jueves, 17 de noviembre de 2011

Chiquinquirá, profanación y restauración

La Capital Religiosa de Colombia tiene una cicatriz que el maquillaje embustero del olvido no pudo borrar: La toma de la Basílica. Resumen de los acontecimientos.

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica de Colombia.

El 25 de diciembre de 1895 cambió el rumbo del Santuario de Chiquinquirá. La Navidad le trajo de regalo a un fraile peregrino que venía de tierras mexicanas. El presbítero desmontó de una sudorosa cabalgadura y entró al templo para orar ante la Patrona.

Al rato, la noticia corría por las plazas del pueblo. El humilde visitante era el maestro general de la Orden de Predicadores y comisario del papa León XIII, José Domingo Martínez.

Un parte de la primicia permaneció bajo un riguroso secreto dominicano porque el recién llegado sugirió a su comunidad la coronación de la Virgen de Chiquinquirá como Reina de Colombia.

La invitación se convirtió en una chispa que con algo de tardanza incendió las voluntades del convento. El padre Vicente María Cornejo, O.P., fundador de la revista religiosa La Rosa del Cielo, comenzó la campaña en forma de letras de molde. El primero de marzo de 1899 en la sección Intenciones Particulares pidió a sus lectores “orar por la solemne coronación de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá”.

Las camándulas giraron por años con esa perseverancia apostólica de la súplica repetida que teje los milagros. Las preces fueron escuchadas y el 9 de enero de 1910, el papa Pío X decretó la coronación.

El despacho llegó con el estigma de la poesía del bardo Julio Flórez, Todo nos llega tarde, porque no había dinero para pagarle a un orfebre ni metal para fabricar la corona de la Reina del Cielo.

La solución surgió de la pobreza. Los padres predicadores se convirtieron en mendicantes. A partir de 1912, una réplica del cuadro de la Virgen de Chiquinquirá salió a pedir limosna por entre los valles y las cordilleras del Jardín Mariano.

Los plebeyos de alpargate sumaron sus ahorros a los nobles de prosapia como el segundo marqués de Comillas, don Claudio López Brú, que donó 50 pesos oro para financiar los gastos de la proclamación real de la Virgen Mestiza. Los sudores de los promeseros y las donaciones de los devotos de María lograron llenar las arcas en escasos siete años. La tarea estaba lista para culminar la misión, pero se interpuso un episodio absurdo.

El 12 de junio de 1918, un fraile dominico fijó en la puerta cancel del templo principal de Chiquinquirá las copias del decreto 115 del pasado 7 de junio firmadas por el obispo de Tunja, monseñor Eduardo Maldonado Calvo. El comunicado ordenó el traslado de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá para su coronación como Reina de Colombia en Bogotá el 9 de julio de 1919, dentro de los actos del Primer Congreso Mariano Nacional.

El mensaje se convirtió en chispa de discordia. La calumnia inoculó su veneno en las conciencias ingenuas de la población raizal y el rumor comenzó a quemar los principios morales. En las calles se decía que: “El cuadro de la Virgen había sido vendido y por eso se lo llevaban para Bogotá”. Otras versiones más insidiosas acusaban a los dominicos de tener una copia del lienzo listo para cambiarlo por el original. En un santiamén los comerciantes, que vivían de la capacidad de compra de los peregrinos, se amotinaron y los amos de la villa se envalentonaron para gestar la crisis de la vergüenza y el sacrilegio.

Al día siguiente, 13 de junio de 1918, el alcalde de Chiquinquirá, Campo Elías Pinzón Tolosa, azuzado por los áulicos del gatuperio, dictó una contra medida que oficializó el desastre:

“La alcaldía de la ciudad teniendo en cuenta que por decreto que a continuación se inserta, el pueblo ha sufrido notablemente, puesto que se ha herido en lo más noble de sus sentimientos, pretendiéndose desairar el lugar que la Santísima Virgen escogió para ser venerada y pone en conocimiento dicho decreto y excita a los ciudadanos que se asocien para levantar manifestaciones oponiéndose al mencionado decreto. (Del obispo Maldonado).

