Por
Germán Fernández P.*
1993,
atardecía en La Habana ,
el aroma de las piedras hastiadas de mar recorría el malecón y a tiro de piedra
la ciudad jineteada seguía atrapada en el tiempo, pisoteada o lisonjeada por
las lenguas de los agotadores fisgones que de todas partes del mundo van con
ansias de husmear o falsamente vanagloriar el legado fatídico de Cienfuegos, el
Che y la Hiena
de Birán (alias Castro).
En
Bogotá, a 2.443
kilómetros de distancia, por los pasillos -vaya ironía-
de la Universidad Los
Libertadores, hablábamos de la misma capital cubana. En la calle caía una
llovizna incesante y tímida, lasciva e infinitamente bogotana.
Atragantados
de ganas de periodismo, Julcas y yo sabíamos que habíamos construido una forma
de ver el mundo y anticiparlo, profetizarlo, bajo la sencilla seguridad que da
el infalible y consistente comportamiento del homúnculo latinoamericano y su
proclive vocación al fracaso, la farsa y la trapisonda. Así somos, así lo
prueba la historia de manera tan incesante como aquella llovizna vespertina y
bogotana.
La
profundidad en la historia, por antonomasia, Julcas, nos traía y deleitaba por
las páginas recientes del acontecer europeo. Sin mucho asombro, mirábamos, por
la ventana de la década anterior ya marchita, las cuatro cuadras de fila de los
moscovitas para entrar al primer Mc Donald’s, cercano a la Plaza Roja.
El
Glásnost y la Perestroika
como fulanas de esquina se habían vestido de Big Mac, Coca-Cola, Marlboro y
Blue jeans, y no pasó un lustro antes de que la Revolución bolchevique
se fuera a la mierda; no habían pasado diez años del primer mordisco a la
hamburguesa del imperio y ya no había muro de Berlín, ni guerra fría y ¡la cortina de hierro se apolilló!
La
bragueta de Tío Sam se había hecho sentir... el capitalismo hechicero se había
'tirado' las conciencias anacrónicas y entelarañadas de los comunistas y les
había otorgado la sinestésica miel de las barras y las estrellas.
Décadas de bloqueo comercial e inútil a la
antillana isla de los Siboney solo nos dejaron, en aquel atardecer del 93, la
certeza de que la apertura sería la agonía, muerte y olvido del comunismo del
fantasma de Castro y sus esbirros.
En esa noche del mismo día del 93,
indelicadamente fría por cierto, nos visitó en clase un espectral enviado de la
embajada cubana para hablar de la revolución -pedagógicamente- y no faltó el
petardo palurdo que les celebró e hizo loas al chasco de la Sierra Maestra ,
como muchas mentes inertes que creyeron (creen) que aquella histórica y
histérica patraña era, (sería, fue) un símbolo.
Borracheras
de ron con nombre caribeño pero de empresa europea harán las delicias de un
pueblo musical y atónito, y el último muro de la filosofía de la pobreza
compartida caerá. Así se dijo aquella tarde, aquella noche, bajo el influjo de
bocanadas de Marlboro y Coca-Cola, y así será.
Ave
César!
*
Comunicador Social-Periodista.
4 comentarios:
Muy buen artículo, los felicito. Viva Dios, la libertad y los Estados Unidos de América.
Con toda mi admiración y aprecio, Un abrazo.
Ana Patricia
Sí hubo una generación valiente que nunca se rindió ante el avasallante y nausebundo tema del terror llamado prisión cubana...
Por fin les cantaron la tabla
gracias por participarme tus desahogos periodísticos.
el comunismo es el principio de toda desgracia y enfermedad intelectual.
honra a los profetas
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