domingo, 1 de febrero de 2009

Barack os mama

El triunfo de la democracia estadounidense es el vicio de las ilusiones, un castigo de las muchedumbres. La malévola dictadura del gentío generó un episodio que difamó a la Historia con sus pequeñas anécdotas de cantina.

La posesión del señor Obama no me dejó más alternativa que rebautizar a la Casa Blanca con el mote de “La cabaña del tío Tom” porque las reformas continúan.

El presidente, de melanina carmelita y rasgos caucásicos-polinesios, mandó adornar la Oficina Oval con un cuadro de su héroe, el guerrero shaka zulú. Agregó a su biblioteca personal un ejemplar del libro Raíces firmado por Alex Haley. La filmoteca contará con una nueva copia de la cinta Mississipi en llamas. Además, el funcionario escuchará el poema tonal de Duke Ellington titulado Black, Brown and Beige (Negro, castaño y café con leche) que lo identifica plenamente.

Con esos cambios trascendentales, el mandatario mestizo quedó atrapado entre las retahílas y las promesas por predicar porque él es un isleño. Sólo sirve para pescar o remar según lo determinen las mareas del poder. La “Hermandad Blanca” no lo dejará gobernar al estilo cowboy.

Lo fascinante de este ocaso triste radica en el aporte del Ku klux Klan. Ellos, los genios de la economía informal, vendieron miles de juguetes para negros en un período de recesión global. La división de mercadeo logró embaucar a la raza de ébano con una jugada maestra del engaño consumista. Los usuarios del capirote blanco montaron un negocio de ocasión. Las negritudes compraron máscaras de caucho, afiches, boletas, banderas, camisetas, muñecos de vudú y toda una serie de artículos manufacturados con una efigie de rostro presidencial.


Los señores de la triple K les ofrecieron jarabes para la tos, les otorgaron citas para consultar especialistas por faringitis de turba desencadenada. El ardite racista les produjo millones de dólares libres de impuestos. Los yanquis convirtieron una desgracia continental en una fábrica de oro.

Y de ganga, les susurraron promesas de largo plazo como la pacificación del conflicto judío-filisteo, el cierre de la cárcel de Guantánamo y el retiro de las tropas de Irak. La realidad soltó tremenda carcajada.

Y antes del fin, una
mirada el ridículo vernáculo.

La acomplejada Farsolandia no podía quedarse atrás en el concierto de los arrebatos foráneos. Los mostrencos levantaron palenques ante la fuerza mediática de la fantochada. Los negros de Puerto Tejada, en un acto de patriotismo caucano, celebraron la posesión de Obama como si fueran a ser poseídos por el semental hawaiano.

El espectáculo provincial muestra el revanchismo intolerable de una patria decadente. El arribismo folclórico decoró los cueros con The Star-Spangled Banner (la bandera llena de estrellas). Pobre terruño manoseado por los perjurios electorales del Tío Sam.

El mal ejemplo cundió por la inexplorada manigua nacional. La pasión idolatra le edificó altares al amo forastero y embriagó de espanglish el corazón desamparado del criollo farsolandés. Los desventurados anónimos vieron en Obama un ídolo para arrodillarse en nombre de la libertina Doctrina Monroe.

En síntesis, les vendieron la religión de la esperanza negra y la desidia moral compró un redentor para crucificar.