jueves, 20 de marzo de 2008

"eso puay nos acomodamos"



Hay situaciones letales para la existencia del ser humano. Una de ellas es viajar por las trochas de Farsolandia. La pobre mujerzuela, con ínfulas de República, es un atentado contra la ergonomía. Todo lo que hace bien está mal. Esa es la norma que heredó de la pobre viejecita, la abuelita de Colombia.

La crónica empieza en una fría mañana de domingo en las dehesas zipaquireñas. El relato usa el sello inconfundible y registrado de la comedia nacional.

En los dominios del Zipa se instalaron dos peregrinos para ir a visitar a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

La contrariedad, seguramente fruto de la santa Cruz, la cargan las víctimas de la libertad y el orden de un modo aberrante. En este lote la desgracia es lo único puntual.

La ruta Bogotá-Zipaquirá-Chiquinquirá la cambiaron. El nuevo trazado fue diseñado por el señor Soborno. El trayecto aumentó el recorrido en cinco kilómetros. El trecho es menos rentable para los empresarios porque pasa por el parque Jaime Duque y evita el casco urbano de Zipaquirá. En síntesis, el zipaquireño, de pata al suelo, se jodió. Ahora debe invertir más tiempo y dinero para tomar el mismo transporte. Si quiere viajar, financie la estupidez departamental.

Ante ese negro panorama, los viajeros se embarcaron en una buseta que los condujo hasta un paradero lejano, vía a la represa del Neusa. Allí hubo que aguardar con la simpleza de lo inevitable. No pasaban vehículos.

Después, de un largo y frío rato, apareció la Flota Reina. El conductor jugaba a imitar a don Juan Pablo Montoya: Choque o varada. No vio a los pasajeros y se detuvo 200 metros más adelante. Desde allí, el ayudante gritó: “Hay un puesto”.

Las preces se cambiaron por una gratificante madreada contra el delito de la idiotez congénita. ¿Por qué si hay dos personas se ofrece un asiento? La respuesta llegaría en forma de pesadilla.

El tedio, el afán, la necesidad y la desgracia se unieron. Un microbús tipo aerovans (nefasto engendro mecano-lingüístico) se detuvo. Había dos sillas para los romeros. Una junto al chófer y la otra atrás. La dama debió ser relegada a la parte posterior para evitar el contacto con un guache atarbán.

El hombre en un acto de malabarismo corporal y de estricta gimnasia griega logró acomodarse. Su humanidad dio muestras de flexibilidad simiesca. La radiola, con pasacintas, la barra de cambios, la consola, el espejo retrovisor, el conductor y otro pasajero quedaron empacados dentro de una máquina enferma. La inutilidad troglodita del altiplano la adaptó para el suplicio.

El tirano del volante aceleró con vocación suicida. La lengua, mordida por el labio, le brillaba. Las burbujas de saliva explotaban babosas. La carretera le pertenecía. Al llegar al peaje de Casablanca hizo el ademán de colocarse una correa atornillada al paral de la puerta. Esa trampa, en caso de volcarse, lo ahorcaría sin misericordia. El peregrino sonreía solamente de imaginarlo.

El cinturón de seguridad era una tira negra, simple correa fúnebre. Servía para enredar o desnucar en caso de accidente. La panza cervecera y la camisa grasienta le ocultaban una hebilla inoperable donde debía cerrar el cinturón de inseguridad.

El hijo de la mala raza doméstica, no contento con simular una medida de precaución, desconectó el aparato que informa al usuario sobre el límite de velocidad (80 kilómetros por hora). La bestia pensaba en mamarle gallo a los instrumentos usados por la Policía de Carreteras contra infractores de su ponzoñosa calaña.

El bruto demostró que la maña es superior a cualquier intento de progreso. El conductor confesó su culpa. El pisco podía acelerar porque sabía donde estaban emboscados los policías.

La Policía también conocía el resabio. No detenía a las flotas. Es más fácil extorsionar a los descuidados turistas en automóviles particulares. La tramoya corrupta fluye por las llagas delictivas de Farsolandia.

Pero aún faltaba la perla negra. El muisca se reía con marulla al contar sus andanzas de infractor veterano. La canallada se gestaba. El motivo de la sonrisita se supo en Ubaté.

El cobrador de la empresa “Expreso al Delito” se asomó por la ventanilla y preguntó con sorna: “El señor lleva pasaje”.

El aludido pensó: “¿Es una broma de mal humor?”. Quizás por eso no le escupió la cara.
- Sin embargo, le respondió: No, pero cuánto vale el tiquete.
- 12 mil pesitos, no más. (El diminutivo es sinónimo de infamia).
-Señor, discúlpeme. Abordé la flota en Zipaquirá y no en Bogotá. El precio es sustancialmente menor. Hay una hora menos de recorrido hasta Chiquinquirá.
-El maula rebuznó: “Pero, es que esa es la tarifa. 12 mil pesitos. No más”.
-Quítele el diminutivo.
- El ¿qué?
-Deje así porque la munición está muy cara…

El atraco es oficial. Las distancias campestres son iguales al metro de Condorito, de caucho. Se estiran o se encogen según lo exija el raterismo legalizado. Vale lo mismo recorrer 80 kilómetros que 130 cuando la diferencia beneficia al que transporta.

El atracado detuvo su lengua acerada en el arte arriero de madrear mulas. La saliva se habría perdido. La colombianada solapada se anotó un tanto más en su culo-cross hacia el barranco. La mentalidad miserable, denominada astucia, sirvió para incrementar el odio visceral por los farsitas, los hijos bastardos de la Farsocracia.

Dos pasajeros desalojaron sus puestos. El ofendido e inconforme pagó y pasó a disfrutar de una inservible banca mullida.

Antes de partir, un nefasto presentimiento rugió internamente.

Por entre la portezuela desvencijada un hombrecillo amarillento parecido a la maldición de Ho Chi Minh preguntó: ¿Hay puestos?
-El conductor dijo: Dos
-El sutano contestó: “Apenas, eso puay nos acomodamos”.

Al instante tres adultos y una niña esquelética se comprimieron en la posición de la claustrofobia. La famosa “banca de los músicos” los alojó contra todo pronóstico.

La Física, la Kinésica, la Proxémica fueron atropelladas vergonzosamente. Tras cinco minutos de resoplidos, empellones, quejidos, flatulencias, sudores, denuestos y resoplidos se injertaron en un puesto. La pareja de esposos y la pequeña ocuparon un mismo lugar en el espacio. El objetivo pagar un solo boleto.

El otro personaje, el amarillo fatigado, sentó plaza en el puesto de los contorsionistas. La resignación respiró con pesadumbre.

Unos minutos después se produjo la folclórica llamada de auxilio: ¡Una bolsa! Una bolsa, repetía el lambón de turno.

La criatura, de nueve años de edad, se convirtió en un engendro volcánico. Su organismo famélico vomitaba a estribor y a babor. Devolvía atenciones con una furia dragonesca. El esófago regurgitaba los ayunos y las mazamorras de los últimos quince días, por lo menos.

