Juanhampa
entró al selecto grupo de Odebrechet (Organización de estafadores brasileños radicados
en Colombia y la
Hispanoamérica tramposa).
La
caída del rufián enmascarado hace el ruido propio de los lagartos asoleados
cuando la carroña flota sobre la espesa nata del caldo presidencial. El
sancocho hiede a mentira.
No
podía ser otra la olla podrida porque cuando a un oligarca criollo le da por jugar al “chegüevara” el
ave carroñera, del escudo nacional, se fuga para no ser golpeada por el fajo de
dólares. Soborno que le compulsa copias al archivo nacional del fraude.
El
plutócrata decadente es la decepción hecha trampa. Es la floración extraña del esquirol
que, con un gesto de burla a la ubre manoseada, diseña la otra estafa para el brazo
irregular del poder.
Grita
su inocencia de simio enajenado y pide que lo investigué el Consejo Nacional de los Juguetes. Comienza la orgía
absorta e invisible de las preclusiones. Es la hilera sucesiva del amazónico embuste.
La
mascarada de sus vicios sensoriales invierte en la rapiña de la gusanera preelectoral.
El cómplice de la paz prepagada, vive desvelado cual suripanta en carnaval.
Aguarda
agazapado… Y se levanta alevoso para saciar su sed de peculados. El burdo carcamán
patrocina los retozos de la democracia zurda, marihuana y marxismo, mientras se
fuma el futuro vial de la aldea esquinera.
Solo
falta que a su compinche, la anquilosada Isabelita segunda, le de por entregarle
el título de “sir”, como hicieron sus antepasados con el pirata Drake. Dando
origen al síndrome universal de Odebrecht, la oligarquía al servicio del
crimen.