lunes, 15 de septiembre de 2014

El cadalso de la paz


El cartel de la corrupción, vigente desde 1810, se amangualó con los terroristas de la Farc en un lupanar del Caribe para destazar a la patria asesinada. El negocio de los forajidos radica en vender el surco de dolores para regarlo con sangre de jornaleros.

Y aquí, en el altiplano, a los amos de mitra, levita y mentirita les dio por cambiarse los botines. El intercambio simbólico de la pecueca huele a la mojiganga de 1781, cuando los señoritos de Santafé se colocaron los alpargates del Socorro comunero mientras traicionaban las capitulaciones.

¿Sabe usted cuántos acuerdos de Paz se han firmado desde 1812, cuando a la raza de víboras de cierto triunvirato sabanero le dio por llamarse “Altezas Serenísimas” al mejor estilo de los Santos de la Habana?

La respuesta hiede a mentira…

Alma bendita de don Pablo Morillo, el Pacificador por antonomasia. El Conde de Cartagena sí supo como edificar los altares de la nacionalidad…