La bolsa roja repleta pasó por encima del respaldar de la silla. Un entrometido la cogió con delicadeza, la sopesó, la contempló, la bamboleó suavemente. Abrió la oxidada ventanilla y la arrojó. La bomba bacteriológica chocó contra el capó de un Mazda que transitaba en sentido contrario. Consciente de su maldad suspiró tranquilo. Habría sido mejor hacérsela beber.

Minutos más tarde, el coro letal elevó el tono: “¡Otra bolsa!” Las manos samaritanas pasaron tres aditamentos. Era un acertijo egipcio calcular cuántos litros de comida podría albergar esa pequeña manifestación de Gargantúa y Pantagruel. La enana batía un record mundial en la categoría de vomitada interdepartamental.

El hedor y el contrabando de objetos repletos de sustancias repulsivas se convirtieron en un acto pecaminoso. Las gentes se peleaban por lanzar la talegada contra el valle de Ubaté. Daban consejos, preguntaban, recetaban, comentaban. Todos, excepto el bogotano, colaboraron en esa criminal acción de guerra biológica. La tragedia se hizo insoportable.

Los tarmanganis mandan, en esos casos, usar a los responsables como fiambre para los cocodrilos del Okavanga. En la patria de la Loca Margarita se solidarizaron con la maldición. El pueblo, amaestrado por la infamia, gozó ante el asqueroso espectáculo.

La bestezuela se hizo náusea. Las bolsas llegaban presurosas. El caos se apoderó del bochinche. La solución, al enigma malévolo del humanoide, apareció. Los progenitores, padrinos, parientes o enemigos de la vomitadora parecían una cuba. Ebrios es un piropo. “Tenían la perra viva”, es más vernáculo.

Los truhanes le dieron a la infanta cuncho de cerveza batido con guarapo de herradura y gárgaras de tapetusa. Esa era la explicación del cauce incontrolable de los desechos estomacales experimentados por la basca y la arcada.

La situación era intoxicante. Los enfermeros de ocasión, encargados de pasar y evacuar los recipientes, esgrimieron sus puyas. Es el colmo, decían. “Cómo le dan de beber esas porquerías. ¡Qué bestias!” Los onagros hablaron de orejas.

Aleluya, los hijos de la desgracia reaccionaron. No todo estaba irremediable perdido, podía ser peor. El abuelo interpuso sus buenos oficios. El sujeto gritó: “Paren y bájenla”.

El viejo, dipsómano e idiota, cogió la última bolsa llena de la vomitona y pasó dando tumbos por sobre los pasajeros. Estuvo a punto de estrellarse contra cada uno de los ocupantes.

Alguien le recordó el lema de los Boinas Verdes: De opresso liber (para liberar a los oprimidos). El crujido de las vértebras cervicales, rotas por una llave maestra, sería un delicioso ejercicio de pacificación.

El conductor detuvo la camioneta. Algunos campesinos optaron por escapar a la topa tolondra. No reclamaron ni los trueques. Las ruanas dejaron su olor a cogote de ordeñador.

La niña fue desincrustada de la silla. Bajaron encorvados. Se desentumecieron al lado de un eucalipto. La humareda sobre el kikuyo los delató. Parecía que hubieran meado ácido sulfúrico.

Al rato regresaron. El espacio era suficiente para acomodarse los entes y los jotos. El tráfico de jugos gástricos se detuvo. No se supo con cual yerba taponaron la emergencia vomitera.

El periplo continuó. El padre dejó a su cría con su progenitora. El temulento, ducho en esos oficios, le dijo a la enfermita: “Mija, cierre los ojitos para que no se maree… y me avisa”.

La vomitadora obedeció automática. No había más provisiones plásticas para arrojar y desempedrar la carretera. El siguiente quejido fue contenido. Le sacaron la cabeza por la ventanilla y la pintura de la carrocería se descarapeló. Ese espécimen tenía un mesenterio o entresijo de chulo.

El suplicio finalizó con el arribo a la terminal boyacense.

La misa de once y media contó con una apertura tutelar. El padre Fernando Piña, O. P., antes de oficiar la Eucaristía, anunció el número de robos dentro de la basílica para ese mañana, tres. Van tres atracos al tumulto. Los santos lugares no escapan a la maldición maniática del cleptómano criollo.

La Divina Misericordia descontó un milenio de purgatorio para el humilde andariego. El templo hervía de gente. El penitente optó por descansar dentro de un confesionario para perdonar lo imperdonable: Los vómitos de Farsolandia.

Encuesta colombiana, sin encuestadores



La alcahueta Farsolandia es la hija bastarda de doña Celestina de Rojas y nieta de un venezolano tuberculoso, apodado Longanizo y conocido en los bajos fondos caraqueños como el amo Bolívar.

La Res-pública casquivana vive amancebada con un cleptómano en una casa de citas. Ella reparte el botín del erario público entre las pandillas de su ex marido, alias Farsolín; la muchacha de servicio, Farsocracia; las fuerzas de sicarios, Farcsolandia o Parasolandia y su tinieblo perpetuo Farsogreso. El hedor a calaverina es su aroma institucional.

La vanidosa furcia, cada cuatro años se prenda y se preña de un delincuente distinto. Por ese motivo, quiere modernizar los símbolos del burdel patrio. La mujerzuela decidió contratar una encuesta con el DANE para modificar la falsedad. La tarea la ejecutará un maquillador lesbiano para estar a la moda láit.

Los íconos del fraude empiezan con un trapo tricolor. La manoseada bayetilla, usada por los futbolistas para limpiarse el trasero y la pecueca repugnante, será cambiada por:

A) Una cobija de indigente
B) La toalla de Tirofijo
C) La frazada de Carlitos…Castaño
CH) Un toldo de cocina cocalera
D) El pendón del Polo, godo y cachiporro. Es decir: Amarillo, azul y rojo desteñidos.
E) Una motosierra reparada en Ralito
F) Todas las anteriores.






El Escudo Nacional, logo símbolo de la derrota perpetua, será levemente refaccionado porque como fracaso es un rotundo éxito.

Este instrumento de la vanidad patriotera necesita una cirugía plástica estilo Chupeta. Hasta la fecha nadie ha podido determinar qué tipo de guarapo chupaba Enrique Olaya Herrera cuando por medio del Decreto 62 del 11 de enero de 1934 reglamentó el escudo.

Fueron tantas las fallas que en 1949 tuvieron que volver a repararlo. En 1955 lo retocaron y quedó listo para el disfraz. No les cuento la trayectoria de su evolución porque los seguidores de la heráldica decente se suicidan.

El cóndor, ave carroñera, se transformará en:

A) El chulo, patrullero del río Bogotá
B) Una urraca ladrona al estilo Samper-Serpa
C) Una cría de cuervos tipo Pastrana
CH) Un escuadrón de Águilas Negras, modelo Uribe
D) Una gallina preñada por un pato
E) Las bolas de Regina 11
F) Un alquimista marihuanero
G) La chimba de Lola.

El cóndor y la corona de laurel se venderán por:

A) Un atado de limones
B) Un tris de canela
C) Un pucho de anfetaminas
CH) Un kilo de cocaína
D) Un poquito de culantro
E) Un cuncho de ajiaco con alcaloides
F) Una manotada de hongos
G) Un plato de borojó con ostras.



