lunes, 26 de octubre de 2015

Elecciones, el derecho al fraude



El resguardo de “Juanhampa” estuvo de dominical ventolera alborotada. A los caciques de la contumelia les dio por retozar con la más vagabunda de las meretrices, la democracia.

Farsolandia redactó el libreto de la comedia con la ortografía del delito. La pantomima de las urnas consistió en que los electores rayaron las opciones que los amos del desastre les mostraron. El atraso y la desgracia quedaron untados de “Coca Nostra”.

El sapo que no indigestó a esta página doliente fue el efecto camaleón de los partidos políticos. Los entes de la debacle se mezclaron entre una panza mugrienta e hinchada por sus parásitos intestinales.

Al venenoso batracio se le olvidó el disfraz para disimular la inmensa deformidad de sus ambiciones. La alianza entre los reptiles refrendó que el ardite era una amalgama de colores. Le dejaron el ojo colombino a la patria de los desfalcos.

Ni siquiera simularon el proyecto de un plagio ideológico. No se tomaron la molestia de robarse alguna idea trastornada por la locura del ideal electorero. El círculo de los desengaños manifiestos navegó en la nada. Solo se negoció el conjunto de banderas para vestir la marioneta que administrará los presupuestos de las sequías con pueblo. Es decir todos ponen, todos maman de la inagotable ubre del erario.

Por eso, este redactor votó a conciencia por la trácala infame. Sufragó para mantener la rutina de la maña que se nutrió de ejemplos tan edificantes como el de Yopal.  La ciudad eligió a un burgomaestre que está preso. Eso es un paradigma maravilloso de la evolución de los escombros.


Sí, Farsolandia votó por la perpetuidad del fraude… Y se le aplaude de pie porque hizo algo honesto, se quitó su máscara de leprosa.