martes, 14 de febrero de 2017

El socio del delito



Juanhampa entró al selecto grupo de Odebrechet (Organización de estafadores brasileños radicados en Colombia y la Hispanoamérica tramposa).

La caída del rufián enmascarado hace el ruido propio de los lagartos asoleados cuando la carroña flota sobre la espesa nata del caldo presidencial. El sancocho hiede a mentira.

No podía ser otra la olla podrida porque cuando a un oligarca  criollo le da por jugar al “chegüevara” el ave carroñera, del escudo nacional, se fuga para no ser golpeada por el fajo de dólares. Soborno que le compulsa copias al archivo nacional del fraude.

El plutócrata decadente es la decepción hecha trampa. Es la floración extraña del esquirol que, con un gesto de burla a la ubre manoseada, diseña la otra estafa para el brazo irregular del poder.

Grita su inocencia de simio enajenado y pide que lo investigué el Consejo  Nacional de los Juguetes. Comienza la orgía absorta e invisible de las preclusiones. Es la hilera sucesiva del  amazónico embuste.

La mascarada de sus vicios sensoriales invierte en la rapiña de la gusanera preelectoral. El cómplice de la paz prepagada, vive desvelado cual suripanta en carnaval.

Aguarda agazapado… Y se levanta alevoso para saciar su sed de peculados. El burdo carcamán patrocina los retozos de la democracia zurda, marihuana y marxismo, mientras se fuma el futuro vial de la aldea esquinera.

Solo falta que a su compinche, la anquilosada Isabelita segunda, le de por entregarle el título de “sir”, como hicieron sus antepasados con el pirata Drake. Dando origen al síndrome universal de Odebrecht, la oligarquía al servicio del crimen.