El lema de la mentira: “Libertad y Orden” se transplantará cual mata de amapola así:

A) Soborno o sicario
B) No dar papaya… ni culo
C) El plomo es nocivo para la salud
CH) Mija, huele a juagadura de caimán
D) Uy, me mató esta gorronea
E) Tanto jode el perro con la cotiza que al fin se la jarta
F) Esa vuelta le vale un billete, papá. Sí o ¿qué?
G) ¡Fuera colombianos del Sinaí!
H) Vivan los Pájaros de Tuluá. (Me dolió un ala).

La primera franja será reparada por un obrero Mediapala. La granada de oro y las cornucopias serán cambiadas por:

A) Una granada de fragmentación
B) Una reyerta entre lavaperros y coperas
C) Una hectárea de marihuana Punto Rojo
CH) Tres lesbianas desplazados por un travesti
D) La peluca del protolobo Pedro, el Escamoso
E) Una mina quiebra patas
F) Un tarro de desodorante Lander.

Segunda franja, el gorro frigio se cambiará por una cachucha frígida o en su defecto:

A) Un condón de segunda
B) El suspensorio de Pambelé
C) Las bragas de doña Inés de Hinojosa
CH) El pasamontañas de Mancuso
D) Las nalgas de Antanas Mockus
E) Una tapa de mazamorra premiada con bazuco
F) Una totuma para libar chicha, el vino de maíz.




Tercera franja. El istmo de Panamá. Ese hijo vendido por Farsolandia será mimetizado por:

A) Una fosa común
B) Una ciudad swinger
C) La bahía de Folconpuertos
CH) La draga y la droga de Pastrana
D) La Hidroeléctrica del Güevo (Guavio)
E) El serrucho eléctrico de Puyo
F) El apagón con revolcón de Gaviria
G) Un Belisaurio, sin cuota inicial
H) Una mano haciendo pistola.

El poema de Rafael Núñez o Himno Nacional se cambiará por:

A) El Polvorete
B) El Santo Cachón
C) La Jarretona
CH) El Pirulino
D) Sonaron cuatro balazos
E) Mambrú se fue al Putumayo
F) La vieja Chuchumeca
G) Ay, mi ranura
H) The Stars and Stripes Forever.

Las respuestas pueden ser enviadas al correo electrónico Farsolandia@hotmail.com Entre los participantes se rifará una caminata con el profesor Moncayo.

La nota siguiente es aclaratoria. Sólo para chauvinistas que sudan la camiseta 10 del Pibe como símbolo de colombianidad. Antes de recibir sus tradicionales recordatorios en contra de mi querida progenitora les recuerdo lo siguiente:






El gorro Frigio, símbolo de la “libertad” para los revolucionarios extranjeros, no puede ser más ajeno a la tropical Farsolandia.

Frigia es una antigua región del centro de Asia Menor al sur de Bitinia. Esta zona fue poblada por los frigios de raza pelásgica. Los pelasgos son un pueblo prehistórico que ocupó parte de Tesalia (región de Grecia). Se les considera como los antecesores de los helenos. El notablato, siempre tan original, lo escogió como símbolo de la utopía. Sólo quedan las cornucopias llenas de cocaína para vergüenza de los buenos campesinos.

A este lote de engorde, los gamonales lo han descrestados con palabrejas y las cornucopias. (Vaso en forma de cuerno que representa la abundancia. Del latín cornu que significa cuerno y copia, abundancia).

Lo del trapito tricolor es cosa a parte. La izada bandera nacional es tan vernácula como el rajá de Sarawak.

¿Quién la inventó? Según la historia oficial el Precursor de la delincuencia nacional, Pacho Miranda. Él la estrenó en Haití, el 12 de marzo 1806.

Miranda le plagió el diseño a la bandera de Rusia por cortesía de doña Catalina II de Rusia, la Grande. (Ni Cata, ni rusa ni grande). La lujuriosa señora es digna de participar en las historietas de Farsolandia. No se bautizó como Catalina. Su nombre de pila era Sofía Federica Augusta porque era una princesa alemana.

Cata no nació en Rusia sino en Stettin, Pomerania. Actualmente territorio polaco. Eso fue el 2 de mayo de 1729 y murió en San Petersburgo el 17 de noviembre de 1796. Su estatura encajaba en el concepto de pequeño.





La valiente dama se casó con Pedro III, nieto de Pedro el Grande, y emparentó con la dinastía Románov, pero por andar leyendo a Voltaire y Montesquieu se volvió ninfómana. Su lista de mancebos se parecía a María de los Guardias. Grigori Orlov, amante de Catalina dio un golpe de Estado, asesinó al Zar y la convirtió en Emperatriz. Su corte de sementales se estabilizó con Grigori Alexandrovich Potyomkin (Potemkin) quien tuvo el placer de ser su amante y la desgracia de ser su esposo.

Potemkin fue el culpable de presentar a Miranda ante Catica segunda. Esa debacle histórica ocurrió el 14 de febrero de 1787. El lascivo sujeto le calentó el oído con una frase de alcoba: “Tú eres mi causa”. La noble veterana lo nombró edecán de su catre. Le autorizó el uso del uniformó del Ejército ruso, le prestó la bandera, le llenó los bolsillos con monedas de oro, como a cualquier vagabunda, y le despachó de la corte.

El trapo tricolor tan ruso como el Kremlin se convirtió en la Bandera de Farsolandia. ¿Dudas? No se necesita ser un experto en vexilología. El Almanaque mundial resuelve el conflicto. Comparar la bandera de Rusia con el originalísimo pabellón patrio es aclarar el origen de otra mentira. Ahora se entiende el porqué los rusos del pañete quieren tanto a “la rusa”.

Lástima que los prohombres de la Finca Cocalombia no hubieran tenido los ovarios de doña Catalina para correr los linderos. Nuestros grandes patriarcas regalaron, empeñaron, perdieron y rifaron un millón de kilómetros cuadrados de potrero baldío. Por ejemplo, José Manuel Marroquín vendió Panamá por 250.000 dólares a los Estados Unidos. (Los documentos existen).

El tema del himno o poesía de Núñez es igual de trapisondista a su autor: “Ricaurte en San Mateo en átomos volando”



El edecán del Libertador, don Luis Perú de Lacroix, escribió en el Diario de Bucaramanga la confesión de don Simón Bolívar: Ricaurte, otro granadino, figura en la historia como un mártir voluntario de la libertad, como un héroe que sacrificó su vida para salvar la de sus compañeros y sembrar el espanto en medio de los enemigos, pero su muerte no fue como aparece, no se hizo saltar con un barril de pólvora en la casa de San Mateo, que había defendido con valor; yo soy el autor del cuento lo hice para entusiasmar a mis soldados, para atemorizar a los enemigos y dar la más alta idea de los militares granadinos. Ricaurte murió el 25 de marzo del año 14 en la bajada de San Mateo, retirándose con los suyos; murió de un balazo y un lanzazo, y lo encontré en dicha bajada tendido boca abajo, ya muerto, y las espaldas quemadas por el sol...”.

Nota: En el boletín No 46 del Ejército Libertador, fechado en San Mateo el 27 de marzo de 1814 y firmado por el mayor general Antonio Muñoz Tébar, Secretario de Guerra, no está consignado el sacrificio de Ricaurte ni la fantástica explosión.