Como católico convencido y teniendo en cuenta que la joya mayor que guarda en su seno la bella y altiva ciudad de Chiquinquirá es la Virgen sin la cual quedaría reducida a la categoría de vetusta aldea de aquellas que ni el tiempo, ni la historia les puede rendir homenaje, puesto que cobardemente se han dejado arrancar toda su riqueza y honradez sin lanzar un grito de protesta; el suscrito pone del municipio la resolución anterior y llama muy especialmente la atención a la honorable corporación municipal y en general a todos los ciudadanos, a fin de que levanten manifestaciones enérgicas oponiéndose al despojo de nuestra bendita imagen, gloria y honra de nuestro terruño…”

Las puertas de la debacle quedaron abiertas para que el populacho enardecido se alistara bajo las perversas órdenes del gamonalismo regional. El bochinche llegó a las páginas de la prensa nacional y el 13 de junio de 1918, el corresponsal del periódico El Tiempo envió por telégrafo la siguiente nota: “Un pleito en torno de la Virgen de Chiquinquirá. El pueblo contra un decreto del Obispo”.

“Acabase de conocer un decreto del señor Obispo de Tunja que dispone que la Virgen de Chiquinquirá sea llevada a esa capital con el fin de que tenga lugar allí la coronación proyectada ya en esta ciudad. El pueblo, al conocer el decreto, ha manifestado su resolución inquebrantable y firmísima de impedir que sea retirado de donde está el cuadro de la Virgen, bajo cualquier pretexto y con cualquier fin. Los ánimos encuéntrase unánimemente exaltados. Firmase una petición encaminada a pedir la revocatoria del decreto episcopal”. Firma. Anunciador.

Los editores de la prensa liberal no perdieron la oportunidad para ventilar la fetidez del infundio porque los cofrades de cierta logia masónica tenían planes nauseabundos. El 15 de junio, El Tiempo tituló: “Un pleito en torno de la Virgen de Chiquinquirá. El pueblo contra un decreto del Obispo”. Y le agregó a la columna: “No es chico pleito el que ha ocasionado el señor Obispo, ni deja de tener complicaciones el asunto. Como es sabido, a más de su lado divino y milagroso la Virgen de Chiquinquirá tiene para su pueblo otro aspecto: el de las ventajas materiales de todo género que ella le reporta con la constante afluencia de peregrinos que dejan su alma al pie de la imagen sagrada y su dinero en los almacenes, tiendas, hoteles y mercados de la población.

El orgullo chiquinquireño no puede aceptar que su amada y famosa Virgen vaya a ser coronada en lejana villa, fuera de su centro tradicional, y tampoco puede aceptarlo el interés chiquinquireño. Don Quijote y Sancho tienen allí en este caso igual opinión e idéntico sentimiento.

E indudablemente el señor obispo de Tunja no podrá presentar a los hijos de Chiquinquirá razones que desvirtúen las que ellos tienen para no dejar salir a la prestigiosa imagen del templo en que hoy está.

La tranquila quietud de Tunja no será turbada por el tumulto de los peregrinos, ni verá su fría catedral arder los miles de cirios de los fervorosos peregrinos, por lo menos mientras los chiquinquireños puedan impedirlo y sin duda el ilustrísimo señor Maldonado no querrá exponer a la Santa Virgen a ser centro de feroces riñas: no querrá obligarla a hacer el milagro de que los chiquinquireños se resignen a que no se celebren en su pueblo los grandes festejos tradicionales”.

Las masas, acaloradas por un periodismo reaccionario, se levantaron ariscas, pero sin tener una trifulca donde imponer sus tajos con las razones del machete. Las protestas domingueras no pasaban de ser la algarabía de un embeleco aglomerado. La montonera se ahogaba entre las totumadas de chicha y los acordes sentimentales del tiple.



El equilibrio entre la vocería ingenua y la acción artera lo rompió el notablato ultracatólico de la Villa de los Milagros. Una junta de prohombres se reunió el 16 de junio para conspirar en una asamblea de traidores.

La agrupación se confabuló dentro de los muros del Colegio Jesús, María y José. Los banderizos desconocieron la autoridad del Obispo de Tunja y nombraron un comité guardián para apoderarse de la sagrada reliquia. El equipo secuestrador quedó conformada por los señores Guillermo Pulido, el médico Tito Simón de Rojas, el abogado Pedro Martín Quiñones, el ganadero Leonidas Quiñones, el general Julio Salazar y Alberto Casas Castañeda.

Los caudillos de la patraña decidieron echarle más tinta al asunto porque las pasiones incendiarias querían quemar la mitra del obispo. El Tiempo, del 18 de junio, tituló: “El pueblo de Chiquinquirá contra el viaje de la Virgen” “Ayer verificose una importante manifestación de más de diez mil personas para protestar contra el proyectado traslado de la Virgen de Chiquinquirá a la capital”. Firmado El Anunciador, C. López.

