domingo, 9 de mayo de 2010

la colombianada, condena por elección


Farsolandia se prepara para escoger al peor presidente de su espuria existencia. El macabro Estado esquinero de Suramérica diseña su patíbulo. La secuencia de los escándalos inmarcesibles así lo demuestra.

El mandato de Uribe II fue perversamente superior en catástrofes al de Uribe I. El antioqueño de la Seguridad Democrática superó la debacle administrativa de Pastrana. Andresito, con ayuda de la zona de distensión, venció con el despilfarro de la soberanía nacional al cartel de Cali y a su presidente, Ernesto Samper. Retroceder más, por entre el prontuario delictivo de este simulacro de país, es provocar nauseas. El exceso de engaños, que manchan el trapo tricolor, es el himno del hampa elegida por voto popular.

Las actuales ferias y fiestas del perpetuo fraude electoral usan el carrusel del perjurio para repetir las parasitarias falacias de antaño. Las machacadas agendas programáticas, con acento revanchista y fullero, giran en torno del desvencijado eje temático de: la vivienda, la salud, el trabajo y la paz para los pobres. Habrá que hacerles un monumento por mantener viva la burla de los culebreros, logro supremo del intelecto criollo.

Sin esperanza, sin razón y sin alma me preparo para observar el debate del fracaso. ¿Ganarán los mocos con girasoles o los falsos positivos de Santos? El dolo responderá por la victoria del delito. La pandilla triunfante tendrá el hambriento reto de superar en desfalcos, tipo “Agro ingreso seguro”, a su mediocre predecesor. Mi historia los condena, sin juicio previo, porque los conoce de memoria.

Mi pesimismo altruista buscó una explicación al deprimente fenómeno democrático en la salvaje cotidianidad y halló que el subdesarrollo moral es el responsable de esa conducta retardataria impuesta por quienes eligen a sátrapas, inútiles y corruptos, con la conciencia cómplice del proxeneta.
Ellos aguardan una migaja miserable de las burocracias de aldea para saciar sus vanidades de peones de las utopías.

Entonces, sufragaré por la dictadura sangrienta. Necesitamos un tirano redomado para que aniquile los vicios calentanos de la colombianada, la maldición etnográfica, con el marcial paso de ganso.

El siguiente ejemplo, que clama por un déspota austriaco de bigote desquiciado, ilustra perfectamente como las vacantes de las instituciones estatales se llenan con personal incapacitado por la universidad de la incompetencia.

En días pasados visité la hemeroteca de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Desafié, en un acto de osadía, mi propia genética recesiva. La tara cundinamarquesa me obligó a porfiar contra la amenaza cultural que significa el recinto. Las voces de mis experiencias anteriores me echaron en cara disgustos sin resolver.

Al estilo de los hijos de la desmembrada Gran Colombia marché en contravía del sentido común. Buscaría un semanario en una hemeroteca nacional, lo cual no deja de ser un despropósito.

Pasé el puesto de control y subí al segundo piso donde había una exposición sobre las palabras del bicentenario. Sentí dolor de cabeza… Vaya curiosidad, palabras de libertad en una nación esclavizada por la mentira desde 1810. Seguí camino por entre aquellos vericuetos donde tenían las fotocopias colgadas con ganchos de ropa. Entré al gran salón y le pregunté a la encargada del establecimiento por el Papel periódico ilustrado, fundado en Bogotá el 6 de agosto de 1881 por don Alberto Urdaneta.

El rostro se le descompuso. Pasó de gris bibliotecario al pálido color de la prensa añeja. Si le hubiera hablado en tucano, lengua del indígena vaupense, quizás la extrañeza no hubiera sido tanta tristemente notoria. (Pa bururí, traducido del tucano al castellano, significa cuidado se cae).

Al final del soponcio reaccionó con un balbuceo pueril y expresó: “Ese no existe, pero si quiere mire el catálogo”. Mi otoñal juventud, en un gesto de inusual paciencia, hojeó el cartapacio y ubicó el dato. En la amnésica Colombia primero se consulta un archivo de papel y luego se usa el computador para hallar la misma información. (Victoria de la involución).

Ante el triunfo de la perseverancia, la muchacha insistió en demostrar que mi petición estaba mal formulada. El teclado del PC sonó durante 11 minutos y llegó a la desalentadora conclusión: “Su pedido no es válido”. Señorita, repliqué ofendido, en los anaqueles de mi morada existen cuatro de los cinco tomos donde reposa esa publicación. Mis pupilas, inyectadas de sangre, seguramente la motivaron para llamar con urgencia a la supervisora.

La nueva funcionaria me hizo repetir la búsqueda en la carpeta. Hurgó en su base de datos sistematizada y en tres minutos pudo decir. “Sí está, pero no se lo puedo prestar. Debe hablar con el jefe que está detrás de esa consola, allá en la esquina”. La miopía con astigmatismo me señaló que en ese rincón no había nadie, pero como “Colombia es Pasión” caminé hasta el lugar señalado. Pregunté por el mandamás y su asistente me arrojó el vademécum de las disculpas para atender sin atender. “Él salió para almorzar, pero si usted quiere puede esperarlo un ratico que no demora”.

Salí volado sin rechistar para donde el boticario. ¿Por qué insistí en desafiar a la sabia experiencia con la ilusa esperanza? No lo sé, quizás es el mismo mal que afecta a los electores patrios.

En las selvas milenarias del Vaupés, al referirse a un pedido que no existe, se dice ticúneta nima (esos son los que enumeré, no hay más… Ticúseta ni (eso es todo).