Y además, dice el parte: “…El fuego que rompieron generalmente nuestras líneas a las ocho de la mañana del 25 con una viveza extraordinaria, se sostuvo con el mismo ardor hasta las cinco de la tarde, lo que agotó nuestras municiones en términos que al llegar a las posiciones ordinarias del enemigo, nuestras tropas que le perseguían, tuvieron que dejar de hacerlo, por no haber ya ni un cartucho que quemar...”.
Eso confirma que la confesión de Bolívar, a Luis Perú de Lacroix sobre la muerte de Ricaurte, es verdad. Si no tenían municiones, ¿cuál polvorín estalló? Y segundo, los patriotas perseguían y no eran invadidas sus posiciones. Ningún oficial dejaría de informar un acontecimiento tan ensordecedor en su parte de la batalla. La explosión fue de pura mierda.

miércoles, 19 de marzo de 2008

La sargentona de Miraflores

La sargentona de Miraflores

A la copera de Miraflores le mataron al marido en una reyerta fronteriza. Sucedió en la madrugada del primero de marzo en las selvas ecuatorianas. El vejete sicario dormía en posición contranatura… y le llovió plomo por la retaguardia.

La concepción alucinatoria de la Grecia Antigua llamada Justicia apareció. La dama coja, ciega y desplazada por la quema de su palacio llegó con la espada afilada y la cara de Némesis. La hija de Astrea, doña Temis, (justicia divina) escandalizó a los patrocinadores de las Farc.

La noticia despertó al hemisferio. Colombia celebraba y Belcebú protestaba por boca del ministro “Diarrea”, amancebado con los terroristas. La carpa grande quedó lista para sobornar lo evidente. Las democracias latinas acudieron presurosas para perfumar sus vicios con defectos. Reunieron a los tramoyistas.

El fariseísmo tutelar se rasgó las vestiduras y la Chávez se subió las bragas. La vil guaricha, en un ataque de histerismo, hizo un escándalo propio de una baranda de juzgado. Amenazó con pandillas y despicó botellas.

La golfa cerró su palacete de cortesana y les arruinó el negocio a los camioneros. Qué vergüenza continental. No contenta con alborotar las cantinas le dio por balbucear latinajos. La coima, bocona y escandalosa, mandó diez batallones a mearse del susto en los mojones. Sabe más de milicia un colegio de monjas que las tropas venezolanas.

La convulsionada actriz ama realizar el ridículo más repugnante en el escenario de la simulación. A Hugo Chávez no se le puede dar ni siquiera el título de caudillo de navajeros.



Se comportó cual comadre chillona, alharaquienta, lambona, entremetida, cicatera, calumniadora, enredadora, lenguaraz, cizañera, bocona y alcahueta. Las verduleras del mercado de la Concordia quedaron compungidas después de oírla vociferar sus chismorreos de revendedora. Ella y su perorata ofendió a todo el gremio de las marchantas nacionales.

Mi sentido pésame para la hermana República de Venezuela, tierra de mi general José Antonio Anzoátegui. El Apure no se merece semejante mujerzuela celosa, tediosa y adiposa.

La escena política se convirtió en un alegato entre María de los Guardias, Adelita y Rosita Alvires, la que mataron en 1900 en la calle de Saltillo por “desairista” porque no podían entender la acción intrépida.

¿Desde cuándo Farsolandia anda con arrebatos de potencia imperialista? Las maniobras para violar soberanías son patrimonio de los yanquis redomados.

Por ejemplo, el Tío Sam le quitó una extensa porción de territorio a México y sentó la única jurisprudencia válida: La invasión del comandante Zachary Taylor en la guerra de 1846-1848. Así se manejan los conflictos con los vecinos inoportunos, pero no con los hermanos.

Desde Aníbal Barca hasta Napoleón Bonaparte. Desde Ben Gurión hasta Ronald Reagan. La disciplina geopolítica la imponen los Estados superiores sobre las guachafitas tribales.

Es un delito de Lesa Patria bombardear el Ecuador y luego salirle con cuentos de solteronas latosas: “…Yo te dije que la marrana iba a tener gatitos, pero tú no te acuerdas…”. Esa actitud no es decorosa con un país donde la mentira edificó el vil imperio de falacia. Te desconozco Farsolandia.



Ofrezco mis disculpas al Ecuador por la torpeza, feliz y heroica, que puso fin al mito del intocable Secretariado de los Genocidas.

No entiendo porque no llevaron un campamento portátil. Entran al cambuche, lo matan (diferente a dar de baja), lo traen y lo cuelgan de las criadillas, cual alimaña dañina, a 100 metros al norte del Putumayo. Después, el bochinche. Así nos evitamos las escenas, de charadas y acertijos, entre machorras y costureras ofendidas.

La diatriba de inquilinato dio pie para que el asaltante de bancos, Daniel Ortega, se metiera al baile por la puerta de atrás como cualquier apartamentero. (En 1974 un grupo de Frente Sandinista de Liberación Nacional lo sacó de la guandoca).

Por favor, no más apodos para esos camorreros. No son: Ilustres personajes, estadistas, pensadores, presidentes, líderes ni mandatarios. Son guaches fulleros. Productores de las desgracias sobre las llagas de un pueblo inocente, pero semoviente.

Se les olvidó que la Gran Colombia la destazaron porque los chafarotes José Antonio Páez, Francisco de Paula Santander y Juan José Flores no merecían tener la mitad de América como patria indivisible.

La gente demostró que sí existe una Nación hermana divida en cuatro lotes (incluye al istmo) donde la paz y el progreso asustan a los gamonales.

En conclusión, el culebrero del Uribe se comió a cuento a la OEA, al Grupo de Río, a Chávez y a Correa porque tienen mentalidad de vagabundas. La trifulca del cuarteto de truhanes dejó una amarga verecundia. Se cogieron de las manos y se palmotearon los traseros.

las falacias del bochinche


¿De cuándo acá?, se somete la virilidad yanqui al escarnio público, caray. No hay derecho, ala, a que la rústica barahúnda amarillista ponga en la picota al protomacho Eliot Spitzer, ex gobernador de Nueva York. Es el colmo acusarlo de escándalo sexual cuando el problema es una minucia de la odiosa banca judía. El sistema monetario detectó un desvío financiero y montó la de Los infiltrados. Los banqueros se olvidaron del democrático derecho a sustentar la vida laboral de la Gran Manzana.

Nueva York no se ruboriza por el frenético apareamiento del Alguacil de Wall Street y Ashley Alexandra Dupre (Kristen). Lo prueba la gran ramera francesa que ilumina con su antorcha el sendero del lenocinio. Me refiero a la muy casquivana estatua de la Libertad, declarada Patrimonio de la Humanidad. Sus descarriadas hijas también son patrimonio de la humanidad, pero masculina.

Lo rescatable del adulterio es la cátedra de señorío dictada por doña Silda, la esposa del hidalgo de bragueta. La dama merece mil aplausos de pie. Las colombianas deberían aprender de la matrona y su serena testa coronada por el patrón. La señora enseña que un acto de infidelidad comercial no debe generar una vendetta familiar donde los hijos son la munición. Nada de comisarías de familia y conato de alharaca parroquial dominguera. Nada de alianzas moza-novia-esposa en un triunvirato cocinero contra el santo prestigio varonil. Ella apoya el atávico derecho de pernada.
En estas latitudes, de hojarasca tropical, un pequeño desliz incita a las féminas cornúpetas a la emasculación del cónyuge con tijeretazo nocturno. No contentas con desatar una trifulca de pirañas en banquete de capibara contratan los servicios fúnebres de un sicario de comuna paisa.

