miércoles, 30 de julio de 2008

El divorcio, pecado sin absolución

Los hombres santos proclaman frases que rompen la vida, destrozan la fe y asesinan el Evangelio: “No te puedo dar la absolución porque eres un divorciado que vive en concubinato”. El autor de la sentencia es un sacerdote católico que en sus homilías predicó: “…A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados…”. (Juan 20, 23).

El feligrés se levantó del confesionario con el corazón muerto y el alma condenada. Su realidad lo acusa. El divorcio lo alinea en la fila de los millones de seres desechados por el estigma de la separación conyugal. Se les niega el Pan de la Vida con un argumento sin apelación: “El sacramento del matrimonio es indisoluble”.

Algunos padres les recitan de memoria: “La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad del sacramento entre bautizados”. (CIC can.1055.1).

Y el canon 1056 dice: “Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, que en el matrimonio cristiano, alcanzan una peculiar firmeza en razón del sacramento”. El Codex Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico) tiene su regla, la ley atroz que crucifica a los inocentes y a los culpables en el madero de la soledad sin misericordia.

¿Por qué no le explican que la historia eclesial escribió otra realidad? El sucesor del papa Celestino III, el cardenal Giaccomo Lotario di Senni, con apenas 37 años, sería el gran reformador de la Iglesia. El noble personaje, con cargo de diácono, fue elegido Papa en 1198. Días más tarde fue ordenado sacerdote. El obispo se llamaría Inocencio III.

El pontífice Inocencio III fue el creador del vínculo marital perpetuo. La Iglesia, fundada por el Dios del amor, pudo vivir y crecer por más de 1.200 años sin la severa cláusula del derecho canónico llamada indisolubilidad.
El mandato papal tuvo un fin geopolítico más que moral. El objetivo era meter en cintura a los monarcas europeos para que sirvieran bajo el dominio de la tiara. El Papa debía ser la máxima autoridad en un mundo feudal donde el poder terrenal le pertenecía a las casas reales. La forma de control llegó a las alcobas y se abalanzó legalista sobre los matrimonios que representaban alianzas favorables para los intereses económicos de los Estados pontificios.
La bendición conyugal se convirtió en un arma de inspección nupcial que podía esclavizar conciencias, aumentar territorios y cobrar indulgencias para servir a la gloriosa causa de un señor poderoso, el Papa.
Las consecuencias de las reformas de Inocencio III escribieron acontecimientos críticos que generaron cismas y guerras. Los gestores del aquel caos sangriento son piezas vitales de la historia europea y americana.
El caso más pedagógico, para ilustrar el desastre, es el de Enrique VIII (1491-1547). Este Rey de Inglaterra, perteneciente a la dinastía Tudor, utilizó sus dones contra la Reforma protestante creada por Martín Lutero, en 1520. Su tesis vital le sirvió para obtener el benemérito título de “Defensor de la Fe Católica”. (Distinción otorgada por el papa León X por el Tratado de los siete sacramentos. El documento fue escrito en 1521).
La maravillosa ponencia cambió cuando la Iglesia intervino en el primer matrimonio del Rey con la viuda de su hermano Arturo, Catalina de Aragón. La señora no le dio herederos varones, por lo que Enrique VIII le solicitó al Papa la anulación del matrimonio.

El monarca se acordó de: “…Ningún hombre debe acercarse a una mujer de su propia familia para tener relaciones sexuales…”. Levítico 18,6. (1527). Detallito que también se le olvidó a la Curia romana.
El papa Clemente VII, prisionero de Carlos V, le negó la nulidad y Enrique VIII decidió divorciarse de Roma. El Rey apóstata entabló una partida secesionista donde las leyes del juego las colocaba él en beneficio de su triunfo.
Primer movimiento. Mandó oponer leyes contra el canon. Le pidió a varias universidades europeas unos motivos favorables a su divorcio (1529).
Segunda jugada. Aprovechó el descontento del clero secular inglés por la fiscalidad papal y les reforzó el disgusto con la codicia. Acusó a las órdenes religiosas de banqueros y de paso se hizo reconocer jefe de la Iglesia de Inglaterra (1531). Y pensar que en estos trópicos todavía se preguntan: “¿El poder para qué?”
Tercera movida.
El Rey atacó a los defensores del vínculo marital. Nombró a su amigo Thomas Cranmer arzobispo de Canterbury y le ordenó anular el matrimonio y coronar a su concubina, doña Ana Bolena, como reina. Roma contraatacó. El papa Clemente VII excomulgó al Rey, al arzobispo y a Bolena.
Cuarto lance.
Enrique VIII se inventó y opuso el cisma de la Iglesia de Inglaterra. El Parlamento aprobó la medida y surgió la Ley de Supremacía, 1534. Legalismo contra legalidad.
Fin parcial del episodio. La Iglesia de Inglaterra quedó liberada de sus votos de obediencia a Roma. La entidad fue transformada en una Iglesia nacional independiente cuyo señor era Enrique VIII.

