miércoles, 24 de febrero de 2016

La conejera de sanFarctos



Don Juanpapanatas, sorprendente heredero del imperio de la pequeñez, decidió levantarle la falda a doña Libertad para preñarla de gazapos.

El pobre comerciante, ebrio de eclipses en el festín de los vicios, que él llama empalagosamente “mermelada” decidió corromper a las hermanitas de las Farc con un soborno de territorio.

La maniobra, del instinto bárbaro del apátrida, asesinó la bandera con el puñal alevoso de su paz de ramera. Él, el suceso mediocre del  verdugo de ojos enmascarados, impone su oscuro abatimiento entre las bambalinas borrosas de su ocaso.

Juan desastre, piojo iluminado por su decadencia, le arrojó su presa de homúnculo a los chacales hambrientos. Los perros sarnosos, en su jauría de granujas, se saciaron con el adulador  gemido de los conejos acorralados por el hambre y la enfermedad propagada por el virus de Santos, la comedia.

Las bestias en su originalidad de advenedizos se sentaron bajo toldo a mendigar el aplauso impuesto por la extorsión de 200 sicarios. La escena del conejo Guajiro con helicóptero, camionetas blindadas y turiferarios armados en nada se diferencia de un consejo comunal de Álvaro Uribe, ni de la fiesta de un narco deslumbrado por su primer bulto de dólares. Las Farc son la copia genética de un desastre histórico. Son la vil sabandija electorera que repta servil ante la soberanía de un pueblo famélico en su moral y en su ideología. El baboso engendro sonríe, como los caimanes de los paramilitares, porque solo puede atragantarse con la podredumbre que destila el trono del opresor de la República.

Los conejos y coyotes del solar de Juan, el pacífico, solo servirán para que otros fusiles hagan tiro al blanco con el zamuro de su paz. El avechucho alucinado suelta sus excretas sobre la dignidad de un país sin patria.