Le agregan a su receta feminista demanda por alimentos, divorcio en juzgado penal y la maldición gitana. Además, buscan un amancebamiento formal con algún pariente del esposo en primer grado de consaguinidad. Su furibunda histeria envía sufragios, en estilo rap-rococo, escrito con perversa ortografía de suegra sediciosa.
Lo maravilloso del affaire neoyorquino fueron sus resultados, altamente motivadores. El asunto estimuló la fuga de siete futbolistas cubanos del torneo Preolímpico Sub-23, en la ciudad de Tampa (Florida).
Los héroes-desertores (maravillosa contradicción) Manuel Miranda, Erlys García, Yenier Bermúdez, Yornady Álvarez, Loanny Cartaya, Yenry Díaz y Eder Roldán merecen acostarse con la fulana de la antorcha por cuenta de mister Spitzer.
Los atletas se cansaron de la opulenta vida en el Edén comunista donde manan ríos de hambre. Ellos decidieron, por su condición de lactantes, ser hijos adoptivos de Playboy. La bienvenida, a la tierra de Búfalo Bill, les otorgará una ceremonia de bautismo con dólares y nombres decentes al estilo George Patton. En fin, deseo que el país de la ley Patriot Act los libre del mamertismo y los convierta al macartismo.
Así no tendrán que sufrir la enfermedad de las amnésicas trapisondas latinas. Mal que contaminó al Ecuador. El ministro de Defensa, Wellington Sandoval, señaló en rueda de prensa: “Ninguna autoridad, ni el Gobierno ni menos aún las Fuerzas Armadas, han tenido relación con las Farc, no la tienen y no la tendrán.

La posición fue apoyada por la ministra de Relaciones Exteriores, María Isabel Salvador: “Ecuador no es un santuario de las Farc”. La funcionaria añadió: “Que el país lucha con sus propios medios para rechazar y repeler la presencia de grupos irregulares en su territorio”. Los dos cuentachistes serán invitados al programa Sábados Felices con todos los gastos pagos.
Al seguir esa línea de pensamiento retiro mis disculpas por el juego pirotécnico del primero de marzo porque nunca existió.
Nunca existieron terroristas mexicanos en aquel nefasto cambuche. Eso grita un desorientado cachifo contra el Gobierno colombiano en ciudad de México.

El desgalamido exige al Gobierno mexicano que suspenda las relaciones diplomáticas con Colombia e inicie una demanda contra la Nación agresora por la muerte de los jóvenes y pida una compensación económica para sus familiares.

¡Pobrecitos los angelitos! Los neófitos del crimen resultaron ser mártires del trabajo social selvático. Mis cuates deberían estar muy agradecidos porque Farsolandia los libró de un virus infectocontagioso llamado gonococia de camarada.

Suena muy bonito vociferar consignas zapatistas frente a la embajada nacional. Pero no suena igual cuando una mina “quiebrapatas”, colocada en los campos patrios, mutila a un niño campesino. Si Huitzilopochtli se los cargó para el quinto pailón no fue porque eran seminaristas en paseo espiritual bajo régimen jesuita. Los aprendices del horror murieron en su aula: El cubil de un genocida.

Por algarabías de ese tipo fue que mi general Pershing invadió a México en 1916. No jodan con el sheriff…


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crimen sin castigo



El comportamiento ladino de la guachada atrabiliaria incita a un fusilamiento in situ. Infortunadamente, tan sana medida no se puede aplicar con la técnica rigurosa de un francotirador.

Las consecuencias de romper el orden moral con indisciplinas callejeras se traducen en una tragedia intestinal. La ira, pecado capital, devora el corazón de la burguesía ilustrada.

La aberración cotidiana termina por volverse común y la costumbre le acopla un título de validez que la normaliza. El grave error radica en creer que lo común es normal.

Los ejemplos, para ilustrar esta denuncia, son parte de una deuda social que clama por una dictadura draconiana.

La gente, sin manchas de la tierra, debe aguantar, tolerar, sufrir, soportar y padecer mañas empeñadas a la infracción diaria:

Los taxistas optaron por cambiar tarifas. A las 9 de la mañana la carrera mínima pasa de 3.000 a 5.000 pesos porque según el conductor “acabo de salir y no tengo vueltas”.

La consecuencia letal es el regreso. Hay que abordar el suplicio de la movilización sin espacio. El ciudadano ejemplar espera en las estaciones de TransMilenio detrás de la línea amarilla. Cuando las puertas se abren aparece el bárbaro troglodita embrutecido por la malicia del afán. El manteco llega cual tromba marina y rompe a codazos el respeto.







Y en la noche, al descansar en la casa, se enciende el idiotómetro para ver la Patrulla Salvaje, alias el Noticiero. La depresión es inevitable.

Los comunicadores lagartos pusieron de moda el cuestionario de la estupidez. Con él atosigan a los familiares y a los liberados por las Farc. La muestra produce úlcera:

“¿Cómo le fue en el secuestro?” “¿Qué plato de comida le gustaría volver a probar?” “¿Cómo se debe recibir a un secuestrado? “¿Qué hará con su esposa?” “¿Cómo fueron sus primeras horas en libertad?” “¿A cuál de sus familiares abrazará primero?” “¿Qué recuerda de su secuestro?” “¿Qué acto social le tienen preparado para recibirlo?” “¿Está feliz de volver a ver a sus hijos después de seis años de secuestro?” “¿Cómo será el reencuentro con sus seres queridos?” Y la perla: “¿Qué se siente de estar libre?”

Años atrás, una sola pregunta de esas en un taller de periodismo bastaba para que el estudiante perdiera el semestre. Y si el docente se preciaba de ser un catedrático cuchilla, el atorrante era expulsado ipso facto de la universidad.

Hasta aquí, los lectores de línea moderada, encontrarían una evangélica doctrina de perdón. Seguramente el desliz sería indultado, previa acción terapéutica. La sesión incluiría una golpiza con una llave de petrolera inglesa.

En cambio para las conductas, que se relatan a continuación, aún no se encuentra el tipo de sanción ejemplarizante para escarmentar al malhechor.







Sucedió en la puerta de un lupanar donde se ofertan acrobáticos masajes sexuales por devaluados 20.000 pesos. El calanchín, encargado de repartir las tarjetas de cortesía, gritó a voz en cuello:

-Caballero, chicas virgenes.

Un transeúnte, de la vieja guardia chulavita, se detuvo al instante. Se devolvió y le preguntó al voceador: ¿Cómo dijo?

-Mi Pana, chicas virgenes. Siga.

-¿Desde cuándo las putas son virgenes?

-Estas son primerizas. Puros virgos, papá.

El iracundo personaje agarró del pescuezo al alcahuete, extrajo de su pretina un destornillador de pala y se colocó en posición de combate. Quería atravesarle las cervicales y el guargüero con la ferocidad propia del tercio de varas.

