lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuba 1993, Cuba 2014


Por Germán Fernández P.*

1993, atardecía en La Habana, el aroma de las piedras hastiadas de mar recorría el malecón y a tiro de piedra la ciudad jineteada seguía atrapada en el tiempo, pisoteada o lisonjeada por las lenguas de los agotadores fisgones que de todas partes del mundo van con ansias de husmear o falsamente vanagloriar el legado fatídico de Cienfuegos, el Che y la Hiena de Birán (alias Castro).


En Bogotá, a 2.443 kilómetros de distancia, por los pasillos -vaya ironía- de la Universidad Los Libertadores, hablábamos de la misma capital cubana. En la calle caía una llovizna incesante y tímida, lasciva e infinitamente bogotana.


Atragantados de ganas de periodismo, Julcas y yo sabíamos que habíamos construido una forma de ver el mundo y anticiparlo, profetizarlo, bajo la sencilla seguridad que da el infalible y consistente comportamiento del homúnculo latinoamericano y su proclive vocación al fracaso, la farsa y la trapisonda. Así somos, así lo prueba la historia de manera tan incesante como aquella llovizna vespertina y bogotana.



La profundidad en la historia, por antonomasia, Julcas, nos traía y deleitaba por las páginas recientes del acontecer europeo. Sin mucho asombro, mirábamos, por la ventana de la década anterior ya marchita, las cuatro cuadras de fila de los moscovitas para entrar al primer Mc Donald’s, cercano a la Plaza Roja.


El Glásnost y la Perestroika como fulanas de esquina se habían vestido de Big Mac, Coca-Cola, Marlboro y Blue jeans, y no pasó un lustro antes de que la Revolución bolchevique se fuera a la mierda; no habían pasado diez años del primer mordisco a la hamburguesa del imperio y ya no había muro de Berlín, ni guerra fría y  ¡la cortina de hierro se apolilló!


La bragueta de Tío Sam se había hecho sentir... el capitalismo hechicero se había 'tirado' las conciencias anacrónicas y entelarañadas de los comunistas y les había otorgado la sinestésica miel de las barras y las estrellas.

 Décadas de bloqueo comercial e inútil a la antillana isla de los Siboney solo nos dejaron, en aquel atardecer del 93, la certeza de que la apertura sería la agonía, muerte y olvido del comunismo del fantasma de Castro y sus esbirros.

 En esa noche del mismo día del 93, indelicadamente fría por cierto, nos visitó en clase un espectral enviado de la embajada cubana para hablar de la revolución -pedagógicamente- y no faltó el petardo palurdo que les celebró e hizo loas al chasco de la Sierra Maestra, como muchas mentes inertes que creyeron (creen) que aquella histórica y histérica patraña era, (sería, fue) un símbolo.

  
Borracheras de ron con nombre caribeño pero de empresa europea harán las delicias de un pueblo musical y atónito, y el último muro de la filosofía de la pobreza compartida caerá. Así se dijo aquella tarde, aquella noche, bajo el influjo de bocanadas de Marlboro y Coca-Cola, y así será.



Ave César!


* Comunicador Social-Periodista.