lunes, 10 de octubre de 2016

¿Por qué tanto afán de hacerle la paz a la guerra?



La Patria Boba se pregunta por qué después de un bicentenario de  matanzas a los gamonales les dio por el acelerado embeleco del pacifismo.

La respuesta podría ser obvia, pero la farsa está de carnaval blanco y eso es anormal: ¿Cuál es el negocio que tienen  las multinacionales con el lote esquinero de Suramérica?  ¿Por qué ahora las hermanitas de las Farc les estorban entre la manigua? ¿Será que la noble organización del COC (coca, oro y coltán) necesita un administrador operativo que produzca tumbas al por mayor?

El principio de las respuestas está en la forzada donación del premio Bobel de Paz. El trofeo honra a ciertos criminales de gran envergadura como por ejemplo: Theodore Roosevelt (1906) por robarse a Panamá. Yasir Arafat (1994) por el genocidio terrorista contra los judíos. Barack Obama (2009) por desaparecer de la faz de la tierra las ciudades de Irak y de Afganistán.

Pero si el señor Santos no es de esa calaña, dirán sus áulicos. Cierto, es de otra peor. El engendro se gestó en el bajo vientre de Uribe, su Ministerio de Defensa. La larva se devoró las entrañas de su progenitora y la traicionó con la furia descomunal de la bestia edípica. Así el felón creció en su estercolero y le jugó un falso positivo al país de la pobre viejecita, pero el puñal le salió por la culata del electorado.

Lo increíble del asunto es que el paraco recargado, su hijo el traidor y el terrorista asustado se juntaron en una cueva de alimañas para robarle la paz a Farsolandia. Con ese trío, las vagabundas suecas ya pueden institucionalizar el premio Nobel a  una macabra carcajada.

Y si de morir de risa se trata, por favor visiten a los estudiantes de la paz. Ellos con su inmensa capacidad de leer medio juego de fotocopias por semestre le dieron el sí al tétrico ridículo.