lunes, 22 de noviembre de 2021

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 Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

lunes, 1 de noviembre de 2021

miércoles, 19 de mayo de 2021

Colombia, a la diestra de Dios Padre

                                                                    La meada del eunuco o del camarada. Foto J.R.C.R. 



Por Julio Ricardo Castaño Rueda


El comunismo es la primera desgracia del crimen moral. Este virus de la mediocridad no tiene espacio en las potencias del alma. La lucidez de la verdad lo condenó a un concepto simple: es el vicio inmundo de los vándalos. Es una forma absurda, lisiada e inútil, para progresar en un modelo de civilización superior.

La estructura violenta de esa conducta equivocada, por defecto degenerativo de su parto bestial, solo sirve para implementar el mal dentro de una adversidad sin tregua.

La Historia, desde los jacobinos del siglo XVIII hasta los mamertos del XXI, guarda en sus archivos de memoria incontables ejemplos del pernicioso método de matar la vida por temor a la existencia vital. El sistema político que patrocina la inoculación de esa peste se convierte en un Archipiélago Gulag (URSS), una isla prisión (Cuba) o un lote de esclavos productores de indigencia (China). A ellos se suman, por decadente imitación, los regímenes capacitados para asesinar a sus hambrientos lacayos idiotizados por el embrujo ideológico de un homúnculo sostenido por el servilismo de los fusiles. Ejemplos de esas covachas degradantes, donde la esclavitud es la meta de cualquier famélico sujeto, se pueden apreciar en Corea del Norte y Vietnam entre otros sitios de ingrato nombramiento.

Al caos, costumbre brutal, se unieron, engañadas por el embeleco de la lucha de clases, trampa caza bobos, las prósperas ex repúblicas de Venezuela y Nicaragua donde sus capataces, ahítos de revolución, involucionaron a la edad de la miseria en una década.

En síntesis, Colombia, la Patria Boba, la nieta de la pobre viejecita, aspira a prostituir a sus hijas para comprar sobras de comida y así sustentar sus calamidades al mejor estilo bolivariano de Venezuela.


 

sábado, 8 de mayo de 2021

Pandemia paro, perniciosa protesta


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

 


Palabras pacificadoras para protestantes permitidas por Pablo.

Pendejos piden palo

Por palabrería punzante.

Proponen pelotera para putear.

Pellizcan, palmotean… pierden

Podrían pensar, pero prefieren

Pactar pachangas pasajeras.

Piden palaciegos perdón,

Patanes, paren parodia.

Pelmazos perdidos por palabreros,

Parodia parlamentaria

Por pingos pagamos pobreza.

Pasó permiso pernada.

Padrotes padecen pactos pacifistas

Para proponer palpaduras piernas

Pidiendo paliativos,

Pálidos perderán palanca

Para paladear paletas.

Por parar padecerán padrastros

Pedófilos…

 

 

 

 


viernes, 5 de marzo de 2021

Las quejas del infierno


 Por Julio Ricardo Castaño Rueda

El averno sirve, pero no funciona. Su falencia se debe al virus “poco” (político colombiano). La oscuridad industrial cumplía a cabalidad con la pedagogía de la calamidad, pero la desgració el viernes 20 de julio de 1810. Desde aquella fecha nefasta, la perversidad entró en una decadencia corrupta que averió la eficiente técnica del mal. Oh farsa inmarcesible.

La consecuencia miserable, de aquel desperfecto histórico, permitió la llegada de una horda de gamonales granadinos al báratro. Esa chusma postiza sacrificó su doctrina anticristiana para cauterizar las inquietudes del desenfreno, pieza vital de la mecánica de los nueves círculos que Dante Alighieri, el poeta florentino, describiera en su Divina comedia. De la celestial mascarada se pasó, en un santiamén, al trágico sectarismo del notablato criollo. Las circunferencias séptima, octava  y novena, altares venerables de la violencia, el fraude y la traición, quedaron asignadas a esa tenebrosa etnia criminal.

La riada de corruptos inundó, con la hedentina de sus sofismas, los pestilentes rincones del hades. Caronte decidió ahogarse en el Leteo, el río del olvido. Entonces, el desplazamiento forzado de las insignes figuras del orco fue inevitable. Los divinos césares, Calígula y Nerón, el impetuoso jinete, Gengis Kan, y el humanista Vlad III de Valaquia, el Empalador, y un millar de libertinos protervos fueron degradados al oratorio de preparación para niños de primera comunión. Nada ya, para el mal, fue bueno. La perversidad socarrona de estos granujas logró adulterar, con su perniciosa manía del inciso regulador, la totalidad de la más docta hamartiología (doctrina del pecado).

Los caudillos de la demagogia atacaron con su repugnante protervia a los íncubos. La alevosía de la ponzoña inoculada no tuvo piedad con los demonios desvalidos. Los relapsos infectados debieron tramitar su ingreso al pailón mayor. La entrada requiere de un soborno de bondad. Los desventurados hijos del maligno pagan su extorsión moderadora para evitar una otitis diabólica cuando les nombran los alias de Francisco de Paula, Simón José Antonio y Antonio Amador José, sujetos viles. Estigmas de las caricaturas escolares de la patria en el catecismo de la infamia nacional, trilogía de la crápula.

La catástrofe asfixió a Belcebú. Los congresistas raizales, con la pertinacia de la abyección, le serrucharon la butaca al supremo administrador de la mentira. Hoy, los abismos del tártaro sufren un severo racionamiento de tinieblas. Las calderas de castigo no tienen flatulencias para operar.

Las profanadas furias, Megera, Alecto y Tisífone, se amancebaron con Judas Iscariote y venden indulgencias plenarias con certificados falsos, pero autenticados por notarios eclesiales. Las doctrinas sobre la inmortalidad negativa fueron perversamente negociadas a espaldas de Lucifer. El prodigio de esa desgracia es la herencia bastarda de los tinterillos. Ellos sindicalizaron a los esclavos de las horrendas dehesas del erebo y sembraron una paz de sangre desde el vestíbulo del limbo hasta las cascadas del Aqueronte…

Atención, noticia de última hora. La guardia de don Adolfo incautó un peligroso contrabando. Se trató de 5.000 kilogramos de camándulas bendecidas por san José María Escrivá de Balaguer. Los sindicados son Laureano y Alberto, el Pacto de Benidorm. El séquito de bolcheviques invitó a Satanás a brindar por el éxito del operativo. Satán sufrió un ataque de apoplejía y murió. La gentuza le pasó un tarro de diablo rojo con agua bendita.