La Corona expropió los bienes eclesiásticos y persiguió a los católicos fieles al Papa. El arzobispo Cranmer reformaría la Iglesia anglicana y la entregaría, como patrimonio del cristianismo protestante, a las ideas luteranas y calvinistas.
El síndrome del cismático Enrique VIII no terminó. En el siglo XXI, cuando los anónimos católicos no pueden solucionar los problemas de sus relaciones maritales fundan iglesia propia en el garaje de la casa.
Resulta más fácil inventar un credo sectario que dialogar con la religión del amor porque se interponen las normas, codificadas por leyes inútiles, que son sordas al sentido común.
La Iglesia Católica se fracciona porque ciertos jerarcas, miembros de la masonería eclesiástica, defienden el precepto de un código manipulador. Nada nuevo, pero sí oculto al feligrés.
La alarma sonó más de un siglo atrás y su eco sigue vigente.
La Encíclica Pascendi de Pío X, del 8 de septiembre de 1907 señaló: “…Ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde afuera, sino desde adentro; en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen la Iglesia…”.
La denuncia se estableció en el Código de Derecho Canónico de 1917. En el canon 2335 se declaró la excomunión a quien perteneciera a la masonería. La Santísima Virgen María, el 29 de junio de 1983, le reveló al padre Gobbi, miembro del Movimiento Sacerdotal Mariano: “…La Bestia negra es también la Masonería, que se infiltra en la Iglesia y la ataca, la hiere y trata de demolerla con su táctica solapada y peligrosa…”. La sentencia pervive y la confirmó la declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe del 27 de noviembre de 1983. El documento, conocido como Quasitum est, permanece vigente.

El síntoma de la cofradía conocida como la Bestia negra es su huella hedionda a realidades duales. Motivo por cual el liberalismo masónico ensangrentó los siglos XIX y XX de Colombia. La Iglesia reaccionó y lanzó a sus cruzados en rescate de la fe. San Ezequiel Moreno, el benemérito Obispo de Pasto, resumió, en una frase, el lema de la ideología que hace de la mentira su altar: “El liberalismo es pecado”.
Los prelados de combate envejecieron y desaparecieron. Las oligarquías masónicas pactaron el Frente Nacional y fin de la virtud. La Nación, con el primer santuario mariano de America del Sur, dejó de ser un país católico.
La razón surgió en el mismo vientre que gestó a don Enrique VIII: el fracaso del matrimonio. Derrotado el sacramento, de acuerdo con normas jurídicas, la desmembración familiar quedó en manos de la industrial del divorcio. El catecismo sin lectores, atado a estatutos canónicos, no pudo evitar que la sociedad entrara en la crisis hedonista donde reina la falacia legalizada.
El pecado dejó de ser una falta contra la moral. La trasgresión es un problema de geografía urbana. Basta con cruzar la calle y llegar a la secta que lo recibe con perdones y Aleluya. El renegado se convierte, por obra y gracia de la gazmoñería vernácula, en “hermanito separado”.
El colombiano posmoderno es irreformable en sus decisiones. “Mi Iglesia no me perdona. No tengo causal ni dinero para pagar las costas de un proceso de nulidad, pues adiós a la Eucaristía”.
Pobre de aquel humilde feligrés que se someta mansamente a los dictados de la Asamblea. Las asociaciones católicas le recordarán con actitudes, palabras y hechos que es un vil desdichado. Será discriminado, perseguido, calumniado, humillado y ofendido por aquellas santas matronas, guardia pretoriana de toda parroquia nacional, donde la soltería es el triunfo de la esterilidad.

El estado civil se convierte en un drama sin una salida coherente y cristiana. El católico, casado y separado, que vive con otra esposa bajo las leyes de su país es un proscrito de los sacramentos.
El católico casado y separado que se une a otra mujer, pero bajo la égida de una doctrina es un “hermano separado, un hijo pródigo, una oveja extraviada, una magdalena, una esperanza para el apostolado, un invitado a la santidad”. No se les puede llamar apostatas, cismáticos, perjuros, herejes e impíos porque es una falta a la caridad.
Santa madre Iglesia, ¿por qué empujas a tus hijos hacia las dictaduras de las madrastras? “…No te pido que los saques del mundo, pero sí que los defiendas del maligno…”. (Juan 17,15).
El resto son posiciones variables. La Santa Iglesia Católica Romana, pontifica sobre el matrimonio según la doctrina del Concilio Vaticano II, pero azota a tus fieles con una contradicción paradójica que se le aplica exclusivamente a los débiles.
1.). Mantiene relaciones diplomáticas y concordatos con Estados gobernados por masones o comunistas confesos, entre otros males. Ellos patrocinan el aborto, el matrimonio civil y la unión libre.
2.). Defiende el monoteísmo a capa y espada. Pero acepta la libertad de cultos. Si existe un solo Dios, ¿para qué el politeísmo?
3.). Impone el sacramento del matrimonio con ferocidad de inquisidor, pero promueve el ecumenismo con religiones y sociedades donde la poligamia es un forma de vida válida. ¿Para qué hacer indisoluble una relación si la muerte la separa?
4). Oculta y alcahuetea con generosidad de celestina las relaciones maritales de algunos sacerdotes. En Colombia, el clero secular impone marcas propias de los Hidalgos de Bragueta. (Tradición heredada del Derecho de Pernada). Las denuncias reposan en los archivos de los noticieros de la televisión.
5.). En Colombia patrocinó procesos de paz que durante 50 años sirvieron de fábrica de engaños. Su institucionalidad permanece abierta para perdonar y recibir a criminales que harían palidecer de envidia a los nazis. Los paramilitares descuartizaban ancianos vivos. Los sujetos están cobijados por una ley de perdón y olvido. La tramoya legal es apoyada por la Conferencia Episcopal.
6). Perdona el aborto (bajo el sacramento de la confesión) y todos los puntos anteriores, pero no absuelve al divorciado. Además, en retaliación deja sin alimento espiritual el alma del caído. La persona que contrae matrimonio civil, en segundas nupcias, no recibe la absolución ni la comunión. No hay perdón.
“…Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial los perdonará. En cambio, si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes…”. (Mateo 6, 14-15).
Ese trozo del Evangelio es letra muerta para miles de matrimonios señalados con el INRI del amancebamiento.
El Dios del amor insiste irrevocablemente en el perdón sin restricciones legales ni condicionamientos a códigos y se lo ordenó a su primer Papa.
“…Entonces Pedro se acercó y le dijo: Señor, ¿cuántas veces debo perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: No digas siete veces, sino hasta setenta veces siete…”. (Mateo 18, 21-22). Lo que significa siempre, eternamente.
El Dios de la misericordia se dejó traspasar el corazón para defender la infinita realidad del perdón, pero las noticias que circulan por la Internet lo traicionan. ¿Será que el Altísimo se equivocó?



