El
cartel de la corrupción, vigente desde 1810, se amangualó con los terroristas
de la Farc en un
lupanar del Caribe para destazar a la patria asesinada. El negocio de los
forajidos radica en vender el surco de dolores para regarlo con sangre de
jornaleros.
Y
aquí, en el altiplano, a los amos de mitra, levita y mentirita les dio por cambiarse
los botines. El intercambio simbólico de la pecueca huele a la mojiganga de
1781, cuando los señoritos de Santafé se colocaron los alpargates del Socorro
comunero mientras traicionaban las capitulaciones.
¿Sabe
usted cuántos acuerdos de Paz se han firmado desde 1812, cuando a la raza de víboras
de cierto triunvirato sabanero le dio por llamarse “Altezas Serenísimas” al
mejor estilo de los Santos de la
Habana ?
La
respuesta hiede a mentira…
Alma
bendita de don Pablo Morillo, el Pacificador por antonomasia. El Conde de Cartagena
sí supo como edificar los altares de la nacionalidad…