lunes, 8 de septiembre de 2008

sin la razón y con la fuerza


La copera destapó una cerveza y gritó: “Este es un antipatriótico”. La hembra se preparó para un duelo a pico de botella.

El eco llegó lejos y alertó a la guacherna.

El noviecito sabatino le soltó la mano a la nena (un animalito de paso fino) y salió corriendo detrás de un taxista bocón para romperle los vidrios al vehículo. El sujeto lanzó su morral a la calle y alcanzó al supuesto agresor en el trancón. La montonera chifló y se arremolinó en grosera justa de patanes. La novia y sus amigas emitieron gritos histéricos de colegialas sorprendidas en el baño para hombres de un convento.

Segundos más tarde, un gomelo atropelló a una bicicleta de cross tirada en la calle frente a la venta de perros calientes. La llanta machucó y patinó sobre el maltrecho artefacto. El conductor aceleró y estuvo apunto de realizar una tarea de geopolítica nazi cuando embistió furioso a un montón de costeños que intentaban colarse en un bar. El andén angosto los albergó a todos en la milimétrica posición de firmes y asustados.

La deportista, un muérgano de pedigrí, reestructuró el pedazo de velocípedo y salió en feroz persecución. El truhán vociferaba: “Esa gorronea me las paga, lo bajo a pata. La madre que sí.”

Los pensionados, encopetados y lagartos, que bajaban del Club de la FAC gritaban: “Vaya, demándelo”. En la cara estaba ese gesto porfiado y azuzador. La complacencia de la sonrisa marrullera era digna de un dipsómano cachaco.

La furrusca tenía todos los ingredientes nacionales para incrementar el pago de obituarios en los periódicos capitalinos.



La Policía Metropolitana apareció de milagro. Dos agentes motorizados llegaron para amonestar a los conductores parqueados sobre la angosta callejuela. Ocho uniformados más ingresaron al tumulto a pie.

El ensayo del Harmagedón se desencadenó en la frontera cultural de Chapinero, un reducido pasadizo que comunica dos mundos distintos, el tugurio y el láit. La estrecha curva de la calle 63, entre carreras novena y décima, sirve de punto de encuentro a la bohemia, el arte, los anticuarios y la gaminería.

El conato de revuelta urbano sucedió el pasado 6 de septiembre a las nueve de la noche. Los desalentados y hambrientos hinchas de la selección fracaso de fútbol calmaban su hambre de triunfo con las deliciosas salchichas hervidas del sector. La derrota, uno por cero, en el Estadio el Campín los tenía con el rabo entre las piernas y las fauces abiertas.

¿Qué desencadenó esa atroz dinámica de las brutales fuerzas atrabiliarias? La respuesta es un grito fenomenal de este redactor: ¡Viva Uruguay!

De puras vainas su cuero cabelludo sigue en el puesto habitual. El humor negro, el aguardiente y la frustración no son una buena mezcla, pero resulta divertido.

El episodio se calmó con la llegada providencial de los uniformados. Es increíble que la juerga los obnubile hasta el punto de no comprender que al mundial de Sudáfrica 2010 sólo deben ir jugadores profesionales y no vulgares aprendices que corcovean en los potreros. Además, en el próximo partido, hay que apoyar a Chile por la virtuosa enseña de su Escudo Nacional: “Por la razón o la fuerza”.