Por Julio Ricardo Castaño Rueda
La consecuencia miserable, de aquel
desperfecto histórico, permitió la llegada de una horda de gamonales granadinos
al báratro. Esa chusma postiza sacrificó su doctrina anticristiana para
cauterizar las inquietudes del desenfreno, pieza vital de la mecánica de los
nueves círculos que Dante Alighieri, el poeta florentino, describiera en su
Divina comedia. De la celestial mascarada se pasó, en un santiamén, al trágico
sectarismo del notablato criollo. Las circunferencias séptima, octava y novena,
altares venerables de la violencia, el fraude y la traición, quedaron asignadas
a esa tenebrosa etnia criminal.
La riada de corruptos inundó, con la hedentina
de sus sofismas, los pestilentes rincones del hades. Caronte decidió ahogarse en
el Leteo, el río del olvido. Entonces, el desplazamiento forzado de las insignes
figuras del orco fue inevitable. Los divinos césares, Calígula y Nerón, el
impetuoso jinete, Gengis Kan, y el humanista Vlad III de Valaquia, el Empalador,
y un millar de libertinos protervos fueron degradados al oratorio de preparación
para niños de primera comunión. Nada ya, para el mal, fue bueno. La perversidad
socarrona de estos granujas logró adulterar, con su perniciosa manía del inciso
regulador, la totalidad de la más docta hamartiología (doctrina del pecado).
Los
caudillos de la demagogia atacaron con su repugnante protervia a los íncubos. La
alevosía de la ponzoña inoculada no tuvo piedad con los demonios desvalidos. Los
relapsos infectados debieron tramitar su ingreso al pailón mayor. La entrada
requiere de un soborno de bondad. Los desventurados hijos del maligno pagan su
extorsión moderadora para evitar una otitis diabólica cuando les nombran los
alias de Francisco de Paula, Simón José Antonio y Antonio Amador José, sujetos
viles. Estigmas de las caricaturas escolares de la patria en el catecismo de la
infamia nacional, trilogía de la crápula.
La catástrofe asfixió a Belcebú. Los
congresistas raizales, con la pertinacia de la abyección, le serrucharon la
butaca al supremo administrador de la mentira. Hoy, los abismos del tártaro
sufren un severo racionamiento de tinieblas. Las calderas de castigo no tienen
flatulencias para operar.
Las profanadas furias, Megera, Alecto y Tisífone, se
amancebaron con Judas Iscariote y venden indulgencias plenarias con certificados
falsos, pero autenticados por notarios eclesiales. Las doctrinas sobre la
inmortalidad negativa fueron perversamente negociadas a espaldas de Lucifer. El
prodigio de esa desgracia es la herencia bastarda de los tinterillos. Ellos
sindicalizaron a los esclavos de las horrendas dehesas del erebo y sembraron una
paz de sangre desde el vestíbulo del limbo hasta las cascadas del Aqueronte…
Atención, noticia de última hora. La guardia de don Adolfo incautó un peligroso
contrabando. Se trató de 5.000 kilogramos de camándulas bendecidas por san José
María Escrivá de Balaguer. Los sindicados son Laureano y Alberto, el Pacto de
Benidorm. El séquito de bolcheviques invitó a Satanás a brindar por el éxito del
operativo. Satán sufrió un ataque de apoplejía y murió. La gentuza le pasó un
tarro de diablo rojo con agua bendita.