miércoles, 23 de marzo de 2022

La máscara, herramienta del crimen


 

Por julio Ricardo Castaño Rueda.

La catedral primada de Bogotá fue profanada por la mujer enmascarada, alias Simona, y su séquito de secuaces. La caterva de bandoleros escribió el libreto de la juventud envejecida por el pestilente vicio de sus titiriteros.

La iniquidad fatídica, conducta cavernaria, anunció la alucinante ideología de la decadencia.  Aberración de los crápulas, maniobra zurda.

Esos famélicos escombros de la delincuencia, adolescencias derrotadas por el presidio, se levantaron en una asonada turbulenta presidida por el aullido de los fantoches. El acto de circo en el templo estremeció de repugnancia a la embozada Farsolandia. La acción desenfrenada de su blasfemia logró la condena del mal porque el bien los perdonó.

Lo grotesco de la ignominia terrorista, tramoya de comunistas, consistió en demostrar la fetidez de los monigotes. El eco nauseabundo de su protesta trajo el sonido de sus vísceras, flatulencia de su desesperación.

Los autómatas, en su decadencia entrometida, mancharon de vergüenza a la razón humana. Ella, discurso de la inteligencia superior, estableció el bien, la verdad y la belleza para ser vividos sin máscaras, patrimonio del delito.

La fechoría de su verborrea marxista los impulsó a perturbar la delicada morada del Altísimo, oficio de los hijos de la viuda. Los forajidos financiados por el horror y en concubinato con la miseria expulsaron de su ignara existencia el silencio creador. 

Espantados por su ocaso fanático se disfrazaron de comedia paupérrima y optaron por reclamar la banalidad mediática de la noticia. Necesitaban la pública subasta de su bajeza, la lectura del folletín pernicioso de su nefanda alevosía. Querían maquillar su derrota taciturna ante el amor, sustento de la cátedra de la bondad. Con sus trajes de bestias sacrílegas pudieron rebuznar y guarrear ante el mequetrefe defensor de la infamia en la emisora del escándalo.

Sí, peleles. Ustedes son el error ejecutivo de sus patrones, entes entronizados en el yerro corrompido de la falacia. Ustedes, maniquíes por antonomasia, son la ausencia de la originalidad. Ustedes, esclavos de la legislación de los guiñoles, son los bebedores sitibundos del potaje vandálico de una barbarie babeante.