viernes, 19 de febrero de 2010

La democracia enmascarada


La democracia enmascarada

La politiquería criolla se colocó su antifaz de carnaval, cual ideóloga de burdel, para salir a feriar el fango pestilente de una patria corrompida. Las alimañas electoreras se alistan para empollar sus falacias en el desastre de un destino vil.

La temporada del teatro callejero abrió la talanquera que detenía a los saltimbanquis. El populacho danza frenético ante el destello del tunjo idolatrado. La parranda, con papayera y tamal, apuntalan la barriga de los galeotes. Triunfo de la bromatología sobre la neumatología.

Saciada la infamia estomacal, los gamonales se enjuagan el gaznate con gárgaras de aguadecreolina para alebrestar a los lagartos. La babaza de sus arengas, aunque desinfectada, es tan ponzoñosa como la saliva de los dragones de Komodo. Lo que muerden lo pudren con su halitosis de bestias prehistóricas.

Los volatineros, sin piedad con la cordura, se asoman lujuriosos ante el tumulto malvado e indigesto para salivarlo con la felicidad hispanoamericana de las hipérboles. Las plazas levantan sus alaridos de chabacanería con el perifoneo atarván de la sicalipsis. Los traquetos proclaman el asueto de la silicona.

La guacherna lobuna acepta el mote de “constituyente primario”. La plebe delira enardecida ante ese apodo dominguero que enlaza a los cuadrúpedos cerriles al botalón de la hacienda. La Farsolandia celestina se empelota feliz en la fiesta bullanguera. La lascivia y los caudillos se juntan en un concubinato cuatrienal. La orgía les promete un lenitivo para el supositorio. El espinazo se dobla y se suplica una garrotera con derecho de pernada, quejido del mestizaje.

Lejos de los bueyes madrineros, los desdichados héroes que sostienen el andamiaje de la desbarrancada Colombia se preguntan: ¿por qué hacer una trapisonda tan costosa? Bastaría con elegir al sujeto del cual Belcebú se avergüence.
La respuesta apunta hacia un pacto sombrío con el sofisma. Ningún aspirante a sacar las bacinillas del solio de un caraqueño tuberculoso desea abstenerse del hurto patrocinado por las guarichas de Bacatá. Victoria de la rapiña.

La retahíla de los culebreros de mitaca es inmutable. La originalidad se permuta por la intriga que imponen los lambericas en las cacareadas agendas programáticas. El ejemplo se transcribe de un acto legal. La historia de la mentira delata la costumbre atávica del delito electoral. En el año de 1843, el Congreso Constitucional de la Nueva Granada se reunió para reformar la Constitución de 1832 y recetó en su artículo 11, parágrafo 2, que: “…Los derechos del ciudadano se pierden por vender sus sufragios o voto, o comprar el de otro en cualquier de las elecciones prescritas por esta constitución o la ley…”

La tramoya de los sicofantas sigue vigente en el 2010 porque los elegidos desde Jorge Tadeo Lozano hasta Álvaro Uribe trajeron la gusanera incurable del legalismo, el soborno y el látigo.

Los candidatos, de antaño y hogaño, son zoquetes vulgares cuyas manías altaneras están consagradas a la desgracia. La patraña, ente dual de sus significados apócrifos, emerge en sus bocas hipócritas como la doctrina de un eco canalla. Los convenios populistas se retractan cuando el bochinche se embriaga con el guarapo de contrabando. El cambio es radical y la estocada es en el morro.

La alegre procesión de los esclavos incita al mandarín para comprar amanuenses de cafetín. Ellos maquillarán sus imágenes con retorcidas coqueterías de rameras prepago.

Y el mal se triplica. De los lacras del bipartidismo se pasó a la calamidad de los trillizos. La oligarquía redomada, la academia mediocre y el comunismo felón se unieron bajo el brazo malhechor de una cofradía de tarambanas. La casuística del garito los vendió como agiotistas del nepotismo.

Entran y ladran en los recintos cerrados para el discernimiento porque son la voluntad de la inercia inútil. En sus discursos predomina la técnica de la iniquidad. La fragua del verbo soterrado ofrece el desquite parcelado por la alcahueta mayor, la señora corrupción, concubina del absolutismo.

Los esbirros del régimen de la pantomima, extasiados por la complicidad de las compras electoreras, mercadean el pacto anormal del cálculo contributivo ante el futuro desfalco. Las campañas, de las apestosas sanguijuelas, rifan ventoleras de montoneras proclives al bandolerismo. La petulancia de sus contumelias hiede a sepulcros blanqueados.

La hedentina contamina al Estado social sin derechos porque este se edifica sobre las huesamentas de una catástrofe de viudas y huérfanos. Las cenizas de las víctimas se jugarán entre traiciones de batracios y tenebrosos pactos con el capo extraditado. La fosa común es su santuario.

Al triunfar las miserias del embuste manzanillo, el tiranuelo se jugará el entresijo en un rito de hambrunas republicanas. Sus cortesanas, oportunistas y trepadoras, se disfrazarán con aclamaciones purulentas y elocuencias sin decoro. Ellas, las coperas melosas, se raparán las tripas del poder con vocación de cuervos roñosos. Burda pasión.

Arriba del que usurpa la montura habita el patrón de la desvalorizada mancebía. El industrial de la zozobra reclama los créditos de la bufonada. Abajo millones de mulatos, taimados y mañosos, se aprestan para imitar a sus amos en la obscena costumbre por elegir lo repugnante.

Así, el pueblo del bambuco arrienda la finca con bandera a la demagogia del fantoche irremediable. El país, emasculado, se prepara para soportar otro estrupo.

En conclusión, votaré por una voluptuosa candidata. Ella me satisface con su ironía, la desobediencia civil.