miércoles, 17 de febrero de 2016

La vergüenza del emperador



Los vicios de Calígula quedaron escandalizados ante el avance noticioso de las denuncias mediáticas sobre la denominada “comunidad del anillo”.

Las aberraciones de la voluptuosidad perversa de la res-púbica convirtió en formidable lo espantoso.

A los taciturnos gusanos de la institucionalidad vencida nada los toca. Los impuestos a la pobreza financian la decadencia despótica del acto contra natura. Es el orgullo privado de la infamia. Es el derecho a la decrepitud, la mueca del espanto.

Los apetitos de sus cuerpos, insolencia de sus efímeras vilezas de simiescas lascivias, no tienen porque ser costeados por el erario.

La concreción de la bajeza no puede ser tolerada porque el cargo público le hace la venia al comercio esclavista del instinto desviado.

Lo aterrador del crujir de la noticia es que no hay quién lidere un levantamiento formal contra la dictadura estéril del delito servido para engendrar a los corruptores del cargo oficial.

La charca de los lagartos ni siquiera reclama el surgimiento de un caudillo energúmeno que lidere una dictadura sangrienta. Acción pedagógica que redimiría a la Farsolandia sodomita del círculo de iniciados en el defecto que hizo vomitar de asco al buen Calígula.

Roma tuvo la virtud superior de liquidar al mandatario con un juicio severo de la guardia pretoriana. Bogotá, en cambio, le alcahuetea a sus pretorianos las anomalías parlamentarias de su retaguardia.