Monseñor Maldonado Calvo, en respuesta a la perversa guachafita de los chiquinquireños, envió (19 de junio de 1918) un telegrama donde anunció un singular remedio eclesiástico: “Padre Cura Chiquinquirá. Salúdolo. Bendígolo. Convoque pueblo iglesia dígales: ‘Obispo no puede tolerar más escandalosa rebelión si no aquiétasen, aplicaré terribles sanciones canónicas para sostener autoridad eclesiástica’. Auténtico, E. Bernal F”. (Cf. Veritas 30 de junio de 1918).

La voz del pastor no aplacó a las ovejas. Los borregos se convirtieron en una jauría de lobos que ladraban denuestos contra el prelado. Entonces, el cayado se levantó para esquilar la rebelión. El 21 de julio de 1918, monseñor Maldonado Calvo puso en Entredicho Canónigo a la Parroquia de Chiquinquirá, (Los templos fueron cerrados y no había administración de los sacramentos, excepto la extremaunción).

Un silencio muisca, taimado y peligroso, se extendió por el valle del Saravita…

El mutismo iracundo estalló promovido por las voces de ciertas almas envenenadas por la vileza. En la noche del 21 de junio, el altar de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá fue profanado por una asonada criminal. La turba enloquecida atacó el convento de los dominicos y el templo en un acto sacrílego digno de las desventuradas hordas asiáticas.

La impiedad, la profanación, las blasfemias, la irreverencia, el perjurio, el ludibrio y la apostasía de una chusma impetuosa arrojaron dos versiones paralelas. La primera no fue refutada en su momento y la segunda forma parte de una reconfortante duda. Los atacantes se quejaron de haber sido recibidos a plomo por parte de los curas.
El periódico La Gaceta Republicana, del 24 de junio, anotó: “…El pueblo enfurecido rompe las puertas del templo. Pánico de los dominicos. Un muerto y varios heridos. El viernes pasado (21) circuló la noticia de que los padres dominicanos guardaban dos copias de la Virgen, pretendían dejar una en la Iglesia y conducir la verdadera a esta capital, secretamente.
Uno de los padres, armado de revólver, hizo fuego sobre la multitud, causando la muerte a un individuo de nombre Hipólito Rozo. Los asaltantes a su vez dispararon algunos tiros, resultando varias personas heridas.

El semanario Veritas entregó, el 3 de julio de 1918, su relato sobre el delito del nefasto 21 de junio: “…Al mismo tiempo que atacaban las puertas del convento forzaban las puertas del templo. Fuéronse de preferencia a la puerta de la capilla y una vez dentro, ayudados de hachas, barras y otras herramientas, sacadas del taller del mecánico Sr Leonidas Gómez, cuyas puertas también fueron allanadas, rompieron la puerta que de la capilla da entrada al templo. Los padres y hermanos que se habían dirigido al templo, esperaron en el presbiterio al pie de la Santísima Virgen, al tumulto que rabioso dirigíase al altar, en medio de maldiciones y horrorosa gritería. Además entraron con sombrero, fumando y bebiendo y llegaron a perpetrar en los altares acciones que la decencia veda referir. A uno de los hermanos le rompieron el vestido y dieron de bofetadas dentro del templo y los denuestos fueron los obsequios que esos DEVOTOS de Nuestra Señora tributaron a los religiosos allí en el templo toda la noche…”

El crimen sin castigo quedó plasmado en el oscurantismo moral de una turba matricida. Cesó la horrible noche y a las 8:30 de la mañana del 22 de junio, “El comité guardián” se llevó la milagrosa imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá para la Iglesia de la Renovación…

“La Virgen sus cabellos
Arranca en agonía
Y de su amor viuda
Los cuelga del ciprés.
Lamenta su esperanza
Que cubre losa fría…”

Eso dijeron los versos del filósofo del Cabrero en el Himno Nacional. El lamento espantoso se impuso sobre ciertas damas, esposas de los alevosos. Ellas le enviaron un telegrama a monseñor Maldonado Calvo.

Señor Obispo- Tunja.
Ilustrísimo Señor:

“Llorando suplicámoles humildemente evite más desgracias y salve este pueblo con derogación decreto de su Señoría. Respetuosas servidoras”. (Firmas de muchas señoras).

Monseñor Maldonado, curtido en confesiones femeninas, contestó con la rapidez de la cortesía episcopal.

Tunja, junio 22.

“Acordárose tarde memorial respetuoso, agotada contumelia; si derogo decreto prescindo coronación. Informaré Roma atropello inaudito, derramamiento de sangre ha execrado ese lugar.

Atento servidor,
Obispo.

