lunes, 8 de junio de 2009

Apostillar, la pústula del trámite

La nueva teoría del fracaso farsolandés se llama: Apostillar. El Diccionario de la lengua española (RAE vigésima segunda edición) dice: “Apostillar: Poner apostillas”. Y, ¿qué son apostillas? Esa palabra no aparece en tan sabio lexicón. (Por algo somos latinos). Existen significados para apostillarse: Llenarse de postillas. Postilla: Acotación o glosa de un texto. Postilla: Costra.

En síntesis, estoy como el Ministerio de Relaciones Exteriores. No se cómo empezar a descifrar el significado de aquello que no existe, pero que sirve porque no se necesita. Quizás la vaina esté por el lado de la tal apostilla de La Haya. En francés: apostille que es un método simplificado de legalización de documentos.

La idea le corresponde a los criaderos de lagartos llamados consulados. Allí los funcionarios estatales viven para agachar el espinazo y crearle postillas (costras) al presupuesto nacional.

La mediocridad diplomática se da silvestre en la caótica Colombia. Es vital tener a un pariente lejos del país para estar a la moda. Mientras tanto la familia del exiliado planea la fuga hacia la civilización, Estados Unidos y Europa. El plan incluye un sometimiento radical a la tramitomanía para legalizar lo legal.

Obviamente, Farsolandia logró un registro mundial en pereques y talanqueras. La mejor ayuda para el desterrado consiste en destrozarle la esperanza. No podrá cambiar de nacionalidad sin que sus familiares sean torturados con la eficiencia criolla.

Pasos para apostillar. 1. Telefónicamente comuníquese con una máquina que habla gangueando para que su cita sea asignada. Las primeras 15 marcaciones le sonarán ocupadas como muestra del ágil servicio.



2. Asista a la cita. Haga una interminable fila. Busque en el listado su número de cédula y código asignado por el aparato gangoso. Si por milagro sus números aparecen en la lista, cuya letra obliga a la revisión con microscopio, págueles una misa a las benditas almas del purgatorio por los favores recibidos.

3. Al entrar hay que repetir la búsqueda del código tres veces consecutivas para justificar la presencia de los policías.

4. Si logra ingresar hará otra fila para que un funcionario reciba sus documentos. En este instante triste aparece una secretaria para revisar que los papeles cumplen con los requisitos para apostillar. En caso contrario deberá volver a empezar porque nadie le explicó el cómo funciona la estulticia nacional. Si todo está en orden un burócrata le preguntará para qué país van y usted contestará un cuestionario. Luego deberá soportar 45 minutos de la venganza tecnológica. El sistema operativo del computador no funciona y el ingeniero salió…a tomar chicha recalentada.

5, 6, 7 y adivine. Fila para pagar los 25.000 pesos por cada comprobante apostillado. Espere turno preasignado para que dos empleados le reciban sus títulos. Sí, dos inútiles sueldos. Aguarde hasta que le llamen y le entreguen una hoja impresa. No olvide revisar los datos. El error lo devolverá al paso uno sin anestesia.

8. Los certificados de estudio deben ser autenticados y tener el aval de la Oficina de Registro y Notariado porque sin ese retroceso criminal no son válidos. La vigencia del proceso es de tres meses. Si deja vencer los términos no habrá misericordia.

Conclusión, los colombianos expatriados deben recordar que el Estado del cual huyeron es su enemigo vitalicio. Si regresan háganlo como don Pablo Morillo y su ejército expedicionario. Levanten patíbulos desde Cartagena hasta Popayán para colgar de las fauces a los reptiles que se alimentan de los trámites costra.