BENEDICTO XVI DA INDICIOS DE CAMBIO
Por Philip Pullella
Sólo en Estados Unidos hay siete millones de católicos divorciados y casados en segundas nupcias. En Alemania, otro país donde el problema se discute a menudo, los obispos pidieron al Vaticano en 1994 que considerara una reforma, pero fueron reprendidos por Benedicto XVI, entonces el cardenal Joseph Ratzinger, que era la máxima autoridad doctrinal de la Iglesia.
‘Este sínodo debe ser pastoral en su estrategia. Debemos buscar caminos para incluir a aquellos que están hambrientos por el pan de la vida' dijo Dew. 'El escándalo de aquellos hambrientos por la comida de la Eucaristía debe abordarse, igual que debe abordarse el escándalo del hambre física'.
Cómo lidiar con esta condición ha sido uno de los asuntos debatidos de forma más persistente en el seno de la Iglesia en los últimos años.
Según las normas actuales, aquellos que se casen de nuevo fuera de la Iglesia sólo pueden recibir la comunión si se abstienen de mantener relaciones sexuales con sus nuevas parejas porque la Iglesia considera que el primer matrimonio aún es válido.
Mientras que el fallecido Juan Pablo II se mantuvo firme sobre su exclusión de la Eucaristía, Benedicto XVI ha indicado que puede ser más flexible. En julio dijo a unos sacerdotes que la condición de los divorciados y casados de nuevo debería ser sometido a un mayor 'estudio' debido a que era una 'situación particularmente dolorosa'. En esa ocasión el Papa dijo que dichos católicos debían ser bienvenidos en las parroquias aunque no pudieran recibir la comunión.

Si el papa Benedicto XVI pudiera escuchar la historia de una mujer noble, campesina y soltera casada con un divorciado. A ella le tocó pelear en su parroquia por el bautismo para sus hijos. Los bondadosos colegios católicos, años más tarde, se los rechazaron de las aulas.

El relato es terrorífico. Familiares y amigos la apartaron de sus círculos y cofradías donde se vive ese fervoroso sentido del apostolado por la caridad. La mujer adúltera sufre, por amor a su hogar, una lapidación constante. Ella, que en su labor de samaritana, salva a un hombre del abandono, levanta a una familia y sostiene a otra con su coraje redentor llora con lágrimas desdichadas cuando escucha: “Te doy la bendición, pero no la absolución”.

El sacerdote no escucha el dolor del Dios sacrificado que grita desde su altar: Te di mi Cielo, te doné mi Sangre, te entregué a mi Madre a cambio del amor de esa mujer que se retira en fatal desconsuelo. “…Pues a mí se acogió, lo libraré; lo protegeré, pues mi nombre conoció. Me llamará, yo le responderé; estaré con él en la desgracia…”. (Salmo 91,14-15). La respuesta, al pecado sin absolución, es la misma de antaño: “Es la ley, Maestro”.

La ley que explotaba a la viuda.
La ley que impedía curar en sábado.
La ley que convirtió la casa del Padre en cueva de ladrones.
La ley que lapidaba a las adúlteras.
La ley que te vendió por treinta monedas de plata.
La ley que liberó a Barrabás.
La ley que te crucificó.
La ley que lapidó a Esteban.

¿Evangelio de amor o ley canónica? La diferencia la redacta la Historia con sangre de mártires. Mientras escoge lo invito a leer, en las siguientes páginas, sobre el pecado púrpura, otra consecuencia del canon 1056.


El pecado púrpura

Dios inventó el perdón y las mujeres la culpa. Dios creó la misericordia y sus apóstoles, las jerarquías. El Evangelio, sustentado sobre la ley del amor, se obedece, pero no se cumple porque el divorcio no existe.

La evolución del pecado colombiano trascendió hasta modificar el significado de lo injusto. Su semántica se acomoda a la circunstancia, particularmente femenina.

El resto es el fracaso del diccionario. La Real Academia Española es una muestra que el significado, para el caso que nos ocupa, es inoperante. Los tres primeros datos sobre la palabra mortal son desconocidos por muchas. Pecado: Transgresión voluntaria de preceptos religiosos. 2. Cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido. 3. Exceso o defecto en cualquier línea.