(“…Y nosotros tendremos que responder de esa profanación con nuestra propia sangre… Judith 8, 21)-

La prensa boyacense puso a trabajar a sus linotipistas horas extras. El periódico La Linterna, cuyo director era Enrique Santos Montejo (Calibán), envió el 22 de junio un cable a sus parientes de El Tiempo de Bogotá donde les aseguró: “En Chiquinquirá han ocurrido sucesos gravísimos. Anoche el pueblo enfurecido asaltó la Iglesia, y el convento de los dominicos, rompió las puertas a hachazos, sacó el cuadro del Virgen, llevólo a la Iglesia pequeña, que el pueblo armado custodia. Hubo un muerto y varios heridos.

La policía y las escoltas del batallón son impotentes para contener al pueblo y están acuartelados. Hoy salieron de aquí ciento cincuenta soldados más para reforzar la guarnición enviada a Chiquinquirá.

Los dominicos viéronse obligados a refugiarse en casas de particulares y dirigieron al Obispo el siguiente telegrama: “¡Moriremos. Bendíganos. ¡Adiós!”

La excitación contra los dominicos depende de que estos se empeñan en cumplir el decreto del Obispo, y se ha aumentado con imprudente carta del padre Mendieta, injuriosa contra los chiquinquireños.

Todos los esfuerzos que se han hecho por obtener del Obispo que revoque el decreto, han sido inútiles.

En Chiquinquirá reina grande excitación contra Tunja, por la creencia de que el decreto débese a influencias tunjanas. Esto es injusto, la opinión pública de aquí unánime está a favor de los chiquinquireños. El movimiento carece de todo carácter político; la inmensa mayoría de los amotinados está compuesta de conservadores”. Firmado Linterna.

El Tiempo, el diario de los Santos Montejo, el 23 de junio tituló: “El país escandalizado”. “Desórdenes en Chiquinquirá”. “Se decía ayer en Bogotá que con motivo de la llegada a Chiquinquirá de las tropas encargadas de hacer cumplir el decreto del Obispo sobre traslación de la Virgen a Bogotá, han ocurrido allí muy graves desordenes y choques de los cuales han resultado numerosos heridos. No tendría ello nada de raro, dada la excitación reinante en aquella provincia.

Seguramente se daría una prueba de cordura desistiendo de ese inútil viaje, que da motivo a perjudiciales agitaciones en momentos en que el país necesita de toda calma”.

El escándalo subió la temperatura en la fría Tunja. El mismo 23 de junio, La Linterna anunció: “Trascribole la circular de hoy del Obispo, dirigida a los vicarios: ‘Chiquinquirá ha sido declarada en entredicho, a consecuencia de la satánica rebelión del pueblo contra la autoridad eclesiástica, con abajos y mueras al Papa, al Nuncio y al Obispo. Avise a los párrocos y fieles la suspensión del culto y de las romerías. Las iglesias de Chiquinquirá serán todas cerradas’.

Témese que esta disposición suscite nuevos conflictos y agrave aún más la situación delicadísima de esta ciudad.

Mientras los vendedores del reportaje mueven la opinión pública al antojo de sus criterios partidistas, las muchedumbres no ceden porque cruzaron la línea del séptimo mandamiento. El pecado desencadenó un castigo que la democracia calenturienta no podía absolver. El obispo de Tunja ratificó (el día 24) el entredicho Canónigo contra Chiquinquirá y excomulgó a su alcalde, Campo Elías Pinzón Tolosa, por haber promulgado el decreto del 13 de junio donde incitó a la población para desconocer su autoridad apostólica.

La tropa de ruana y alpargate quedó lista para otra contienda civil, instrumento diseñado por los finqueros decimonónicos para que los labriegos labraran el surco de dolores con sus huesos y sus huérfanos. En la Villa de los Milagros vivían veteranos de las guerras fratricidas de 1876, 1885, 1895 y la de los Mil Días. Los patrones limpiaban las bayonetas de fusil Grass y desempolvaban los chopos oxidados que guardaban entre los aperos de labranza.



Los ex jinetes del escuadrón Suárez, que el 7 de mayo de 1900 vieron como el padre Luis María Lopera, O.P., después de la misa de ocho, bendijo la bandera de Batallón Vencedores y se inclinaron cuando el coronel Gregorio Quiñones la recibió de rodillas y juró con sus oficiales y soldados defenderla hasta la muerte ahora se alistaban para destrozarla.