Infortunadamente, para mí, tuve que intervenir. Es tiempo de Cuaresma. La vehemente defensa de la lógica gramatical debía quedar suspendida, pero no invalidada.

Llamé a la cordura y pedí una tregua en aras de una experiencia pedagógica. El agresor aceptó la zona de distensión cuando le di la razón. Le gustó la idea de transmutar un vulgar crimen callejero en una edificante función didáctica.

Se llamó al presidente de la Asociación de Chulos de Chapinero (Asoculo) para notificarlo de los hechos. El proxeneta mayor oyó los cargos y aceptó el sumario interpuesto contra su cómplice.






Los prestantes miembros del bajo mundo no sabían manejar la situación. Opté por hacer una defensa del putaísmo barrial para salir del atolladero.

Señores, deben aceptar que un eufemismo mal empleado es tan letal como un balazo en el oído. A veces resulta muy ofensivo. La expresión: “Chicas virgenes” crea automáticamente una tesis neorrealista sobre la dogmatología de la himenoplastia. Lo cual produce una sinapsis inhibitoria en el área de Broca del cliente.

El pelafustán sudaba la gota gorda sin entender ni jota.

Si no puede comprender use un sinónimo. La lengua castellana tiene asignados varios elementos para estos casos. No diga chicas ni trabajadoras sexuales porque acaba con el romántico término establecido para designar a las respetables magdalenas.

Esas mujeres son un monumento a la moral de Farsolandia. Ellas siempre ganan las elecciones. Cuántos presidentes, ministros, gobernadores, alcaldes y demás funcionarios estatales no les dicen cariñosamente: “Mamá”.

Prohibido musitar: “Chicas”. Le sugiero escoger un vocablo más adecuado al uso de la función ejercida. Por ejemplo: Giranta, meretriz, hetaira, cascabelera, ramera, prostituta, bataclana, cortesana, golfa, pelandusca, podangahetera, puta, furcia, pecadora, perdida, cantonera, zorra, pécora, lumia, odalisca, casquivana, fulana, falena, buscona, hetera, suripanta, rabiza (voz germana), perendeca, madama, piruja y guaricha.

Pero, y por favor, no vaya a vociferar: “Suripantas doncellas” porque el atamán de mi diestra le mete entre la mollera una lezna de zapatero.





-Entonces, qué digo porque no entendí nada.

-Diga putas y listo. Son los gajes del oficio, tarea de eunucos.

Ahora, y para finiquitar este bochornoso asunto, realizará unas planas. Escribirá mil veces: “No debo ofrecer putas virgenes”. Cuando finalice repartirá fotocopias por todas las mancebías del sector. Chapinero podrá ser un burdel con abolengos, pero no soporta oír frases tan demenciales.

-Listo parcero. Va jugando.

El verdugo por fin se relajó. Guardó su artefacto de mecánico arruinado. Se alejó mientras mascullaba entre dientes: “A malhaya, no haber traído el quitapesares…”.

Tres días más tarde, la misión estaba cumplida a cabalidad. El truhán fue despedido. Sus colegas guardan un riguroso silencio cuando paso por la senda del lenocinio hacia la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes.

La vida volvía a la anormalidad de los absurdos. Sólo el rompimiento de la hipérbole turbaría mi paz neuronal.

El viejo sector aún conserva casonas, mezclas de mansión y fortaleza medieval. En uno de esos caserones surgió una historia bien particular.

En una esquina del antejardín queda un espacio protegido por tres lados, entre un muro y la saliente de la fachada. El escondrijo se convirtió en una cueva para malandrines fumadores de bazuco. En las noches, el mimetismo es bastante bueno.





El dueño del inmueble, un amante de la cinegética ecológica, encontró la forma de afrontar la invasión de los drogadictos. En la madrugada, salía y le disparaba a la jardinera. La bala impactaba justo al lado del consumidor. La maniobra resultó un antídoto fenomenal contra el ritual alucinado. La psicosis frenética del gran viaje aterrizaba de emergencia. La cordura regresaba al instante y les hacía suplicar indulgencia plenaria en varios idiomas, sin acentos delatores. Ya se imagina lo que significa para un fumador de bareta sentir un disparo a pocos centímetros de las gónadas.

Los centros de rehabilitación deberían implementar este método curativo en sus pacientes. Los resultados son milagrosos.

Siete semanas pasaron y los amantes del peyote se curaron con el remedio del revólver Colt, calibre 38. Lamentablemente, las buenas obras no duran. La munición Dum-Dum asustó al vecindario. Las quejas apagaron las medicinales balaceras del polígono nocturno.

Para evitar a los intrusos, el tirador le ordenó al jardinero sembrar matas de mora, rosales y cuanto chamizo espinoso encontrara. La madre naturaleza se encargó de invadir con sus púas las materas, los muros, las ventanas, las rejas y el famoso recoveco.

Lo rocambolesco sucedió.

El veterano cazador citó a un conjunto interdisciplinario de especialistas. Bacteriólogo, botánico, físico, médico, antropólogo, dactiloscopista, siquiatra, sicólogo trabajadores sociales e investigadores de diferentes áreas académicas. Los resultados fueron inapelables y unánimes: Alguien se cagó entre el zarzal, el antiguo rincón de los toxicómanos.




El individuo, dice el informe del grupo de examinadores, “…tuvo que lacerarse el nalgatorio al practicar tan prosaica labor…”.

Ellos afirman: “…Acción de orate con urgencia sanitaria. Las características de la deposición. No dejan dudas. Hubo demora, pujo y mierda…”.

Habrá que llamar al bardo que escribió el Poema a la caca para resolver el misterio. Nadie en sano juicio ni por un desvarío lunático se sienta entre un enmarañado escaramujo a defecar. Además, disponía de 21 metros cuadrados de espacio limpio y disponible para excretar sin espinas…

Los profesionales midieron el vector de descenso escatológico y analizaron la masa detrito. Las matemáticas son exactas. Las posaderas le debieron quedar muy parecidas al trajinado alfiletero de un sastre paupérrimo.

Las indagaciones preliminares no arrojaron datos positivos. Ningún avecinado verificó la versión de los detectives ni la deyección. Tampoco oyeron el alarido producto del contraataque indiscriminado de las zarzamoras. Los inflexibles gajos cumplieron una función arañadora, punzante y deshilachadora.

Nadie dio una explicación medianamente coherente sobre qué tipo de personaje expone su verija al filo de los aguijones. La aberración quedaría guardada en los anaqueles de lo indecible. Pero, lo irracional e inverosímil ocurrió. El “Nalga de Bronce”, así lo apodaron, repitió la cagada con unas fétidas heces que secaron la planta de la familia de las Moráceas.

¿Pero qué me extraña?, si en Chapinero las putas son virgenes.

Expreso del país



Transportarse en un bus bogotano es asistir a una obra de teatro ambulante. El costo de la boleta es un manoseado billete de mil pesos. Por ese precio el drama es gratis. El sudor pegajoso del cansancio, la pobreza afanada por el horario, la chichonera del tumulto, el ronquido con golpeteo del parietal contra la ventanilla, la música Guascarrilera, los asientos grasientos y remendados, el trancón perenne de la carrera 13, el empujón con el hombro, el quejido del mocoso, el chirrido mecánico, la infracción sin multa...

