología
de la decadencia. Aberración de los crápulas,
maniobra zurda.
Esos famélicos escombros de la delincuencia, adolescencias derrotadas por
el presidio, se levantaron en una asonada turbulenta presidida por el aullido
de los fantoches. El acto de circo en el templo estremeció de repugnancia a la embozada
Farsolandia. La acción desenfrenada de su blasfemia logró la condena del mal
porque el bien los perdonó.
Lo grotesco de la ignominia terrorista, tramoya de comunistas, consistió en
demostrar la fetidez de los monigotes. El eco nauseabundo de su protesta trajo el
sonido de sus vísceras, flatulencia de su desesperación.
Los autómatas, en su decadencia entrometida, mancharon de vergüenza a la
razón humana. Ella, discurso de la inteligencia superior, estableció el bien,
la verdad y la belleza para ser vividos sin máscaras, patrimonio del delito.
La fechoría de su verborrea marxista los impulsó a perturbar la delicada
morada del Altísimo, oficio de los hijos de la viuda. Los forajidos financiados
por el horror y en concubinato con la miseria expulsaron de su ignara existencia
el silencio creador.
Espantados por su ocaso fanático se disfrazaron de comedia paupérrima y
optaron por reclamar la banalidad mediática de la noticia. Necesitaban la pública
subasta de su bajeza, la lectura del folletín pernicioso de su nefanda
alevosía. Querían maquillar su derrota taciturna ante el amor, sustento de la cátedra
de la bondad. Con sus trajes de bestias sacrílegas pudieron rebuznar y guarrear
ante el mequetrefe defensor de la infamia en la emisora del escándalo.
Sí, peleles. Ustedes son el error ejecutivo de sus patrones, entes
entronizados en el yerro corrompido de la falacia. Ustedes, maniquíes por
antonomasia, son la ausencia de la originalidad. Ustedes, esclavos de la legislación
de los guiñoles, son los bebedores sitibundos del potaje vandálico de una barbarie
babeante.