En esa época, los chiquinquireños devotísimos de la Santísima Virgen María se fueron para los potreros de Palonegro a matar herejes porque el liberalismo era pecado, según lo predicó el obispo de Pasto, Ezequiel Moreno. Y 18 años más tarde, cuando los mismos estandartes victoriosos estaban manchados por la babaza del demonio. Ellos, los conservadores de corazón azul, se alistaban para a atacar al Ejército de un gobierno de copartidarios. Asesinarían por defender una mentira diseminada por sus enemigos vitalicios, los liberales… “Oh Júbilo inmortal…”

Y si la duda, propia de la paradoja, sorprende al lector es bueno releer El Tiempo del 24 de junio de 1918: “La Resistencia” “Todos los pueblos de la Provincia se aprestan a una desesperada resistencia. Los famosos guerrilleros conocidos con el nombre de Cacho de Venado están ya listos y de todos los pueblos cercanos se dirigen a la Villa grandes muchedumbres; se han sacado muchas armas y empiezan a recibirse adhesiones de Ubaté, Moniquirá, Vélez, Puente Nacional y El Socorro. La provincia de Chiquinquirá jura que pondrá sobre las armas quince mil hombres para impedir que se cumpla el decreto episcopal”.

Y luego, en la misma columna, se agregó: “El Ejército detenido”. Las tropas enviadas de Tunja -el batallón de tren que manda el coronel Guerrero-, no han podido pasar de Ráquira. Son apenas doscientos hombres y se le ha notificado que si siguen a Chiquinquirá, distante cinco horas de Ráquira, serán atacados por más de tres mil hombres ya listos para el combate. El Ejército ha preferido, con toda razón, evitar el conflicto fratricida e inútil y espera en Ráquira que se modifique la situación”.

Al final cierra con un titular: “La situación actual”. Aunque la excitación en Chiquinquirá continúa gravísima, ayer domingo hubo allí calma, por el hecho de estar el pueblo por el momento tranquilo respecto a la imagen, que tiene en su poder, pero los ánimos están exaltados que cualquier cosa puede provocar un conflicto de incalculables proporciones. Se sigue organizando la resistencia con actividad febril en todos los pueblos y el decreto sobre Entredicho no ha logrado amilanar los ánimos. La resolución de resistir es unánime en todos los habitantes de la Provincia, de todos los partidos y clases y esa resolución se extiende a las regiones vecinas. En Chiquinquirá se hace mucho hincapié en que el ilustrísimo señor Maldonado Calvo, cuando era oficial del celebre Alcanfor, sufrió en esta provincia una gran derrota…”

El cronista se refiere al Batallón Alcanfor (Libres de Colombia), unidad que se formó con los jóvenes liberales durante la conflagración de 1876 o Guerra de las Escuelas. El apodo de alcanfor, decían, era porque se evaporaban ante cualquier peligro. Los alcanfores fueron dignos rivales de la famosa guerrilla conservadora Los Mochuelos que operaba desde la hacienda Canoas de Soacha, en Cundinamarca.

Sin embargo, esta vez el ex soldado con mitra no se evaporó sino que se apoltronó en su sillón del palacio episcopal a leer los inquietantes titulares de los periódicos liberales como El Espectador que el 24 de junio destacó, en la sección El País por Telégrafo: “Conferencia telegráfica con Chiquinquirá se espera un conflicto. “En Estado de Sitio”. El ministro de gobierno informó que los padres dominicos solicitaron que se declare a Chiquinquirá en Estado de Sitio creyendo sea la única manera de salvarse.

El mejor enterado de la situación era el corresponsal de El Tiempo en Chiquinquirá que tecleó la siguiente nota, el 25 de junio: “Continúan llegando adhesiones de varias poblaciones de esta provincia y de fuera de ella. Los valientes vallunos ofrecen venir si el caso llegaré.

Ayer recibiose una carta del general conservador, doctor Segundo C. Sáenz cuya parte pertinente transcriboles, dice: ‘Soy sostenedor de que la Virgen no se deje sacar, para la cual, si fuere necesario y llegaré el caso de tener que evitarlo por la fuerza, yo estaría muy listo con quinientos hombres’. Firmado Anunciador.

