miércoles, 13 de febrero de 2019

Hidrofango




Los ingenieros de la calamidad lograron superar la cota de la mediocridad nacional. La empresa Estupidez, Pernicia y Mortecino (EPM) hundió el remanso del río Cauca en una enorme alcantarilla.

La debacle de la truhanería vendió el lote a la crueldad de la emboscada contra natura. El crimen ecológico edificó un monumento a la corrupción, escándalo de forajidos.

Consumado el infortunio, las raposas y sus meretrices jurídicas sepultarán la verdad con garlanchas de normatividad. El aceite de la ilegalidad, el delirio del soborno, la embalsamará.

Ya está lista la bacanal de la avaricia para que los buitres de la aldea se regodeen de inmundicia. Sus buches quedarán ahítos de coimas por defender a los pérfidos responsables de un acto de pandilleros. Ellos gastaron el presupuesto infame de su esterilidad en una represa de muerte.

El pueblo resabiado, en su surco de dolores, pagará por generaciones el holocausto de una tiranía alquilada al saqueo: “Hecho en Farsolandia”. La patria de mendigos vivirá de su descalabro moral por ser la potencia de la imbecilidad resumida en la frase de la decadencia: “Nos las sabemos todas”, principio de la catástrofe premoderna.

En síntesis, el redactor implora la benigna intercesión de su santo de cabecera, el pacificador don Pablo Morillo, glorioso edificador de patíbulos, que expresó: “En esta parte de América, los venezolanos son los que hacen y mantienen la guerra de insurrección porque en la Nueva Granada solo hay una plaga de leguleyos hojeando códigos para promover enredos”.