Contra esa marea de acontecimientos cotidianos se enfrenta la recursividad del rebusque. La desesperación de la desesperanza. Cuando se aborda una máquina de esas es porque se necesita realizar una crónica o se quiere descontar por adelantado parte del purgatorio. Estire el brazo, por favor. Arriba y acomódese.

Una de las tantas paradas se realiza de forma oblicua. La trompa quedó cerca del andén. La mole se incrustó entre el tráfico. Un obrero forcejea para intentar entrar con seis recipientes plásticos. La capacidad es de cinco galones cada uno. Los trastos están amarrados con su pareja del asa. La masa amorfa, movida por la dinámica del caos, engendra bárbaros bufidos de buey.

El sujeto empuja, gime, suda. Los decibeles de los pitos cornetas suben de volumen. No puede ingresar y no se puede bajar. La registradora entra en el drama y opone una resistencia muerta contra la ferocidad del intento. El enredo llega a su clímax.

Se necesita coraje. Se necesita voluntad. Se necesita vitalidad. Se necesita ser un doble hideputa para desafiar la tercera Ley de Newton.

El Principio de acción y reacción (cuando un cuerpo ejerce una fuerza sobre otro, éste ejerce sobre el primero una fuerza igual y de sentido opuesto) quedó probado y vencido porque la maña se impuso. El montón de tiestos se elevó sobre el obstáculo y cayó sobre la primera banca. Allí ocupó todo el espacio. Afortunadamente estaba vacía.

El paladín del desastre resopla victorioso. Se pasa el dedo índice curvado sobre su frente sudorosa. Retiene un poco de mugre coloidal y con ademán de esgrimista lanza su contenido contra el suelo. Resolla y paga el pasaje.

“…Hay que orgulloso me siento de ser colombiano…”.

No pasan tres minutos de sosiego cuando un saltimbanqui ingresa a la brava. Salta de forma acrobática sobre la incomoda registradora y dice: “Buenas tardes”.

En el segundo acto suelta su parlamento de mendigo veterano: “No me contesten el saludo. No importa porque igual los bendigo. Este es mi trabajo porque Dios me da la oportunidad de laborar en este medio de transporte”. Habla con la mirada perdida en un punto fijo de la parte posterior.

Sube el tono de la voz y comienza la labia de ablandamiento: “Este es el bus número 25 al que me subo hoy porque los cuento. Tengo que pagar la guardería, la leche, el arriendo, los servicios y vestirnos. Dios quiere que trabaje”.

Se mueve y ancla su trasero contra una manija de las bancas. Se encorva, toma aire y lanza una sentencia: “Yo los bendigo si me dan una moneda de 20 pesos porque ustedes regalan de lo que tienen”.

Cambia la perforante posición y recuerda la honestidad de su oficio: “Yo podría trabajar como desplazado y decirles: ‘Vengo de Vistahermosa, Tolima, perseguido por las Farc. También podría moler de enfermo porque eso es una lucha’. Pero no. Dios me ha dado este camello para bendecirme”.

El tercer acto es la venta disimulada. “Les vengo a traer un almanaque plastificado para que no se les ensucie. El precio se lo colocan ustedes. Cualquier monedita es bienvenida”. Reparte el material y regresa a la cabina para comenzar la ruta del recaudo. Lanza agradecimientos y más elogios divinos.

La mayoría le devuelve el cartón porque el calendario marca 18 de marzo de 2008. Sobra desde hace por los menos tres meses. Sin embargo, dan el óbolo urbano. Al llegar atrás la manotada de monedas, a ojo de buen cubero, suma 3.000 pesos. Son las 12:30 p.m. Según su confesión laboral abordó 25 buses con un promedio de 3.000 pesos que suman 75.000 pesos libres de impuestos. ¿Cuánto dinero recibirá al día por regalar inservibles papelitos bendecidos por la mentira?

Ahórrese la curiosidad y suponga que el mercader se cuela en otros 25 buses en el resto de la tarde y obtiene el mismo producido. Son 150.000 pesos. Esa cantidad multiplicada por 30 días arroja una ganancia de 4.500.000 pesos netos. Sí es una bendición vender mentiras.

¿Cuantos profesionales especializados tienen que subsistir con salarios de 2.000.000 de pesos incluida la prima técnica? A eso quítele los descuentos por seguridad social, pensiones, transporte y demás aportes al erario público y… la dieta comienza.

“…A mí déme un aguardiente de caña...”


El chofer, envenenado con el monóxido de carbono de su infernal carrocería, se lanza en busca de la victoria en la “Guerra del Centavo”. Acelera y cierra a un colectivo. El espejo lateral de la pequeña camioneta salta hecho añicos. El ruido y el golpe estremecen la destartalada estructura.

Los pasajeros al unísono exclamaron: “Lo jodió y ahora se van a dar en la jeta”.

El atacado acelera con ira criminal. Lo alcanza por el lado derecho. Asoma la cabeza por la ventana y vocifera una serie de epítetos con capacidad oral para enrojecer a un curtido reciclador.

El agresor niega y sigue camino. La contraofensiva es fulminante. El colectivo negro lo sobrepasa y lo bloquea. Detiene su vehículo de forma oblicua y automáticamente el caos vehicular se acumula con frenazos, pitidos, madrazos, amenazas y la avenida se represa.

Los pasajeros aúllan soluciones de emergencia: “Déle pa’lante. Cójalo a pito. Aquí no podemos quedarnos, eso hágale. Tenemos afán…”.

El conductor ofendido se bajó vociferante e ingresó al bus para reclamar por su espejo: “Me paga el daño”. “Yo no lo toqué.” “No mienta que sus pasajeros son mis testigos”.

En un acto de maña, donde primó el interés particular sobre la verdad, empezó a sonar un murmullo maliciosamente espontáneo: “Nosotros no vimos nada y no somos testigos de nadie”.

El reclamador se puso lívido. Su mirada vidriosa y su boca babosa destilaban un deseo de homicidio múltiple a puro machete tres canales.


“Mire, me rompió el espejo y me lo tiene que pagar”.

Las otras víctimas del problema, los que permanecían atorados entre taxis y busetas, realizaron un simulacro de linchamiento. Tuvo que bajarse, retroceder y mover su colectivo.

Los viajeros saltaron de la dicha. “Hágale, hágale que se nos hizo tarde. Que le va pagar a esa gorronea. Acelere, acelere…”. Dicho y hecho. El armatoste se desplazó por la vía libre. En pocos segundos, obtuvo una cuadra de ventaja sobre su perseguidor. El delirio era la pasión de los malhechores. Adelante, un semáforo detuvo la fuga. El dueño del daño desmontó y corrió los 20 metros que los separaban. Esta vez tuvo el buen tacto de parquear, justo detrás del bus, en el carril del centro. El tránsito podía seguir su lento flujo.

El hostigador subió decidido ajustarle las cuarenta: “Págueme el espejo o le doy chumbimba”. El fugitivo respiró tranquilo, apagó el automotor y salió al encuentro de su agresor.