En las mismas páginas se lee una posible salida al conflicto. Las altas esferas del poder ruedan para manipular una negociación. El Tiempo comentó: “La situación en Chiquinquirá”: “…Nos pareció entender que el señor Nuncio considera que a los indiecitos de Chiquinquirá los han engañado haciéndoles creer que la Virgen será traída. También creímos comprenderle que si se calman los bochinches entonces se puede entrar a discutir si sería bueno o no derogar el decreto y que en todo caso es indudable que se ha cometido un irrespeto al sacar a la Virgen de la iglesia para la capilla, puesto que no había razón alguna que justificara tal cosa y que se ha faltado abiertamente el respeto a la autoridad eclesiástica…”

La revuelta hierve, pero no quema. Según el mismo diario del 26 de junio: “La situación en Chiquinquirá”. “Las noticias llegadas ayer indican todas que no han ocurrido nuevos incidentes en Chiquinquirá; la esperanza que se ha dejado entrever al pueblo de que el decreto será derogado ha calmado un tanto los ánimos y la ciudad está en relativa calma.

El decreto del obispo de Tunja, que pone en entredicho a Chiquinquirá, fue fijado ya en esta ciudad y el Vicario de Saboyá llegó allí hacerlo cumplir y cerró ya la iglesia principal y la del hospital. El pueblo parece resuelto a no permitir que se cierre la iglesia de Jesús, María y José. En donde se está adorando a la Virgen y se teme que si el Vicario insiste en hacerlo ocurra un conflicto. Hoy se decidirá allá ese punto.

Ayer, según se nos informó salieron para Chiquinquirá y Ráquira el Secretario de Guerra, general Alejandro Caicedo y el mayor Rojas, en comisión del Ministerio. Sabemos que el Gobierno, con gran acierto, ha resuelto preocuparse sólo por guardar el orden y evitar todo conflicto, procediendo con la mayor prudencia y sin mezclarse en cuestiones episcopales.

La efervescencia sigue grandísima en toda la Provincia de Chiquinquirá y las vecinas”. Y en otra parte aseguró: “Terrible indignación del ilustrísimo señor Maldonado. Sus planes contra Chiquinquirá”. Tunja, junio 24.

“Los chiquinquireños designaron al doctor don José Miguel Pinto y don Adriano Márquez para presentar al ilustrísimo señor Obispo al comisionado don Francisco Varela, portador de respetuosa petición de aquella ciudad sobre derogatoria del decreto.

El Obispo recibió la comisión vestido de gran ceremonia, rodeado de sacerdotes; al enterarse del objeto de esa comisión, gritó airadísimo que jamás derogaría su decreto; maldijo a Chiquinquirá, juró arruinarla, y dijo que trasladaría su romería a Leiva para reducir a Chiquinquirá al estado en que quedaron Sodoma y Gomorra después de que atrajeron sobre si la cólera divina. Declaró que se trataba solo de brotes de liberalismo, y que se fraguaba una revolución contra él, pero que está listo a derramar su sangre. La indignación del prelado fue verdaderamente tremenda e inaudita y ha causado aquí gran pasmo. Se teme que esa negativa del obispo exaspere a los chiquinquireños”. Firmado Linterna. El obispo Maldonado negó la versión de Calibán, que estaba excomulgado.

La Diócesis no cae en la trampa de la negociación con falsos intereses. El mismo 26 de junio se fijaron en las puertas de los templos de Chiquinquirá el decretó de excomunión mayor en contra del ex alcalde de la ciudad, Pinzón Tolosa.

El Espectador, periódico de provincia, informó siguiendo las fuentes del diario capitalino. En la sección El País por Telégrafo destacó: “Los sucesos de Chiquinquirá. Fracasa una conferencia con el obispo: Frases cristianísimas”. El comisionado dijo que el señor obispo se produjo ante él en frases tan desconcertantes como esta: ‘soy mansa oveja, pero esta vez convertírseme en tigre para exterminarlos’.

“La actitud del Gobierno: labor de su comisionado”. La llegada a Chiquinquirá, del general Alejandro Caicedo, comisionado del Gobierno, calmó mucho los ánimos.

“Saboyá es amenazada: la cruz negra de Chiquinquirá”. El obispo de Tunja amenazó a la población de Saboyá con incluirla en el entredicho si continuaba apoyando a Chiquinquirá.

“El obispo Maldonado maldice, cristianamente, a Chiquinquirá”.

“La destitución del alcalde”. Confirmase también que al alcalde de Chiquinquirá fue removido por haberse negado a cumplir las disposiciones del prelado.
Mientras tanto, la prensa bogotana, en cabeza de El Tiempo regresó a las fuentes primarias y para el 28 de junio señaló:

“Noticias de Tunja”. Tunja, 27 de junio de 1918. “De Chiquinquirá avisan la promulgación del entredicho y la destitución del alcalde, que fue excomulgado y reemplazado por Eugenio Fajardo, lo cual causó nuevos bochinches. La situación sigue delicadísima. El señor Obispo Maldonado ha declarado que los chiquinquireños ‘torearon a un tigre’, y que nos los perdonará mientras no se le humillen e impidan la publicación del Mensajero Liberal y demás periódicos liberales”.

