La
gusanera de la res-pública esta ahíta de ejercer su derecho voraz a la coprofagía.
La
conciencia entelerida del impulso pavloviano mueve a Farsolandia. Ella,
casquivana de coqueteos mortuorios, levanta el estandarte de su horizonte
agónico. El jumento enjalmado goza del látigo de la idolatría extraviada:
Fútbol y elecciones. Juerga lúgubre.
La
dupla de la bacanal estalla. La persigue el furor de los gentíos. El vocerío
cavernícola de la horda impone su insulto a la civilización. La calumnia y el
doctor Soborno copulan en una orgia de filibusteros.
Tiembla
la turba saciada. La mueve el lúpulo fermentado en los trapiches de la
desdicha. Bufido espantoso. Efervescencia de la utopía desfigurada.
El
sentimentalismo chauvinista se desboca. Se impone la fiera en la lejana
adulación de la manigua. El furor sudoroso del simio desencadenado escapa. La electrizante
multitud de los tarmanganis edifica su cadalso. Marcha feroz del vicio conspirador.
La
ignominia de los pigmeos alebrestados se agiganta ante la marea del embuste. Los
inunda un charco de estiércol electoral.
La
inmensa intoxicación del delirio, en vértigo perverso, los arrea. El placer
libertino del engaño alumbra los estertores de la chusma. Alucinación de la
estulticia, juego de hetairas.
El
catafalco está listo. La patria, nula y lisiada, bajará tranquila al sepulcro
donde el corruptor insolente la usará como la letrina de la democracia.