Diego
Armando Maradona no le pertenece al fútbol; es propiedad privada de la canalla.
Lamentablemente,
la mentalidad zurda del siniestro alcalde Petro lo importó como el gran asno
criollo para el partido de la paz. El desastre de la medida produjo un
escándalo de onagro.
Ese
animal que rebuzna y corcovea dejó su legado para el dominio de la imbecilidad.
El sujeto, condicionado por su ego de advenedizo, protagonizó una reyerta que
ameritó una jaula.
Él
aún habita entre el límite de la historia de las bestias y la frontera de la
barbarie. Hijo de la oscuridad, rebelde por hambre, mintió en su conspiración
con un balón al vender su fraude a la avaricia cruel. Fomentador de la bajeza,
su origen lo exige.
Él
llegó para dejar el rastro húmedo de la boñiga sobre el deterioro de la
costumbre. Sosegado por el delirio del alucinógeno fue elevado por la
muchedumbre al pedestal del olvido. El lucro de su arrogancia, de atleta
bárbaro en decadencia, pasó por la
Bogotá cubana para mendigar unos aplausos: acto de limosnero.
Farandulero de antaño, vive de la exhibición circense. Mole inútil. Su penumbra
repugna.
El
astro de la infamia se levantó en dos patas para corcovear a un niño, a la prensa
capitalina y a la barriada con su coz de Marradona…
Por
favor, señor alcalde, la PAZ
no necesita un burro. Las mulas del Gobierno, cargadas de prebendas para las
Farc, son suficientes para mantener la guerra en paz.