El príncipe de los ángeles rebeldes quedó absorto ante la superación activa de su invento. El yerro sólo opera en un sentido, el netamente masculino. La prueba, con reto incluido, tiene una pregunta: ¿Conoce usted a alguna mujer adúltera que confiese su falta abiertamente y sin tapujos?

La respuesta es un no rotundo.

Si por una eventualidad, rayana en el milagro, se atrapara a un raro ejemplar el culpable sería el marido. Total la victimaría es eximida. El precio se borra con lágrimas y las consecuencias las paga el chivo expiatorio. La fémina es feliz.

Definitivamente, la letra escarlata es un blandón para caballeros. No en vano, el color púrpura forma parte del vestuario de los reyes, los emperadores, los cardenales y las banderas liberales.



Y de nuevo al presente vernáculo.

Las pequeñas sociedades católicas nacionales cerraron sus almas con un candado para deformar el desprecio. Su vocabulario, afilado por el ejercicio corporativo y falaz, condena sin piedad. Los tribunales fueron instalados en los salones parroquiales, las reuniones para tomar chocolate, las esquinas y las cocinas. Las juezas agregaron un signo negro al alfabeto de la ignominia.

La escarlata y su prontuario se permutan, se borran, se sangran o simplemente se archivan cuando lleva faldas. Las iluminadas sin luz encandilan al macho portador.
El adulterio dejó de ser un problema moral para convertirse en una circunstancia social. La beatería desechó las consecuencias nefastas consignadas en la Biblia. El rey David y Betsabé, esposa de Urías el hitita, rompieron el orden establecido. “…David ordenó entonces a unos mensajeros que se la trajeran, y se acostó con ella, después de lo cual ella volvió a su casa…”. (2 Samuel 11, 2-4).
El precio se pagó con un castigo filialmente cruel, la muerte de un hijo. El Antiguo Testamento respiró justicia y hubo perdón. “…Después David consoló a Betsabé, su mujer. Fue a visitarla y se unió a ella, y ella dio a luz un hijo al que David llamó Salomón. El Señor amó a este niño…”. (2 Samuel 12, 24).
Nadie más osó juzgar a David por el desliz cometido. La gracia Altísima transformó el escabroso asunto en una senda misericordiosa. La gravedad del acto y sus consecuencias tan catastróficas recibieron una solución sencillamente celeste. La casa de David, el Adúltero, fue la elegida para ser el ancestro del Mesías.



Los siglos pasaron y el Cristo confirmó la promesa davídica. “…Señor, Hijo de David, ten compasión de mí…”. (Mateo 15, 21). Jesús se compadeció de una mujer no judía, pero sus actuales discípulas no. Ellas son alérgicas al perdón porque creen estar por encima del bien y del mal.
El indulto dejó de ser una virtud mujeriega, y la lacra amante trastoca los lechos maritales. La trampa forma parte de la conducta humana en variados temas.
El adulterio, con su desplante criminal, evolucionó hasta los límites del mito. Lanzarote, primer caballero del rey Arturo, fue hechizado por la reina Ginebra. La leyenda quedó signada por la derrota sin lealtad.
El ajetreo social, entre el mandato divino y el amor bohemio, se inoculó en la novela libertina y en el romanticismo decimonónico.
La literatura cosechó párrafos inmortales como Otelo, de William Shakespeare; La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne y El amante de Lady Chatterley, de David Herbert Lawrence que alertaron sobre la muerte emocional.
Ese comportamiento se vertió en las letras de Gustave Flaubert y su novela Madame Bovary. El autor resultó involucrado en un proceso legal de donde salió absuelto por una comunidad inmoralmente amoral.
La sociedad francesa, al verse retratada, optó por la venganza silenciosa. El adulterio acabó con el Imperio de Napoleón III. La Historia intenta justificar y explicar la debacle con otras causas, pero la infidelidad conyugal fue su perdición. La Francia adúltera obtuvo la redención.
Los amantes de Clío volvieron glorioso lo que fue canalla.


La realidad nutrió y superó los casos famosos entre los cornudos profesionales. El temor por el escándalo ocultó, usurpó y olvidó.
En síntesis, el adulterio es legalmente perdonable para el individuo porque la sociedad requiere sobrevivir. La falta encuentra la redención desde la confesión sacramental hasta el eufemismo histórico. Incluso la novelística lo convierte en una causa válida de protesta contra la hipocresía.
Sin embargo, el monstruo insaciable engendró una llaga incurable para el género masculino: El divorcio.
Por fin, el texto llegó a su encrucijada contemporánea.
Los bogotanos raizales del siglo XXI sufren con un delito antropológico inapelable: El divorcio civil o la separación corporal. Son estados distintos, pero causan el mismo desastroso efecto: El penado es el hombre. La mujer queda automáticamente libre.
Ella será la mártir inocente de una circunstancia ajena a su voluntad. Simplemente, el ayuntamiento carnal ilegal femenino es inexistente porque la culpa, atemporalmente, le pertenece al marido porque esa es su dote.
En este renglón, embadurnado con protestas inútiles, entra la fascinante sociedad católica a lapidar.
El divorciado jamás será absuelto. Sus comportamientos públicos son tergiversados y modificados por obra y arte de las lenguas viperinas.
Los ejemplos parroquiales son elocuentes. El sindicado, perdonado por Dios y que ora ante el Santísimo, es un perjuro, fornicador, adúltero, relapso, libertino y reo del infierno.


