miércoles, 24 de marzo de 2010

La euforia de la banalidad

La creatividad está prohibida en la república-vergüenza. Las montoneras de clientes iletrados (léase estudiantes) impusieron sus criterios bajo la salvaguarda alevosa de una chequera sobregirada por las apariencias.

La academia se quejó con dolor moral. No pudo soportar una serie de logos símbolos diseñados por el acto insulso que cohabita con lo anodino. El ardite cromático levantó sus banderas cual cáfila de brochas gordas.

La imagen, centro vital del orden teológico, cayó bajo la dictadura ramplona de la chambonería. El desastre figurativo tuvo varias piezas para colocar en el Museo de las Lágrimas. Bicentenario, festival de teatro y juegos suramericanos. Esa trilogía perversa, tratado de teratología, niega el impulso del Génesis y su espíritu creador. Triunfo del trazo sobre la idea. Victoria de la forma sobre el significado. Burla sofista, carnaval de la mediocridad.

Los docentes elevaron su voz de protesta y el alumnado, embrutecido por el trasnocho en el lupanar, impuso las mayorías del tumulto. La turba arguyó el pago semestral de una cartulina, pasaporte al desempleo, para lavar sus conciencias. El maestro redentor fue crucificado.

La docencia, rota en su esencia, tomó el camino del exilio. El destierro salvaguarda el derecho al bien, la verdad y la belleza. Algunos titanes, cual heroicos faros, se quedaron para iluminar a dos o tres almas estetas que lucha por no naufragar en el maloliente mar de las manchas.

Mi voz de protesta se une al grito descomunal de un público agraviado: Lo insustancial ofende al modelo cognitivo de la semiología de la imagen.