“Le repito llave que no lo toqué”. El otro contestó: “Aquí todos son mis testigos”. Pues pregúnteles, refutó. “¿Sí o no que él me rompió el espejo?”. La ola de energúmenos indagados se despachó en negativas: “No, no, no lo rozó” y agitaban brazos y manos para acentuar la falacia. La confabulación llegó a límites insospechados. La gente formó una barrera protectora a favor del rufián y le dijeron al guache feroz: “Allá atrás le están robando el producido”. Él cae en la trampa y retrocede presuroso para salvar su dinero. Puerta cerrada y fin del problema. Los rostros satisfechos se miraron y se guiñaron el ojo.

Desde la última banca sonó una voz risueña: “Amo a este país de hijueputas…”. Y la carcajada fue general.



GODARRIA


Algunos lectores, de la línea hoz y martillo, se quejan y piden explicaciones. Tildan al redactor de “facho”. Lo acusan de ofender instituciones, símbolos y personajes. Particularmente, les molesta el vocablo “Farsolandia”.

Respuestas: Primero. ¿Debo entender por “facho” que se refieren al glorioso saludo que me dispensa una monja con su brazo derecho en alto, al estilo romano?
¿Se referirán al término fascismo?: del italiano fascio, haz, fasces a su vez del latín fasces, pl. de fascis). El fasces era un haz de 30 varas (una por cada curia de la Antigua Roma) atadas a un cilindro alrededor de un hacha. Viejo emblema de los reyes etruscos. Sí, supongo que la arenga política tiene ese tinte foráneo que tanto encanta a la acomplejada lucha de clases.
Entonces quiero recordarles que el fascismo es un movimiento político, sustentado en una ideología totalitaria, que surgió en Europa para protestar contra las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. En su momento fue una tercera vía, populista-socialista, ubicada entre marxistas y capitalistas. (Cosas de la Euro-democracia).
Su progreso fulgurante se quemó antes de 1945. En manos de Benito Mussolini se convirtió en un desastre continental. El balandrón y sus estratégicas a mansalva impidieron que los Panzer tomaran Moscú en el invierno de 1941. Don Adolfo tuvo que enviar tropas de la Wehrmacht a Grecia y al Norte de África para evitar el aniquilamiento de los italianos.
Fin del fascismo de la Europa occidental y punto.



La derrota del fascismo moderado engendró el fascismo-marxista. El de las alambradas y el archipiélago Gulag. La tiranía de las hordas asiáticas, lideradas por José Stalin, inventó el extenso dominio de los autómatas. Las máquinas, alimentadas con las tesis de Lenin y la pecuela siberiana, crearon las ideologías esclavas de la falacia.
La dictadura del crimen fascio-comunista, sostenida con muros y los AK47, cayó bajo el empuje de la Coca-Cola, el maná del siglo XX. Tres fechas imborrables corroboran ese triunfo de la inteligencia feliz.
1. Caída del Muro de Berlín. (9 noviembre de 1989)
2. Tratado Dos Más Cuatro. Reunificación de Alemania. (3 de octubre de 1990).
3. Fin de la URSS. (21 de diciembre de 1991).
No, definitivamente no. El mote de Facho no le sienta bien al paso de ganso de mis cruzadas católicas. No soy fascista (partidario de esta doctrina o movimiento social) porque sus líderes primarios resultaron ser un fracaso rotundo. Dejaron de aplastar a los partidos demoliberal-masónico y socialista-asiático a su debido tiempo.
Además, espero poder cambiar el carné del Directorio Nacional Conservador por uno de la JUCO. Porque pa’ godos sectarios, los zurdos.
Ellos se resisten a entender que mis textos están diseñados para denunciar al régimen, corrupto y corruptor, que los mata. Lo inaudito es que lo defiendan. Definitivamente, la burocracia es la meta de todo anarquista furibundo. ¿Acaso no es el Polo Democrático Alternativo una fotocopia del vicio ruin y politiquero del burdel nacional? ¿Cuántos miles de millones, del Presupuesto Nacional, se gastó el Polo en la consulta interna del partido para elegir un candidato único?



Bastaba una reunión de cofrades, votación y listo. A la hora de mamar gastos de la ubre de la gran ramera, la izquierda es una derecha recalcitrante. La verdad no duele, la verdad sana.

Segundo. La ofensa requiere vida racional para ser válida. Así que la acusación no procede. Los semovientes que mangonean en el lote, desde la dehesa sabanera, no captan ni el sarcasmo ni la razón. Sus cueros de reptiles son duros y resistentes a mi prosa. Total, no los ofendo. Si algo les molesta tienen la opción de enviarme un sicario jurídico.

Tercero. Las instituciones y sus símbolos no son más que ladrillos y garabatos. El quejido debe provenir de los ordeñadores del presupuesto. Ellos se rasgan las vestiduras, pero se olvidan de las nóminas paralelas, las corbatas y los serruchos. Pregunta: ¿Existe alguna venerable entidad oficial que no haya sido investigada por delitos untados de soborno apestoso?

Y la Patria, cuyos máximos exponentes son las fosas comunes, no me produce ningún orgullo chauvinista. Nada de hablar de biodiversidad, posición geoestratégica, recursos naturales y demás retahílas de guía turístico porque eso es obra del Creador. Regalo gratuito de Dios para una etnia enrazada con el delito.

Sentiré algo de honor patriotero cuando no encuentre páramos sembrados de amapola o papa. Ni toallas higiénicas en el río de los Siete Colores en la sierra de la Macarena.

Cuarto. El porqué de Farsolandia. La respuesta, mis queridos bolcheviques, podría abarcar 200 años de tramoyas orquestadas por los famosos patriotas de levita. Ellos hicieron parecer a Su Majestad Fernando VII como un liberal de avanzada.






Fíjense que no traté al rey de España de corruptor de traidores ni de alcahueta de su santa madre. Me refiero a doña María Luisa de Borbón. La buena dama adornó la testa real con las lujurias de Godoy, el favorito de la reina. Vieja casquivana.

Y de tal catre tal astilla. Fernando VII se conoció con el mote del rey Felón. Él fue capaz de destronar a su progenitor, don Carlos IV. Sí, Fernando VII fue rey de Cundinamarca donde las ambulancias se alquilan para prestar servicios de taxi.

Lo que se hereda no se hurta. Así, con esos mandamases, llegó el gen del resabio denominada “colombianada”. Fin de cualquier acto evolutivo decente. Sin embargo, la moda se impone con los estudios de ADN.

El famoso Sabio Caldas, homosexual y cornúpeta, no tenía la corpulencia ni la estampa que muestra los afiches de las escuelas públicas. Los CSI de Colombia lo demostraron con sus análisis de huesamentas. Espero que los guardaespaldas de la mentira no me lancen sus acostumbradas perogrulladas.

Y otra perla, de esas que se vuelven canción y monumento de bronce. “…El fuego de Galán y de Alcántuz se extendió por las tierras del sur…”. Escribió don Jorge Villamil en su canción si pasas por San Gil. Lo cierto es que la candelada de José Antonio Galán es la biografía de un traidor. La prueba reina de su deslealtad contra los comuneros permanece en el Archivo de Indias de Sevilla, índice 117-3-4.

Los colombianos crecieron amantados por una comedia institucional donde la mentira izaba a la bandera. Ahora es al revés. La bandera iza a la mentira.