Los adjetivos medievales nacen furiosos del lenguaje perdulario de las solteronas gazmoñas, las teólogas machorras, las defensoras del aborto, las amantes liberales, las divorciadas en concubinato abierto y las sobornadoras del chisme.
A ellas se suman las religiosas rebeldes que no leen el Evangelio si no los postulados relativistas donde la axiología depende del capricho hormonal.
Es bueno ilustrar los casos.
Una muchacha, criada en un convento dirigido por religiosas, confiesa sin pudor que ha violado los Diez Mandamientos. Ejerce su derecho constitucional al libre albedrío por el vicio. Ella, víctima modelo de la ineptitud pedagógica, no dudó en señalar y rechazar la amistad de un varón célibe porque: “…Usted es un divorciado…”. Las monjas le alcahuetean su concubinato.
La situación real se traduce en: Asesino en mi vientre porque soy la dueña del cuerpo. El acto ni siquiera necesita del confesionario.
El siguiente paradigma es más concreto.
“Aborté porque me dio la gana y punto. Además, cuando me divorcié hablé con un cura y él me expresó: “…Hija, no es necesario declarar nulo el matrimonio. Como él ya no la ama, y el vínculo marital es el amor, pues el sacramento ya no existe…”. La señora, con base en esa respuesta, puede fornicar y comulgar sin cometer falta.
El consorte, desde luego, es un malhechor de baja laya.
El cierre compite por el campeonato. La honorable matrona con tres legrados, cuatro matrimonios (uno católico y tres civiles) y en unión libre simplemente se siente indignada por charlar con un divorciado que lleva una vida casta.


Los círculos dominantes del barrio hacen eco. Los separados son un peligro que debe ser combatido con armas que van desde la calumnia hasta el desprecio.
Las juezas santurronas lanzan las primeras piedras porque el “pecado púrpura” para el divorciado no tiene absolución. Ellas pasan por alto un mandato vital: “…No juzguen a otros, para que Dios nos los juzgue a ustedes…”. (Mateo 7,1).
Los condenados optan por buscar refugio en cualquier secta. Los pastores los reciben con los brazos y los testamentos abiertos. Son bautizados, perdonados, premiados y casados en un santiamén. Lo que no quiso reparar el Catolicismo lo arregla una asamblea de garaje con la lectura del Evangelio a grito herido.
¿Por qué no hay una segunda oportunidad para millones de seres que habitan en la tragedia marital sin el matrimonio sagrado?
¿Por qué la Iglesia, que perdona crímenes horrendos, no absuelve el divorcio? Basta con una encíclica que declare nulos los matrimonios que no funcionaron. Una vez es suficiente. No más costosos tribunales eclesiásticos que reviven el martirio de una catástrofe. La solución es simple: “…A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados…”. (Juan 20, 23).
La jerarquía papal y sus cardenales guardan secretos capaces de santificar al demonio y otros que lo avergonzarán por siempre. ¿A caso miles de criminales no llegaron a ser santos, al estilo de san Pablo? Cuántos sacerdotes y obispos pasaron por alto la frase: “…No cometerás adulterio…”. (Mateo 5, 27).
Y ni hablar de los políticos con capacidad para desteñir la mentira con falacias jurídicas.
Un ejemplo ilustra la injusticia cometida contra “Juan Nada” y sus miserias heredadas. Las siempre manoseadas hojas patrias son elocuentes en sus testimonios amnésicos.

Rafael Núñez, esposo católico de doña Dolores Gallego, contrajo matrimonio civil en París con Soledad Román (junio 28 de 1877). El ex presidente fue representado por Eduardo Román ante el notario francés.
El presidente de los Estados Unidos de Colombia, Rafael Wenceslao Núñez Moledo (1823-1894), fue nombrado Caballero de Primera Clase de la Orden Piana por el papa León XIII. (El 19 de diciembre de 1886).
El adulterio fue premiado y en cierta forma protegido por El Vaticano. El escándalo se negoció sin tapujos para obtener un concordato (1887). Núñez, el bígamo y el concubino contumaz, desafió e impuso su voluntad ante la Santa Sede.
El triunfo necesitaba una comedia barata para celebrar la condecoración al delito lascivo.
La contumelia política bastó para negociar la legalización de un amancebamiento presidencial. En el Palacio de San Carlos, el señor Arzobispo de Bogotá, José Telésforo Paúl, tomó a Soledad Román del brazo y la llevó hasta la mesa. “…Así el más alto dignatario de la Iglesia colombiana, con este mudo homenaje social, daba inequívoca prueba del respeto con que la Iglesia miraba la unión de doña Sola y el presidente…”, escribió Indalecio Liévano Aguirre en su obra Rafael Núñez.
El escandaloso sainete no se transformó en falla mortal. Lástima que el contubernio sólo sea la pesadilla del católico desdichado y anónimo.
Los años pasaron y, después de 128 calendarios, en el Tribunal Eclesiástico de Bogotá no se instaura una demanda para obtener la nulidad del matrimonio porque el demandante carece de los recursos para pagar el proceso.


