Los
vicios de Calígula quedaron escandalizados ante el avance noticioso de las
denuncias mediáticas sobre la denominada “comunidad del anillo”.
Las
aberraciones de la voluptuosidad perversa de la res-púbica convirtió en formidable
lo espantoso.
A
los taciturnos gusanos de la institucionalidad vencida nada los toca. Los
impuestos a la pobreza financian la decadencia despótica del acto contra
natura. Es el orgullo privado de la infamia. Es el derecho a la decrepitud, la
mueca del espanto.
Los
apetitos de sus cuerpos, insolencia de sus efímeras vilezas de simiescas
lascivias, no tienen porque ser costeados por el erario.
La
concreción de la bajeza no puede ser tolerada porque el cargo público le hace
la venia al comercio esclavista del instinto desviado.
Lo
aterrador del crujir de la noticia es que no hay quién lidere un levantamiento
formal contra la dictadura estéril del delito servido para engendrar a los
corruptores del cargo oficial.
La
charca de los lagartos ni siquiera reclama el surgimiento de un caudillo energúmeno
que lidere una dictadura sangrienta. Acción pedagógica que redimiría a la Farsolandia sodomita
del círculo de iniciados en el defecto que hizo vomitar de asco al buen Calígula.
Roma
tuvo la virtud superior de liquidar al mandatario con un juicio severo de la
guardia pretoriana. Bogotá, en cambio, le alcahuetea a sus pretorianos las
anomalías parlamentarias de su retaguardia.