jueves, 6 de agosto de 2015

El sablazo heroico



Juan Papanatas, el pasado 20 de julio, ratificó en su alocución al Congreso la vigencia institucional de la Patria Boba, su nido de raposas.

La perorata indicó que la inmarcesible Farsolandia no ha podido sanar su repugnancia por un estado superior de civilización. La condición de servidumbre a la mentira la aplaudió el representante a la Cámara, Pedrito Pereira, que radicó un proyecto de ley donde planteó que Cartagena de Indias debe recibir una indemnización por los daños causados durante el sitio impuesto por el benemérito don Pablo Morillo, de agosto a diciembre de 1815.

Lo tenebroso del asunto es que el recinto de las desmemorias morales olvidó que el mantuano, apodado Longanizo, alias Simón Bobolívar, sitió feroz a Cartagena el 26 de marzo de 1815 porque sus lugareños no se plegaron a sus caprichos de saqueador como lo hizo con Bogotá en 1814.

El rufián estuvo vigilante en el cerro de la Popa hasta el 8 de mayo cuando le avisaron que venía el capataz ibérico a emascularlo por forajido. Entonces, el varonil paladín huyó en el bergantín inglés La Descubierta para Jamaica donde se amancebó con Luisa Crober.

En esa isla, sus devotos le mandaron un sicario para apuñalarlo. Lamentablemente, el asesino falló para desgracia de la historia de la pantomima y sus fantoches.

Resuelto el olvido de la amnesia insultante, es bueno lanzarle al circo la pregunta de la utopía: ¿Por qué no le pasan la cuenta a España y Venezuela para que paguen por las refacciones de las murallas? Porque la mano que imita el signo de los pistoleros sería la respuesta adecuada para la Patente de Corso del ocioso parlamentario.

El peregrino interrogante tenía como fin ilusorio evitarles a los esquilmados una sangría más para sus infelices bolsillos. Pago que les impondrán porque aún no se independizan de la abyecta amalgama de vocablos legalistas de los bisnietos de sus Altezas Serenísimas, los barones del fraude.

En fin, ya veremos en qué para la contumelia fecunda del yugo dorado impuesto a la cerviz del erario. Solo espero que mis copartidarios no me vayan a tildar de godo desteñido por señalar la trapacería con la fidelidad del desenmascaramiento.

Por lo pronto lavaré las banderas del partido, al estilo de Laureano Eleuterio, con tinta roja. Le cedo la pluma a un liberal, de médula y espinazo, a Jorge Child que escribió el epílogo del libro Las guerrillas del llano de Eduardo Franco Isaza en donde ratificó el peso de estas líneas institucionales.

“…La verdad es lo que vale. La farsa es despreciable, y Colombia, por lo que vive ocultando su triste realidad de voluntad mediocre, de país que anda a medias, de pueblo que no es lo que su clase dirigente dice que es, es una sociedad que vive la farsa, y que la acepta como una cataplasma de su llaga. La farsa es la negación consciente de la realidad y por eso sabe a diablo: es el pecado original de ser. En ese sentido, situando a Colombia en el plano de la farsa, nuestra sociedad se presenta como la más despreciable del continente; porque aquí la farsa no es el pecado de unos cuantos individuos más o menos famosos, sino que la farsa es en Colombia una línea general de vida, un hábito inmundo de la sociedad.

Periódicamente el país cambia de farsa como quien se cambia de camisa. La farsa de la revolución en marcha. La farsa santista de la neutralidad de El Tiempo, la farsa del binomio pueblo-ejército…”

Virgen Santísima de Chiquinquirá ruega por nosotros, pecadores de tu patria chica, porque estamos tan mal que un texto  de  los cachiporros coincide con mis avanzadas tesis sobre la sombría tramoya del otro saqueo a Cartagena… del poniente.