La causa justa y sin dinero se traduce en una infracción perpetua. “Si deseas a una mujer cometerás adulterio en el corazón”. Fin de la misericordia. La Iglesia tiene el poder para curar el cáncer familiar, pero el derecho canónico se interpone.
Por favor, piedad con los caídos en una acción conyugal porque: “…Unos ya nacen incapacitados para el matrimonio…”. (Mateo 19, 12).
El Evangelio se escribió con sangre divina para que ningún error estuviera por sobre la caridad. Hoy, la jurisprudencia eclesiástica tacha una sentencia necesaria: “…Aquel de ustedes que no tenga pecado que tire la primera piedra…”. (Juan 8,7).
Jesús amó a los pecadores. El entregó su corazón al filo de una lanza y al rigor de un madero para salvar a la humanidad. El holocausto incluyó a los adúlteros-divorciados.
“…Cuando Jesús bajó del monte, mucha gente lo siguió. En esto se le acercó un hombre enfermo de lepra, el cual se puso de rodillas ante Él y le dijo:
-Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús lo tocó con la mano, y dijo:
- Quiero. ¡Queda limpio!...”. (Mateo 8, 1-3).
¿Se puede limpiar la lepra del divorcio con una nulidad marital?
¿Se puede limpiar la lepra que impide la comunión?
La pregunta final es: ¿para qué sirve un “gueto católico” donde el pecado púrpura se quedó sin indulgencia? Miles de personas se retiran del confesionario sin absolución porque viven su amor con la persona correcta.
…Por Dios, ¿quién inventó ese infierno?
(Artículo tomado del libro La sexta llaga del Verbo. Obra inédita del autor).



El pecado de la inocencia

La Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana tiene razones que la caridad no comprende. Roma piensa que la cruz la deben cargar los inocentes para purificar la posibilidad sospechosa de una falta ficticia.

Sí el párrafo le sonó feroz en su construcción argumental quiere decir que aún no pasa por el honorable Tribunal Eclesiástico de Bogotá. Esta respetadísima institución tiene la misión de investigar y determinar si un matrimonio puede ser declarado nulo, entre otras funciones jurídico-canónicas.

Para brevedad del asunto y en aras de la claridad conceptual se hará un resumen de un caso particular que ilustrará la entrada del artículo.

Un periodista católico (no practicante) tuvo la fortuna de engendrar vida con su novia sin más bendición que un poema de amor.

El hijo se convirtió en un pecado mortal y en el deshonor de una familia. Hubo chantaje, coacción y amenaza con muerte incluida para buscar un matrimonio por la Iglesia. El futuro padre se rindió ante la posibilidad de un aborto provocado y se entregó a las circunstancias que imponía Cupido, el Traidor. La saeta envenenada hirió su alma. El sainete familiar cumplió con todos los libretos que exigía la comedia para redactar “Las bodas de sangre”.

En la conciencia, de quien confiesa su falta, está escrito que acudió presuroso a demostrar con viril nobleza paternal que un hijo no será jamás pecado.




Le informó a su párroco de la situación y le confesó el yerro contra la sexta ley del decálogo del Sinaí. El trámite nupcial se cambió de parroquia para agilizar la ceremonia. Nuevamente se le contó la verdad al ministro. Se cumplió con el prerrequisito de asistir al curso prematrimonial dos y meses y medio después de haber contraído matrimonio. La esposa encinta.

“…Te confesé mi falta, no te escondí mi culpa. Yo dije: ‘Ante el Señor confesaré mi falta.’ Y Tú, Tú mi pecado perdonaste, condonaste mi deuda…”. (Salmo 32,5).

La Santa Madre Iglesia quedó lo bastante bien informada de las andanzas e irregularidades de una oveja negra para asumir el sacramento del matrimonio. Dos años después, el divorcio civil separó lo que se unión para dignificar un parto.

La segunda escena de este episodio es soportar por más de una década el estigma sin perdón. La crónica, El pecado púrpura, ilustró esa realidad con sucesos cotidianos.

La fatiga que impone la caridad cristiana sobre sus apóstoles hizo que se buscara la ayuda del Tribunal Eclesiástico. Allí, el saludo de bienvenida tiene dos partes: “Aquí estamos para ayudarle y ningún proceso comienza si no se cancela una parte del costo del mismo”.

En este caso, entre asumir las primeras diligencias y conseguir una rebaja en las costas pasaron dos años muertos. No se avanzó ni un renglón en la causa justa de la liberación.

La defensa, por la que optó el demandante, fue simple. Asumió la totalidad de la responsabilidad de los hechos. Elevó a su enemiga vitalicia a la categoría de santa, víctima y mártir. Defendió, con nitidez de prosa, su causa. Expresó los argumentos contradictorios de la señora y un párrafo del catecismo. La complejidad de lo simple los sorprendió.


El catecismo de la Iglesia Católica, edición de la Conferencia Episcopal Colombiana, Bogotá 1993. Página 421 expresa: …“ El consentimiento (matrimonial) debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o temor grave externo. Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento. Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido…”. (El tribunal gastó un año para llegar al mismo punto).

La paciencia encontró su calvario. Por fin hubo para comprar el aceite de la maquinaria eclesial.

El suplicio comenzó con un juramento, la mano derecha sobre los Santos Evangelios. ¿Para qué jurar si Dios lo prohibió?: “No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios. (Éxodo 20,7 Deuteronomio 5,11). Se dijo a los antepasados: No perjurarás… Pues yo os digo que no juréis en modo alguno…”. (Mateo 5, 33-34).

El juramento en falso o perjurio consiste en invocar a Dios como testigo de una mentira. El redactor informó los hechos a su Iglesia y se apoyó en la eficiente complicidad jesuítica para lograr un matrimonio de mentiras y por tanto nada tenía que ocultarle.

