jueves, 24 de septiembre de 2015

Apretón de garras en la Habana



El terrorista, el tirano y el bobo enredaron el libreto de la comedia. El trío de falsarios, en un tropezón de jineteras, chocó contra la manguala de la infamia. Así le edificaron un grotesco pedestal a la equivocación errada.


El ridículo de Juanpapanatas hizo enrojecer de vergüenza al “cachipandiao”. Él reptil se arrodilló ante el zamuro disfrazado de plumífero bolivariano en el teatro de las habaneras. Y listo, se bajó las calzonarias para feriar el trasero del rancho incendiado.



Pasado el sinsabor, que produjo el asquiento sonar de las zarpas ensangrentadas, quedó el uso obligatorio de un remedio para evitar el vómito: El mareol. Esa pastilla evita que la plebe embelequera, cuando se sube a la flota mochilera del embuste, le toque vomitar impuestos y tumbas para pagar las deudas del enemigo. Esa gragea aún puede servir.



Porque el legado de la historieta nacional guarda edificantes ejemplos sobre cómo maneja Farsolandia sus entierros de paz. Desde el comunero traidor, alias Galán, hasta el negro “forfeliecer”. Desde Gaitán hasta Guadalupe Salcedo. Del llano liberal hasta  Camilo Torres, el cura que casó a mis taitas antes de que lo cazaran en Patio Cemento. (San Vicente de Chucurí, Santander. Febrero 15 de 1966)…



Pues bueno, aún queda la española esperanza de volver a escuchar en la Plaza Mayor de Santafé de Bogotá una vigorosa sentencia: “Se le condena a la pena de la horca y su cadáver a ser despedazado, declarándose infame su descendencia; a perder sus bienes; asolada su casa y sembrada de sal para que de esta manera se de olvido a su infame nombre y acabe con tan vil persona tan detestable memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspira la fealdad de su delito...” En aquella época superior,  Farsolandia era una matrona decente, profunda y humanista. Hoy solo humean los arrebatos santeros de una nieta casquivana.