El
NO al plebiscito fue un falso
positivo de Santos a las Farc.
La
paupérrima Farsolandia aún no sabe que pueblo la atropelló. La bandera del
ridículo ondea sobre el asta del fracaso, único escudo capaz de enarbolar su
mediocridad vergonzosa.
Por
orden de reparto, los actores de la cobardía feroz fueron:
Juanpapanatas,
el mayordomo de la decadencia, no ahorró mermelada electoral para untar
conciencias de doble servicio en la cocina de la Casa de Rapiño. La torta de
su delito lo indigestó.
Los
encuestadores, diseñadores de la mentira, deberían tomar un curso de pitonisas
porque sus vísceras de mercenarios hieden a sapos destazados.
Los
periodistas de los medios prepagados deberían tomar clases de actuación. El
cambio rápido de una máscara no debe mostrar la cara de granujas asombrados. Se
les cayó el libreto y cual títeres manoseados por un ventrílocuo ebrio por
inhumana democracia improvisaron un elogio a la miseria.
Los
asesores jurídicos, las eminencias grises del soborno, con su habitual
ignorancia sobre jurisprudencia se quedaron balbuceando incoherencias de
cadáveres ideológicos sobre la sepultura de sus códigos adulterados por la
gusanera de sus babazas.
Y
los jóvenes, de llantos y gritos tricolores, armaron berrinche de gomelos en
una comedia donde la estúpida banalidad logró un punto aparte en los renglones
del flagelo de las alcahuetas contra la voracidad de la civilización.
Tiranos
de Farsolandia, por caridad con las rameras de la Calle no más conspiraciones
políticas entre sicarios y payasos.