El tribunal asumió un riesgo. El ente sabía que los dos cónyuges se enfrentaban en controversias irreconciliables en otros aparatos judiciales. De esa problemática se le informó por escrito en las primeras diligencias. Uno de los dos mentiría. (La falacia usa faldas).

Entonces, basta de preámbulos. Es la hora del asombro para los que colocan la inteligencia al servicio de la honestidad. Condición indispensable para las plumas que no se doblegan ni se venden. Después del juramento, el señor Castaño es indagado con tono de inquisidor por el sacerdote o vicario judicial adjunto, terrible contradicción. Motivo: Escribir una carta el primero de agosto de 1993, cuando aún gozaba del eterno privilegio de la soltería.


En la misiva aparecen las siguientes frases: “…Ellos tuvieron el privilegio de volverse locos… Vanidades estúpidas de bestias derrotadas…El vital impulso del amor me ánima… También tú eres el amor…Y ¿te quieres casar conmigo?...”.

Si el sacerdote-juez, la abogada defensora y la ex señora hubieran tenido el elemental y delicado gesto de leer el encabezado habrían podido concluir que el nombre de la destinataria no era parte del proceso. Los aplausos para la trilogía. Los sagaces investigadores son un paradigma de eficiencia sin parangón. Descontextualizaron la información en una implacable cacería de fantasmas.

No contento el ministro sagrado violó la reserva de un proceso penal del cual extrajo el borrador de un trabajo universitario escrito entre 1990-1991. (Material elaborado dos años antes de haber tenido el inmenso placer de conocer a la futura y temporal consorte). El texto lleva por título Gervasia.

El estricto vicario y sus asesores indagaron sobre el porqué el señor Castaño había escrito Gervasia. Según ellos, la contraparte y sus diccionarios la expresión “gerba” significa: “rata de alcantarilla”.

El Padre tuvo la osadía formal de mirarlo con disimulado desprecio y preguntar: ¿Por qué escribió eso? ¿Y qué significa rata de alcantarilla? Solamente por un exceso de pulcritud moral, herencia vital de una familia de caballeros y cruzados se le respondió con un indignado silencio. “…Bueno es esperar en silencio la salvación de Yavé…”. (Lamentaciones 3,26).

No contento con la maniobra de sabueso leyó la correspondencia privada en voz alta y se dirigió en tono burlón a la abogada defensora: ¿Doctora, a usted alguien le escribió cosas como estas?
¿Cómo le parece?




El demandante intentó en vano dar una explicación sobre el uso de las figuras retóricas y sus varios matices dentro de la poesía en prosa. “…La metáfora es una aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión… La cátedra fue brutalmente interrumpida por la soberbia del poder vicarial judicial adjunto que le habló de humildad.

La belleza intelectual, por ser un don de Dios, cumplió con el deber de crear y no debió ser atropellada por el despotismo canónico. “… Porque todo viene de ti, y de tu mano proviene lo que te damos…”. (1 crónicas 29,14).

El interrogatorio volvió a las sendas de la semántica. ¿Qué significa Gervasia? o ¿Gerba?, le daba igual.

Resulta que la palabra “gerva o gerba”, según la ortografía del acusador, no existe en el Diccionario de la Real Academia Española, vigésima segunda edición. Pero para tranquilidad de la conciencia que calumnia amparada en el signo de la sotana se resuelve el misterio por obra y arte de una biblioteca que es herencia familiar de los defensores de la cruz y la bandera.

Gervasia: Nombre femenino de origen germánico. Lancera y vasalla. Además, el nombre es muy común en la Bogotá del siglo XIX. Por ejemplo, así se llamaba la hija de Francisco de Paula Borda. Él es el autor del libro Conversaciones con mis hijos. Biblioteca Banco Popular. Bogotá 1974. Allí aparece el nombre Gervasia. Tomo 1. Página 67.

También se usó en obras costumbristas como Los Aguinaldos de Chapinero. Autor: Eugenio Díaz Castro. Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura. Bogotá 1985. Tomo 1. Página 133.




Bruna, La Carbonera. Autor: Eugenio Díaz Castro. Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura. Bogotá 1985. Tomo 1. Página 268. “ .. Mi estimada Gervasia…”.

En síntesis, se le indagó por escribir, pero por escribir lo que no estaba escrito y lo que nunca escribió. Entre “Gerba” y Gervasia existen realidades, históricas y diferencias semánticas monumentales.

Poetas, escritores y periodistas del mundo por ser mi alma sangre de su sangre les pido un favor: otro aplauso para el Tribunal Eclesiástico y su vicario judicial.

Peguntas: ¿Qué tiene que ver el significado de una palabra en un proceso donde se espera declarar nulo un vínculo matrimonial? ¿Cuál es el delito? ¿Desde cuándo el Tribunal Eclesiástico de Bogotá es juez de la Constitución Nacional?

La Carta Magna, en su artículo 20 reza: “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación. Estos son libres y tienen responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la rectificación en condiciones de equidad. No habrá censura.

Artículo 73: La actividad periodística gozará de protección para garantizar su libertad e independencia profesional.

Artículo 74: El secreto profesional es inviolable.

Según la línea investigativa del sacerdote, ¿qué hubiera pasado con estas líneas?:

“…Caes sobre los prados como un buitre sobre la carroña fresca.
Murmura los pastos aplastados bajo el viento de la oración. ¡Pulveriza el mundo! ¡Empuja al abismo el tronco redondo, si eres tan poderoso, borrasca de los cuervos!


