El
camarada guerrillero está de plácemes. Él presidirá, con sus efebos, el desfile
lúgubre de su intimidad con el Estado. En el Capitolio lo aguarda la comunidad
del anillo con sus bayonetas caladas para
que repartan cu…rul.
El
carnaval de los sodomitas izará la bandera de la desgracia en el reino de los
corruptos. La paupérrima patria alcahueta estará agonizante. Las vísceras del
mortecino quedarán abiertas para que los augures del pillaje vaticinen el
fraude electoral de un plebiscito, el insulto miserable del escándalo. Sí, ya
viene la miseria arrendada por Juan, el enmascarado, a las farc. La ramera llega
colmada de infamias lista para asesinar las cóleras de sus infelices víctimas
cuyos ignotos cadalsos se pudren en la manigua.
La
matanza se asustó y se desertó porque esta paz trae disparos a muerte. La
servidumbre de sus lagartos logró con sus lenguas bífidas redactar un contrato
de intrigas contra la espalda de un cotero inclinado llamado Cocalombia. La paz
apuñaló a la verdad. La esperanza moral quedó bajo una nacionalidad sin tumba.
La
hedentina de la isla cubana solo traerá un juicio de linchamiento al país, de
las modas ebrias y sin tregua. Él lo aplaudirá mientras le cambian las cadenas
por grilletes. Eso hacía en 1816 cuando el gran Pacificador, don Pablo Morillo,
fusilaba tinterillos con vocación pedagógica. Lástima que se le escapó el
Santander y la peste legalista cundió.
La
señora de las tres letras, el ídolo de los sofistas, cual suripanta corsaria
deshonrará el lenguaje de la mentira con sus discursos de espectáculo oscuro. La
paz, atornillada a la más abyecta fatalidad de los sepultureros, verá la entrada
triunfal de los chacales al horripilante
foso del Congreso. Entonces volverá la guerra en paz como le gusta a los
terroristas, que huirán con las piernas entre el rabo.