La
respuesta podría ser obvia, pero la farsa está de carnaval blanco y eso es
anormal: ¿Cuál es el negocio que tienen
las multinacionales con el lote esquinero de Suramérica? ¿Por qué ahora las hermanitas de las Farc les
estorban entre la manigua? ¿Será que la noble organización del COC (coca, oro y
coltán) necesita un administrador operativo que produzca tumbas al por mayor?
El
principio de las respuestas está en la forzada donación del premio Bobel de
Paz. El trofeo honra a ciertos criminales de gran envergadura como por ejemplo:
Theodore Roosevelt (1906) por robarse a Panamá. Yasir Arafat (1994) por el
genocidio terrorista contra los judíos. Barack Obama (2009) por desaparecer de
la faz de la tierra las ciudades de Irak y de Afganistán.
Pero
si el señor Santos no es de esa calaña, dirán sus áulicos. Cierto, es de otra
peor. El engendro se gestó en el bajo vientre de Uribe, su Ministerio de
Defensa. La larva se devoró las entrañas de su progenitora y la traicionó con
la furia descomunal de la bestia edípica. Así el felón creció en su estercolero
y le jugó un falso positivo al país de la pobre viejecita, pero el puñal le
salió por la culata del electorado.
Lo
increíble del asunto es que el paraco recargado, su hijo el traidor y el
terrorista asustado se juntaron en una cueva de alimañas para robarle la paz a
Farsolandia. Con ese trío, las vagabundas suecas ya pueden institucionalizar el
premio Nobel a una macabra carcajada.
Y
si de morir de risa se trata, por favor visiten a los estudiantes de la paz.
Ellos con su inmensa capacidad de leer medio juego de fotocopias por semestre
le dieron el sí al tétrico ridículo.