“Les partes el pecho a los robles. Les arrancas los brazos vivos.
Caen los robles­--los combatientes. No abandonarán la trinchera.
Hieres con el acero de las bayonetas. Con la punta de los sables.
Victoriosa. La tierra es suya. ¡Todo alrededor!...”.

¿Se le preguntaría al autor por qué escribió? ¿Y qué significa las frases?: “carroña viva” o “les arrancas los brazos vivos”.

El “criminal responsable” de esas estrofas es Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II. Ver Mousiké. Traducción y estudio crítico de de la poética juvenil de Karol Wojtyla de Bogdan Piotrowski. Edición Universidad de La Sabana. Bogotá 2008. Páginas 137-138.

En otra diligencia y momento de tensión verbal el demandante le preguntó de frente, y con la respetuosa rectitud que oficia la decencia: ¿Padre, usted cree en mi inocencia, sí o no? Contestó: “No tentarás al Señor tu Dios”.

Al finalizar esa reunión expresó: “…Su caso es muy delicado, tenga paciencia, pero yo tengo afán y debo irme. Dejemos aquí…”. Me imagino que con ese concepto de resignación cristiana el santo Job se suicidó en el Cielo.

Monseñor Lucio María Renna, O.C.D., Obispo de San Severo, (Italia) enfatizó en su carta pastoral In nomine Domini: “…Delante del sacerdote se abre un escenario que no tiene fin; y él no puede fingir que no lo ve y permanecer cerrado en sus hábitos, en las repeticiones pastorales, comprendidas y vividas como una sacramentalización, muchas veces motivadas por utilidades personales. Mente, ojos y corazón abiertos son pedidos al sacerdote. Con generosidad y radicalidad. Las medias tintas, los ‘más o menos’ ‘los si’, ‘los pero’ destruyen todo, especialmente si son acompañados por actitudes de superioridad, de arrogancia y de mal carácter, dando un imagen decrépita, falsa y anacrónica, y algunas veces odiosa del sacerdocio y de la Iglesia…”. (Revista Heraldos del Evangelio. Número 56. Marzo de 2008).


Probablemente, el vicario no entendió su posición ni la vigencia conceptual de un problema de conciencia. El papa Benedicto XVI, en discurso a los miembros de la Comisión Teológica Internacional (octubre 5 de 2007) expresó: “…El contenido ético de la fe cristiana no constituye una imposición dictada desde el exterior a la conciencia del hombre, sino una norma que tiene su fundamento en la misma naturaleza humana…”.

Y sin embargo, suceden situaciones que desafían el sentido general del orden mental para llegar a la verdad, que no es otra cosa que la lógica.

La institución pidió una lista de testigos donde se especifica el grado de parentesco. Se contestó verbalmente y por escrito. Se verificó y se explicó. El tribunal envió cartas y fijó las fechas para la diligencia. Entonces, cómo hicieron para preguntarle a una madre: ¿qué parentesco tiene con su hijo? Y luego repiten la maniobra con los hermanos. ¿Qué parentesco tiene el hermano mayor con el menor? El rapapolvo que se ganó el autor de estas prosas por parte de su familia todavía causa escozor porque la estupidez no tiene explicación redentora.

Es hora de cerrar las páginas con el dato de las consecuencias finales de la impericia. La abogada defensora informó, con tono solemne, que los cónyuges debían ir al siquiatra como parte de un procedimiento de rutina. Tristeza atroz. Sólo le tocó ir al hombre que escribe. Más gastos para comprar un vil engaño.

La eficiente funcionaria obtuvo un fallo artero: “Se declara nulo el vínculo matrimonial”. Y el bagaje de Judas sentenció: “El varón necesita permiso de este tribunal para poder volver a casarse”. Motivo: Ninguno conocido. No escribieron el porqué de esa absurda y arbitraria decisión. El fallo se fue para segunda instancia. El tiempo y los costos siguieron cuesta arriba.




El aplauso es de Pilatos, Caifás y Barrabás acompañados por el sanedrín en pleno porque ciertas conductas los delatan:

“…Los maestros de la ley y los fariseos enseñan con la autoridad que viene de Moisés. Por lo tanto obedézcanlos ustedes y hagan todos los que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra. Atan cargas tan pesadas que es imposible soportarlas, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo…”. (Mateo 23,1).

“! Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas! Que cierran la puerta del reino de los cielos para que otros no entren…”. (Mateo 23,13).

La realidad nacional muestra el porqué abundan las sectas. Las gentes colombianas no inclinan su honor para que sea manchado con humillaciones y felonías.

El rosario de púas es largo, pero es absolutamente necesario finalizar porque la rabia se hace tinta. El resto de la historia fue soportar el madero, el de la sexta llaga.

El pecado de la inocencia consistió en pensar que el padre del hijo pródigo lo recibiría con los brazos abiertos. Lo esperaba con una caja registradora y un puñal.

En segunda instancia, le informé al juez que escribiría sobre los hechos en beneficio de los caídos en acción afectiva, pero a mi manera: sin argucias, sofismas ni falacias porque el Evangelio y mi palabra no son negociables.

En conclusión, el divorcio debe ser erradicado de toda sociedad humana, pero especialmente de las familias católicas. El primer paso es cambiar la ley por el sentido común porque la ley siempre crucificará a la verdad.