martes, 25 de agosto de 2015

El gozque latoso



Nicolás Maduro soltó su horroroso mordisco de chacal en rapiña de carroñas. El chasquido avisó que desmembrará en su guarida bolivariana el cadáver de una patria en gusanada.

El perro, del hocico oscuro, mandó a cerrar las fronteras del gueto venezolano. ¿Qué otra cosa le quedaba por apostar en el garito de sus infamias?

Nada porque su baba ponzoñosa solo le alcanzó para elevar el tono de sus mentiras hasta la inferioridad servil de sus entrañas.

Él, en su calidad de mascota cubana, añora los barrotes de su jaula donde sus amos lo domestican con la prosperidad de la miseria. Mientras la perrera le da la inmunidad del gruñido acorralado, él, el supremo Casandro, el profeta criollo del desastre hace de los mojones un meadero. Allí, la cuadrilla de sus esbirros contrabandea las huesamentas colombianas para cebar a sus quiltros.

Allí, la sarna de su pelambre se enreda entre el discurso sicótico del canino famélico y el síndrome de las canecas del hato vecino. Por eso, la alimaña aúlla contra su propia caricatura porque su drama es el trazo deforme de un mendigo de barrabasadas.

Maduro, el inútil voceador de sofismas,  fue el primero de su ralea en apostatar de la inteligencia… por eso ladra…


Y al otro lado del lindero, la deshilachada Farsolandia sin un patrón, de zurriago y machete, que la defienda apenas se pregunta si debe soportar con sordera de ramera la alevosía de ese lobo ciclán.