El 29 de junio publicó el telegrama del obispo Maldonado Calvo reafirmando el Entredicho Canónico para Chiquinquirá.

Prior. Párroco -Chiquinquirá.

En virtud de la santa obediencia ordénales ejecutar el Entredicho dictado contra esa población y promulgado ya en toda la diócesis. No se levantará sin el completo sometimiento al decreto dictado sobre coronación de la Virgen, hasta tanto el pueblo no haya suprimido por completo El mensajero liberal y Labores, pasquines perniciosos y funestos. Obispo.

Lo fascinante de este choque es la reacción de la Iglesia, Madre y Maestra en sortear las trapisondas de los ángeles caídos. El 30 de junio, en todos los púlpitos de la Diócesis de Tunja se leyó un comunicado del obispo Maldonado que comenzó a iluminar las tinieblas tejidas por la falacia: “…Mentira que se trate de despojar a los chiquinquireños del Cuadro Milagroso; mentira la venta del mismo cuadro; mentira que con el decreto de coronación quede reducida Chiquinquirá a vetusta aldea y que se extinga allí la industria y el comercio; mentira que se haya revelada la Santísima Virgen María a sor Angélica en Chiquinquirá, para decirle que no quiere ser llevada a Bogotá y Tunja; mentira que el prelado es inflexible a la razón porque no cede a la amenaza y el ultraje; mentira que trató mal a las damas chiquinquireñas…” (Cf. Boletín Diocesano, 31 de julio de 1918).

La luz episcopal produjo una división irreparable en el bloque de choque. La gleba envalentonada quedó cercenada por dos palabras nuevas que defendía intereses contrarios. Los partidarios de obedecer al obispo se denominaron “obispistas” y los desobedientes relapsos optaron por llamarse “virginistas”. Ellos insistían en no dejar trasladar el sagrado lienzo.

La verdad comenzó a crecer entre la cizaña y los romeros andariegos se sumaron a la ecuación del Entredicho. Los peregrinos, que llegaron con mil fatigas en el alma para buscar el consuelo ancestral del santuario en las fuentes de su misericordia, no pudieron comprender como un grupúsculo de aventureros soberbios hubieran profanado el templo. Encontrar a Chiquinquirá sin los servicios litúrgicos era ver una tradición de 332 años despedazada.

Los guayacanes calentanos y las peinillas desenfundadas hicieron crecer el número de los “obispistas”. Las mujeres con su habitual poder empezaron a inclinar la balanza hacia el lado justo.

Colombia seguía expectante y la prensa debió actualizar los hechos con un poco de tacto tardío para informar con exactitud. El 2 de julio, El Tiempo tituló:

“Decreto de entredicho de la Parroquia de Chiquinquirá”. (Copia exacta del cartel que se ha fijado en las puertas de todas las iglesias y conventos de Chiquinquirá).

Diócesis de Tunja- Vicaria de San Andrés. Chiquinquirá, junio 24 de 1918.

El infrascrito Vicario Foráneo se trasladó a esta Parroquia, en el día de hoy, con el fin de notificar al reverendo padre prior de los dominicos, el decreto dado por el ilustrísimo señor Obispo, y es como sigue:

Tunja, 21 de junio de 1918.

Vicario-Saboya

Vista continuación de sacrilegios desórdenes, pongo Entredicho Parroquia de Chiquinquirá, ciérrense iglesias, enmudezcan órganos, campanas, culto público. Religiosos, misa, convento puerta cerrada. Párroco únicamente confesión extremaunción enfermos. Matrimonios chiquinquireños Saboyá. Trasládese notificar Chiquinquirá, Párroco Prior.

Eduardo, Obispo

Pubilo Roa- Fr. Tomás María Posada A.- Fr. Manés de Sto. Tomás Mendieta G.

La caterva de rufianes no pudo imponer la fuerza bruta del odio, aglutinante colectivo de la turbamulta, y comenzó a presentirse de la canallada el fin. El 9 de julio, el presidente electo de Colombia, Marco Fidel Suárez, le escribió una carta a la junta guardiana para que le obedeciera al obispo.

El efecto de la misiva presidencial fue contundente en las aspiraciones de los revoltosos. El 23 de julio, la familia Fajardo Páez mandó un mensaje de desagravio al obispo de Tunja y le pidió perdón.

