jueves, 16 de julio de 2009

Bullaranga de animal grande

Farsolandia, en uso de sus facultades legales de orate circense, tipificó un sanguluto verbal. Las discusiones provinciales pasarán a formar parte integral del primer dogma nacional, el absurdo.

El primer caso, lo ilustran las diatribas entre los cuidadores de un narco-zoológico y los cazadores de hipopótamos en el río grande de la Magdalena. Los monteros usaron el sagrado derecho del fusil para defender el ecosistema calentano. Lo increíble es que sean atosigados con el corito celestial: “Hijueputas”. ¿Por qué no llamarlos hijuepótamos?

Los defensores de los pesados artiodáctilos deberían estar persiguiendo a los criminales (sus patrones) que tienen a más de 1.000 especies nativas al borde de la extinción.

¿Por qué será que los hijos de Farsolandia siempre se dan en la jeta por defender las pezuñas extranjeras?

Bienestar Social puede entregar esas bestias foráneas al apetito voraz de los famélicos desplazados del parque Tercer Milenio. Haga patria, cómase un hipopótamo.

La congregación pro Hippopotamus amphibius harían bien en entender que el Creador del universo estableció el hábitat africano para esos herbívoros corpachones. Además, sus ataques a las piraguas mantienen un control natural sobre las etnias de ébano.

Mi tesis conservacionista le súplica a los importadores de fauna silvestre que no vayan a aclimatar yaks tibetanos en el Nevado del Cocuy ni ornitorrincos en la laguna de Chingaza.

Mi planteamiento espera también un agravio eco-semántico que ningún mulero caldense pueda traducir a la infamia sonora. Así, la comisión de lexicografía de la Academia Colombiana será enriquecida por el insulto y denigrada por el elogio.

Quizás ese modelo lingüístico inspire al técnico del equipo América, Diego Édison Umaña, para modificar su singular invitación al Pascual Guerrero de Cali: “Americanos, va la madre si no llenamos el estadio”. Aplausos para el estratega de la sonora afrenta.

El denigrante epíteto que usará Umaña contra las progenitoras vallunas tiene una validez legendaria. Las reyertas callejeras recogen el vademécum de las enfermedades venéreas y las juntan con el oficio de las ex vírgenes vestales. Ahí, justamente, nace la típica, ibérica y legendaria “mentada de madre”.

Desde luego no tan altisonante como en las dehesas de Muequetá. Allí, el dialecto sabanero quedó preñado por las jergas fulleras. Hoy, en Bogotá, se escuchan frases criptográficas que surgen sin piedad del pudor comunicativo de los traquetos. Esos truhanes, según número de cédula, hacen fila en las taquillas del estadio El Campín para reclamar su derecho a ser estafados por el sistema financiero y el Estado corruptor.

La patria de Santander, una celestina complaciente, invitó a los guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes jailosos para que confesaran su vergüenza de tipo plantígrado. Ellos aceptaron haber sido vacunados por parte del criador de porcinos don DMG. (Denme millones, güevones).

Farsolandia y su folclor demosófico tienen tres nuevos cantos para novelizar su desgracia. Los fanáticos “americanos” aprendieron que el berrido del arriero los orienta en sus afectos futboleros. Los pescadores antioqueños crían hipopótamos nacionalizados en fincas ganaderas. Y los mafiosos ponen cara de marrano cuando reclaman las migajas legalizadas por el atraco de la república de Uribe Babá… Nos mordió Pepe, el hipopótamo.