El motín entró en una etapa de agrietamiento paulatino. La consciencia humana es capaz de discernir que no pueden existir dos verdades opuestas. El choque fue inevitable. El legalismo populachero del mitin no pudo blindar su accionar contra la pureza de la razón universal.

El gestor del atropello se rindió ante la evidencia y el 28 de septiembre, el ex alcalde de Chiquinquirá, Campo Elías Pinzón Tolosa, le pidió perdón a monseñor Maldonado Calvo y se le levantó la excomunión.

La junta secuestradora aprovechó la ocasión para bajar el testuz y a finales de septiembre, por medio de una carta, le ofreció al obispo acatar su autoridad. Los firmantes daban una serie de explicaciones propias del hampa arrepentida. Maldonado no contestó nada porque la zalamería no era su punto débil… (El periódico El Deber la publicó el 18 de octubre de 1918).

La soberbia de los gamonales aún soporta otra estocada. El 12 de octubre desde Bogotá, José Joaquín Casas, redactó una esquela para el comité extorsivo que custodiaba el lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y le pidió: “…Poner termino a esa situación de escándalo y de ruina en que desfallece y se deshonra ante el cielo, ante la república y ante el mundo, nuestro amadísima ciudad y provincia…”

Los conductores de la crisis, con el rabo entre las patas, tuvieron que usar todas sus influencias de pequeños sátrapas de vereda y su arsenal de genuflexiones serviles para ir a Tunja a pedir perdón de rodillas. Los cabizbajos sujetos fueron precedidos por sus esposas y amigos influyentes. La conducta del reptil fue aplastada por el perdón magnánimo del obispo. El mitrado tuvo el buen gusto de no publicar el contenido de las comunicaciones secretas de los subversivos para que ciertos sectores del liberalismo no acabaran con el poco prestigio social y político de los absueltos.

Las consecuencias de ese ritual de arrepentimientos, que marcharon por pasadizos diplomáticos antes de pasar por el confesionario, dieron sus frutos. El 19 de octubre de 1918. El obispo de Tunja expidió una resolución que levantó la sanción eclesiástica contra los templos de Chiquinquirá.

El Maldonado Calvo concedió un extenso perdón, pero en el punto tres dejó abierta la etapa de reparación “…Como según el canon 1172-3, la iglesia parroquial de Chiquinquirá quedó violada, pues fue convertida el 21 de junio en estercolero, procédase a reconciliarla, para lo cual facultase al reverendísimo padre provincial de dominicos fray José Ángel Lombana…” El 24 de octubre de 1918, el Entredicho Canónico para Chiquinquirá se levantó después de los respectivos arrepentimientos e intervención de los jesuitas. El lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá fue llevado en procesión desde el templo de la Renovación hasta la actual Basílica.

La razón de la justicia siguió su trayectoria evolutiva. El pueblo que insultó a su madre decidió que ella viajaría sobre sus hombros hasta la capital.

El 28 de junio de 1919, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá salió de su terruño con rumbo sur. Iba sobre unas andas que pesaban 30 arrobas (375 kilos). La escoltaba el Batallón Soublette. Las mujeres y los varones se fueron relevando por entre las trochas que comunicaban a las poblaciones de Simijaca, Susa, Fúquene, Ubaté, Sutatausa, Tausavita, Nemocón, Cogua, Zipaquirá, Cajicá, Chía, Usaquén, Chapinero y Bogotá.

La romería que la seguía con el alma compungida escuchó, el 9 de julio de 1919, al vicario apostólico de la Guajira, obispo Atanasio Vicente Soler y Royo, cuando pidió la consagración de la República a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. “…Yo el último de los prelados colombianos e ínfimo siervo de la Santísima Virgen, postrados ante Dios tres veces santo, pido humildemente y respetuosamente a los Arzobispos y Obispos aquí congregados, que así como la República fue consagrada al Sacratísimo Corazón de Jesús, de la misma manera se consagre solemne y públicamente, por voto nacional, a la Santísima Virgen de Chiquinquirá, Reina de Colombia…” El decreto ordenó que la coronase el señor obispo de Tunja, monseñor Eduardo Maldonado Calvo.

La muchedumbre se arremolinó extasiada para contemplar la coronación y cambió para siempre el diseño estructural de la Plaza de Bolívar. Las rejas que rodeaban el bronce fueron aplastadas por el empuje enajenado de una nación redimida.

El instante se convirtió en un bárbaro alarido apoteósico que estremeció los empedrados coloniales de la urbe del águila negra. Miles de gargantas entonaron el himno de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá: “Reina de Colombia por siempre serás…”